
Una vez más, conviene señalar acontecimientos radicalmente ajenos a la economía que, sin embargo, la afectan profundamente. Sin salirnos de España, basta recordar el impacto que, concretamente hace un siglo, la afectó profundamente, como consecuencia de la revolución originada en Rusia y el triunfo de Lenin. A partir de 1919 y 1920, las conmociones sociales existentes concretamente en Cataluña, aunque no se generaban exactamente dentro del marco del leninismo, estaban influídas por la sensación de que el mundo obrero podía, si ocupaba revolucionariamente el poder, alterar en su favor la vida económica. En el caso de España, esto era precisamente lo que sucedió entonces en Cataluña; la violencia desatada en Barcelona afectaba automáticamente la marcha del conjunto de la economía española.
Y ahora vuelven a existir realidades ajenas básicamente a la economía, pero que mucho influyen en la española. Un caso claro es el de la revolución digital, con su impacto extraordinario, tanto en la industria como en los servicios, incluyendo también a todo el sector crediticio, una cuestión que, forzosamente va a repercutir de manera extraordinaria en el conjunto de la economía. Y en este momento contemplamos lo que sucede en los mercados bursátiles, como consecuencia del cambio de expectativas del mundo empresarial ante la ruptura de enlaces que existían para facilitar la globalización económica y que se rompen ante los avances del coronavirus.
Se debe reaccionar ante los acontecimientos no previstos que afectan al PIB
En España, en este sentido de impactos por motivos ajenos a la economía, aunque relacionados siempre con ella, se encuentra desatado el muy serio problema demográfico, que ha surgido de modo violento y temporalmente muy próximo en el último medio siglo. Basta mencionar que la media del número de hijos por mujer en edad fértil era en España, en 1970, de 2,86. Como la cifra de hijos en ese conjunto para mantener la estabilidad de la población es de 2,1, era evidente el fuerte crecimiento que experimentaba la española con todas sus consecuencias positivas y preocupantes desde el punto de vista económico. En 1970, al analizar la política social, vemos que ocupaba en ella un puesto importante la política de facilitar la emigración. Pues bien, desde 1997 ese número de hijos por mujer en edad fértil se ha colocado por debajo de 2,16, y el descenso está siendo rapidísimo. Las consecuencias económicas de esta caída de la natalidad, y al mismo tiempo, de haber conseguido que España sea el país de la Unión Europea que genera en los nacidos actuales la mayor esperanza de vida de este conjunto, provoca una realidad demográfica con impactos fortísimos, e imposibles de evitar en el conjunto de la marcha de nuestra economía.
Otra consecuencia, en principio alejadísima de la economía, pero que la afecta de manera muy fuerte, ha sido, desde luego, la aparición del romanticismo. Recordemos el papel extraordinario en este sentido que tuvo Lord Byron en el esfuerzo de Grecia para separarse del Imperio Turco en el siglo XIX, y de qué manera ese mensaje nacionalista ahí nacido se incorporó, por ejemplo, tras la I Guerra Mundial, en forma de un caos político derivado de la ruptura de las situaciones imperiales de Austria, Rusia y Turquía, y que, en lo económico, dieron lugar, con Manoilescu a la cabeza -y de ahí saltarían al mundo iberoamericano con Prebisch-, a una serie de decisiones de política económica, que muchísima influencia tuvieron en la realidad europea y, desde luego, en la iberoamericana.
Yo me he atrevido a plantear otro enlace muy fuerte, con consecuencias económicas que tuvieron lugar en el siglo XVIII, y que incluso desarrolló planteamientos iniciales macroeconómicos, debidos a Quesnay y el resto del movimiento fisiocrático, que a su vez formaba parte de un conjunto que presenté en mi libro El libertino y el nacimiento del capitalismo (La Esfera de los Libros, 2006).
Cuando observamos de qué manera eso continuamente se presenta en aportaciones de economistas, observamos que es algo general, y que no se entenderían puntos de vista de Schumpeter o de Keynes sin estas excursiones continuas a terrenos en principio alejados de realidades económicas, pero que evidentemente constituyen su explicación. A ello hay que añadir la observación derivada de la toma en consideración en algunas ocasiones, de posturas de científicos absolutamente ajenos a planteamientos económicos.
Eso es lo que ocurre precisamente con la revolución, en estos momentos originada en torno a la definitiva toma en consideración de lo que Arhenius había señalado, en el inicio de la concesión de los premios Nobel, del enlace de las emisiones de CO2 y el calentamiento climático, cuestión que en estos momentos zarandea al conjunto de la economía mundial, y que en el caso de la economía española ha tenido un desarrollo considerable cuya magnitud puede leerse en el trabajo dirigido por Arcadio Gutiérrez Zapico, Fuentes de energía y cambio climático.
Los economistas tenemos que reaccionar ante todo esto, de acuerdo con aquella afirmación del gran maestro Walras, cuando lanzó, en su documento para ingresar en la Academia de Lausana, que "no pertenecía sin reservas ni a la escuela económica que se considera la única ortodoxa, ni al socialismo empírico … me he sentido sorprendido desde el principio por las imperfecciones que presenta esta ciencia". Evidentemente, se incrementan si se olvidan, al examinar la realidad, las transformaciones que acontecimientos externos originan en la marcha del proceso económico.