
En los últimos tiempos ha estado creciendo un movimiento en contra de volar en avión, al menos en distancias cortas como las que existen entre ciudades europeas, con la idea de reducir la huella de carbono que solemos dejar los seres humanos en nuestro paso por la tierra, inmersos -como estamos- en la vida moderna, llena de aparatos que consumen energías que contaminan.
En el caso de la aviación, sin embargo, estamos hablando de uno de los pocos sectores en el mundo que ha tomado en serio el tema de su intervención en el medio ambiente y las consecuencias que la actividad en su conjunto tiene en el calentamiento global.
Desde hace al menos 10 años que la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), que agrupa 193 países, y la Asociación de Transporte Aéreo Internacional (IATA), donde concurren 270 aerolíneas de todo el mundo, hicieron causa común con armadoras de aviones, aeropuertos, desarrolladores de biocombustibles y demás proveedores de la industria, para buscar la forma de hacerle frente al problema y reducir en lo posible la contribución del sector de transporte aéreo al ambiente.
La industria debe reaccionar con iniciativas desde el punto de vista del combustible
En 2009 se adoptaron diferentes acciones para mejorar la eficiencia de las turbosinas que ayudarán a reducir un 1,5 por ciento de emisiones entre 2009 y 2020 y se hizo el compromiso de llegar a un crecimiento neutro tras 2020, además de que en 2050 se reduzca la huella a los niveles de 2005.
Se establecieron cuatro pilares estratégicos para enfrentar el problema, que consisten en nuevas tecnologías de motores y desarrollo de nuevos combustibles; mayor eficiencia de las operaciones; mejora en la infraestructura, incluido el sistema de tránsito aéreo para mover más rápido a las aeronaves; y un sistema global de medición que permitiera ir mo-nitoreando el avance de estas políticas.
Así nació también el Esquema de Reducción y Eliminación de Carbono de la Aviación Internacional (Corsia por sus siglas en inglés), iniciativa que fue aprobada por la 39 Asamblea General de la OACI, celebrada en Montreal, Canadá, y que iniciará a partir de 2021 de manera voluntaria con el apoyo de 65 países que realizan casi un 90% de los vuelos internacionales.
Se entiende que para 2020 el 80 por ciento de los países miembros de OACI se habrán sumado y en 2026 será obligatorio operar bajo las nuevas reglas, para primero inhibir y después eliminar las emisiones de CO2 a la atmósfera por parte de los aviones.
Los compromisos de Corsia son muy claros y van encaminados a reducir esa huella de carbono. Se estima que la aviación es responsable del 2 por ciento del total de las emisiones de CO2 del mundo, que en 2017 equivalía a 859 millones de toneladas.
Todas estas iniciativas se hicieron con la idea de evitar que los grupos de presión empujaran impuestos especiales o la adopción de medidas que constriñan el tráfico aéreo, lo cual sería gravoso y muy complicado, e impactaría directamente al crecimiento del transporte aé-reo en el mundo.
Por esta razón, todos los operadores aéreos adoptaron la medida de monitorear, verificar y reportar sus emisiones en vuelos internacionales a partir de este año, e incluso se inició el sistema de "compra de unidades de emisión" para reducir el crecimiento de las mismas. Esto, desde luego, impacta en el coste de los billetes de avión pues la compra de esas unidades se traslada al viajero.
Pero aunque las acciones de OACI y IATA han sido consistentes, e incluso las constructoras de aviones como Airbus, Boeing, Embraer, Bombardier, Sukhoi, BAE, etc, están realmente comprometidas en la generación de nuevos motores y materiales compuestos, cuyo peso más ligero ayuda a disminuir emisiones, hay iniciativas que no han caminado como se había previsto, como es el desarrollo de biocombustibles que provengan de fuentes no fósiles ni contaminantes. Esto porque los costes de las investigaciones son muy altos, el resultado no ha sido el deseado y el precio del crudo se redujo considerablemente en los últimos años, lo que desincentiva las inversiones en nuevos combustibles.
Pese a todo el esfuerzo, desde hace unos meses empezó a crecer en Suecia el movimiento de los ciudadanos para reducir los viajes en avión y limitar su número a uno cada seis meses. El tráfico aéreo ya ha caído un 8 por ciento en lo que va de año. El ejemplo está cundiendo en diversos países, empezando por Alemania, donde un 22 por ciento de viajeros decidió usar otros medios de transporte -el tren, sobre todo- seguido de Francia, EEUU, España, el Reino Unido, Australia, Brasil, Italia, Indonesia, Singapur, Rusia, Corea del Sur y Japón con porcentajes que varían del 18 al 11 por ciento.
Casi las dos terceras partes de estos "viajeros sostenibles", como se les conoce a los que adoptan el movimiento "vergüenza de volar en avión" pertenecen a la generación Z y a la millenial. El dato que más les impresiona es que volar produce 285 gramos de CO2 por persona/kilómetro, en tanto que el tren solo aporta 14 gramos por persona/kilómetro.
Las repercusiones para el transporte aéreo pueden ser muy duras, por eso se espera que la industria reaccione con nuevas iniciativas más enérgicas, sobre todo en materia de combustibles. Ya lo comentaremos.