
En el mes de marzo, inmersos en pleno estallido de la pandemia de la covid-19 en España, los epidemiólogos agitaban la esperanza de que el calor y la humedad pudieran doblegar la virulencia del SARS-CoV-2 y espolearan su remisión. A las puertas del verano, no sólo sabemos que no se ha demostrado que las altas temperaturas puedan torcer el brazo de este virus zoonótico del mismo modo que lo hacen con la gripe, sino que, además, algunos de los elementos para la prevención de contagios chocarán directamente con las medidas para frenar la mortalidad en olas de calor. Los más afectados, una vez más, volverán a ser los grupos vulnerables: ancianos, enfermos crónicos y personas que viven solas.
Pese a que existe amplia evidencia científica de que la acción de múltiples virus como la gripe y los llamados coronavirus -de procedencia animal- queda limitada por las altas temperaturas y la humedad, a día 4 de junio, los estudios sobre el tristemente famoso SARS-CoV-2 no ofrecen una conclusión determinante que indique que las condiciones climatológicas jugarán un papel destacado para modular su transmisión. Es decir, el sueño de un verano sin coronavirus ha quedado volatilizado de un plumazo.
Teniendo en cuenta que los factores que aumentan el riesgo de letalidad en la covid-19 coinciden con los que más perjudican a las personas vulnerables a las altas temperaturas -enfermedades cardiovasculares, respiratorias, renales y diabetes-, los investigadores llaman a no subestimar el efecto sobre la salud de las personas de los golpes de calor. El estudio recuerda que la mortalidad en Europa ha ido en aumento por las olas de calor -en 2003, murieron 70.000 personas-, y que los meteorólogos ya han pronosticado que el verano de 2020 será uno de los más calurosos desde que existen los registros de temperatura.
Coronavirus y olas de calor convivirán en los mismos escenarios del hemisferio norte durante las semanas venideras, duplicando los problemas, según alerta un estudio realizado por investigadores de la Universidad Técnica de Dinamarca y del Instituto de Salud Carlos III, publicado en Environmental Research. El trabajo advierte de que los planes preventivos que ponen en marcha las administraciones públicas de los países más calurosos para frenar los efectos perjudiciales de las temperaturas extremas sobre la salud de las personas tendrán una implementación más difícil y correrán el riesgo de la invisibilización por una pandemia que acapara todos los recursos materiales e inmateriales.
Un ejemplo a modo de acercamiento a la cuestión. ¿Recuerda lo que hizo el pasado verano para afrontar la calígula? ¿Fue a la piscina, acudió a algún cine o centro comercial con aire acondicionado, mantuvo su casa refrigerada, siguió las recomendaciones de las autoridades sanitarias? Probablemente, la respuesta sea afirmativa. Sin embargo, todos estos recursos están puestos en tela de juicio en el contexto de la pandemia del coronavirus. Repasamos a continuación cómo afectarán unas medidas a otras y las contradicciones que provocará su convivencia.
1. El aire acondicionado empleado en espacios de uso común podría espolear los contagios por aire del coronavirus, algo que ha sido demostrado ya por algunas investigaciones como la realizada en un restaurante de la ciudad china de Guangzhou. En este trabajo quedó patente que el climatizador jugó un papel fundamental a la hora de provocar el contagio en tres grupos de personas.
El aire acondicionado como herramienta para mantenerse a salvo de las temperaturas extremas podría desplazar a las personas con dificultades económicas, que podrían no ser capaces de asumir el gasto de la adquisición de uno de estos aparatos o de su factura eléctrica en un escenario de crisis económica abierto. Pero, además, los riesgos que entraña con respecto a la transmisión del coronavirus apuntan a que se convierta en una contraindicación en lugares donde se reúnen numerosas personas, especialmente grupos vulnerables, como las residencias de ancianos y los centros de atención social.
2. Cierre de espacios refrigerados de acceso público. Lugares como bibliotecas públicas, centros de ocio o piscinas permanecerán cerrados en muchas ciudades ante las medidas recomendadas para evitar la propagación de la covid-19, dejando sin recursos para mantenerse unas horas en temperaturas más frescas a buena parte de la población.
3. Limitación en el acceso a locales de ocio y hostelería. Cines, bares, restaurantes y centros comerciales, auténticos salvavidas en los veranos de 40 grados a la sombra, estarán abiertos pero con límites de aforo. El distanciamiento social provocará un rediseño del uso de estos espacios que complicará que constituyan el recurso del que cualquiera ha echado mano veranos atrás para sortear una tarde de calor extremo.

4. Las restricciones en los espacios citados anteriormente duplicarán la presión sobre otras áreas en las que las temperaturas son más frescas: jardines, enclaves naturales con masas de agua como ríos, lagos, playas o piscinas naturales atraerán a un mayor número de personas que huyen del calor, dificultando así cumplir con las medidas impuestas de distanciamiento social que exige la pandemia.
5. El uso de sprays con agua y las fuentes públicas para beber deberán revisarse ante la falta de información sobre si estos elementos pueden activar los contagios.
6. Las recomendaciones y la campaña informativa que se realiza cada verano por parte de las autoridades sanitarias para paliar los efectos de las olas de calor corren ahora el riesgo de acabar invisibilizadas por la información sobre la prevención del coronavirus, que lleva acaparando toda la atención desde mediados de febrero. Sin la información adecuada y su acceso a la misma, los grupos vulnerables -ancianos y enfermos crónicos- podrían contar con un nuevo elemento de riesgo.
Atención médica limitada
Además de todo esto, la pandemia trae consigo problemas específicos que, una vez más, afectarán a grupos de personas vulnerables. Así, la asistencia domiciliaria de voluntarios a individuos que padecen especialmente las consecuencias de las olas de calor podría eliminarse por su riesgo al contagio por parte de individuos asintomáticos.
El sistema sanitario y de atención médica seguirá arrastrando las limitaciones derivadas de su colapso durante la primavera -algunos centros y ambulatorios continúan cerrados a día de hoy en España-, lo que provocará el riesgo de desatender a ciudadanos que lo necesiten por las consecuencias del calor. El miedo a acudir a centros médicos continuará operando como motor de decisión de múltiples individuos que opten por permanecen en sus hogares aunque padezcan síntomas relacionados con los golpes de calor.
Los sistemas de vigilancia de enfermedades y mortalidad, que año tras año demuestran su utilidad para detectar zonas en las que el calor está incidiendo de manera más hostil sobre la salud de las personas, son los mismos que acapara ahora el foco de la covid-19. Estos sistemas, esenciales para generar una respuesta de intervención por parte de las autoridades, corren el riesgo de quedar inutilizados en el escenario de las olas de calor en detrimento de la detección de los rebrotes del SARS-CoV-2. El estudio recomienda la idoneidad de que fueran reforzados para investigar el impacto previsto sobre la salud de las personas por la interacción entre el coronavirus y los golpes de calor.