
Uno de los hitos de la reciente cumbre del G-7 fue el entendimiento de EEUU y Francia sobre la tasa que este último país aplica a las tecnológicas estadounidenses desde julio con carácter retroactivo.
El llamado impuesto GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple) siempre ha sido una fuente de inspiración para el Gobierno español a la hora de plantearse crear un gravamen similar y, de hecho, en Moncloa barajan otra vez el proyecto a la vista de la sintonía de los presidentes Trump y Macron. Sin embargo, hay varios motivos que aconsejan poner en cuarentena ese optimismo. En primer lugar, resulta apresurado interpretar que este impuesto deja de ser, automáticamente, una fuente de conflictos con EEUU. De momento, no hay ningún acuerdo escrito y falta por conocer a qué se comprometen exactamente París y Washington para cerrar la tensión arancelaria que los enfrentó.
Pese a la sintonía entre Macron y Trump, es cuestionable que este impuesto deje de ser una fuente de conflictos
De momento, lo que ya puede asegurarse es que Francia asume que su tasa tendrá que revisarse en 2020 para adaptarla al sistema de tributación de las multinacionales que la OCDE hará público entonces. Y dicha adaptación puede suponer que Francia compense a esas empresas por lo que haya recaudado de más. Esas potenciales devoluciones, a las que tendría que sujetarse también el impuesto español, pueden mermar más las expectativas de recaudación que la tasa Google de Moncloa ya presenta. No en vano, su previsión de lograr 1.200 millones está cuestionada por la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal.
Por tanto, aunque resulta legítima la pretensión de todo Estado de que las tecnológicas tributen por beneficios que obtienen en su territorio, las ventajas de tomar medidas unilaterales en este ámbito son aún muy dudosas.