
El año que acaba de comenzar llega marcado por el cambio de administración en Estados Unidos y las señales inflacionistas que comienzan a parpadear intermitentemente ante la posibilidad de que la administración Trump logre aplicar estímulos fiscales y elevar las inversiones públicas en infraestructuras y defensa.
Factores que la propia Reserva Federal ya comenzó a contabilizar durante su última reunión de política monetaria celebrada el pasado 13 y 14 de diciembre, cuando Janet Yellen y los miembros del Comité Federal de Mercados Abiertos (FOMC, por sus siglas en inglés) optaron por llevar a cabo su segunda subida de tipos de la última década.
Mientras tanto, el Banco Central Europeo y el Banco de Japón mantienen sus políticas acomodaticias, aunque sus planes este año hacen pensar que la engullida de activos tocó techo el año pasado. Según los datos más recientes publicados por Yardeni Research, los balances de los principales bancos centrales del mundo acumulan alrededor de 17,6 billones de dólares en activos. De la cifra total, la Fed cuenta con alrededor de 4,4 billones de dólares, el BCE cerca de 3,5 billones de dólares mientras que el Banco de Japón suma cerca de 4,1 billones de dólares. El Banco Popular de China se lleva la palma, con cerca de 5 billones de dólares en activos.
Con esta referencia sobre la mesa, los escollos a sortear por los encargados de dictar la política monetaria entre las principales economías del mundo difiere según las necesidades particulares, destaca el último informe de Deutsche Bank. En el caso de la Reserva Federal, los expertos observan entre dos o tres subidas de tipos, especialmente en la segunda mitad del año si la economía comienza a repuntar. Yellen y el FOMC tendrán que hacer encaje de bolillos para que una política monetaria más agresiva no frene el avance económico. Las alzas se intensificarán en 2018.
En el caso del BCE, Mario Draghi y sus chicos mantienen su perspectiva acomodaticia y aumentarían sus estímulos si fuera necesario. El momento económico es positivo pero podría verse perjudicado por los riesgos políticos, con las elecciones en Francia y Alemania como referencia. Dicho esto, las perspectivas de una mejora en la inflación hacen pensar que la entidad deshará sus compras, un acto conocido como tapering en la jerga financiera, a partir de septiembre.
Inglaterra y Japón
Por su parte, el Banco de Inglaterra, con Mark Carney al frente, no planea cambios en su política monetaria aunque el shock del Brexit puedo comenzar a pasar factura una vez que la primera ministra Theresa May active el Artículo 50 del Tratado de Lisboa. Si no se materializase un quebradero de cabeza económico, probablemente la entidad finalizará sus compras de activos en el primer trimestre de este año, aunque mantiene la puerta abierta a posibles estímulos si la situación empeorase.
En lo que se refiere al Banco de Japón, los analistas proyectan una recuperación impulsada por el consumo privado, la devaluación del yen y por ende cierta recuperación en los precios. La entidad de Haruhiko Kuroda tendrá que luchar por mantener su credibilidad acercándose a sus objetivos de inflación así como mantener bajo control la rentabilidad de la deuda pública nipona a 10 años ante la perspectiva de que otros bancos centrales, como la Fed, continúan con su escalada monetaria. De momento, Kuroda mantendrá su política sin cambios y defenderá sus objetivos pese a que esta situación genere algo de volatilidad en los mercados financieros.
La atención en los bancos centrales de economías emergentes también será intensa. En general muchos de estos países optarán por mantener los tipos sin cambios o relajar su política monetaria aunque en algunos casos, como México y Turquía, la presión sobre sus respectivas divisas así como los riesgos inflacionistas serán riesgos a tener en cuenta.