
Centrados en los acontecimientos de España, hemos olvidado que 2020 es año electoral en los Estados Unidos. Esto es importante porque, aunque ha ido perdiendo peso ante el empuje asiático, la economía americana, representa el 24% del PIB mundial. Es decir, casi la cuarta parte de los bienes y servicios producidos en el mundo se generan en los Estados Unidos. Por tanto, lo que ocurra a la economía americana afecta, y mucho, a la economía global.
El 3 de febrero comienza el largo proceso de primarias, que culminará en el verano con las convenciones de los partidos demócrata y republicano, en las que elegirán a sus candidatos a la Presidencia de los Estados Unidos. Como es tradición, la votación tendrá lugar el primer martes tras el primer lunes de noviembre, fecha que, en 2020, es el martes 3 de noviembre.
Los demócratas lo tendrán más difícil si las cifras acompañan al presidente Trump
En el caso del partido republicano, su candidato está claro: el Presidente Trump optará a la reelección, pues es prácticamente imposible que un partido no elija como candidato a su Presidente para un segundo mandato. Por el contrario, el campo demócrata está más abierto. Tras una larga carrera hacia las primarias, y si hacemos casos a las encuestas, sólo tres candidatos, el exvicepresidente Biden y los senadores Sanders y Warren, tienen posibilidades de hacerse con la nominación. Llama la atención que los cuatro candidatos, de los que previsiblemente saldrá el nuevo Presidente de los Estados Unidos, tienen todos más de setenta años.
Como en todas las elecciones, la situación económica tendrá una importancia fundamental en su resultado. Y el candidato o candidata demócrata tendrá mucho más difícil desplazar a Trump si las cifras económicas son buenas. Como casi todas las economías de la OCDE, la economía de los Estados Unidos ha superado la Gran Recesión. Sin embargo, los ritmos de crecimiento económico han sido relativamente modestos con relación a etapas de expansión anteriores. El año 2016 fue relativamente malo en términos de aumento del PIB para Estados Unidos. Éste creció, tan sólo, el 1,6%, algo que, sin duda, influyó en el resultado de las elecciones de ese año. Trump prometió situar el crecimiento económico en, al menos, el 4%, a través de una bajada masiva de impuestos. La reducción impositiva aumento la demanda a corto plazo y sitúo el crecimiento en el 3% en 2018. Pero una reducción fiscal que no viene acompañada de medidas que eviten el incremento del déficit tiene un recorrido muy corto, y su efecto se ha ido disipando en 2019.
El principal problema que el país presenta es el elevado déficit público
Por otro lado, el acuerdo presupuestario con el Congreso en 2018 expandió el gasto. Pero, nuevamente, al incrementarse en consecuencia el déficit público, el efecto de esta expansión ha sido limitado en el tiempo. El cierre temporal del Gobierno en el cambio de año de 2018 a 2019 y, sobre todo, la agresiva política comercial de carácter proteccionista ha introducido incertidumbre en la economía americana, lo que ha retraído la inversión empresarial en los últimos trimestres.
Con todo, el primer mandato Trump se va a saldar con un crecimiento medio en torno al 2,5%, una inflación estable por debajo del 2%, una tasa de desempleo históricamente baja en el entorno del 3,5%, aunque ya en 2016 se situaba por debajo del 5%, y con una cierta recuperación de la renta personal disponible y de los salarios en los dos últimos años. En el lado negativo tendremos un déficit público elevadísimo, cercano al 6% del PIB, una guerra comercial abierta con China, cuyos intervalos de alto el fuego no han logrado hasta ahora reducir la incertidumbre empresarial, y una inversión débil, una vez que han desaparecido los efectos a corto plazo de la expansión fiscal.
En este contexto los candidatos demócratas no lo tienen fácil. Hoy, el principal problema de la economía americana es el déficit público. Pero, a su vez, la receta tradicional de los demócratas para atraer a sus votantes a las urnas es un incremento del gasto social para mejorar las coberturas sociales que, en Estados Unidos, son muy inferiores a las de Europa. Esto sólo es creíble mediante un incremento de impuestos. Pero la clase media americana tiene un rechazo instintivo a las subidas impositivas. Por ello, los candidatos demócratas mejor situados y, en especial el favorito según las encuestas que es el exvicepresidente Biden, han tenido mucho cuidado en hacer ofertas electorales excesivamente generosas y, sobre todo, en plantear su financiación mediante incrementos impositivos que sean percibidos como dañinos para la clase media.
Por ello, propone algunas medidas sociales que tengan escaso impacto presupuestario aprovechando las bajas tasas de desempleo, como elevar el salario mínimo a 15 dólares la hora (frente a los 7,25 dólares actuales), junto con otras que precisan un incremento de gasto público, como apoyar que todos los trabajadores tengan derecho a permisos por tener hijos o cuidar a familiares, reducir los costes de la enseñanza universitaria y la carga de la deuda de los estudiantes, mejorar la retribución de los profesores, reducir los costes de los medicamentos o expandir la cobertura del seguro de salud público.
Para financiar este incremento de gasto, Biden plantea incrementar los impuestos sobre las ganancias del capital, elevar el impuesto de sociedades, manteniéndolo por debajo de los niveles de 2017, y elevar los impuestos sobre las rentas más altas. Otros candidatos como Warren y Sanders plantean imponer impuestos sobre el sector financiero y sobre el patrimonio. Pero no está nada claro que los incrementos de impuestos propuestos sean suficientes para financiar el aumento de gasto.
En materia energética y cambio climático, el principal candidato demócrata quiere reducir las emisiones a través de un impuesto sobre el CO2, limitar la exploración y explotación de los yacimientos de hidrocarburos y un mayor desarrollo de la energía nuclear como forma de producir electricidad sin incrementar las emisiones.
Respecto a la política comercial, la posición demócrata en general es no usar el comercio internacional como arma política.
En definitiva, para ganar la presidencia los demócratas deberán elegir entre las posiciones más moderadas de Biden, las más extremas de Sanders, o las intermedias de Warren. El candidato que propongan al pueblo americano deberá enfrentarse a un presidente como es Trump, que, aunque no ha cumplido con el crecimiento prometido, presenta unas excelentes cifras de empleo. Pero ni republicanos ni demócratas han explicado que van a hacer para reducir el elevado déficit público.