El objetivo de la inversión de impacto es obtener, además de una rentabilidad financiera, un impacto ASG (ambiental, social o de gobernanza) cuantificable. Representa el estadio más avanzado de la Inversión Socialmente Responsable (ISR), según ha explicado, en la sexta y última sesión de la Semana de la ISR de Spainsif, Aingeru Sorarrain, gestor de fondos senior en Kutxabank Gestión: "En sus inicios, la ISR se basaba en los filtros de exclusión [que descartan como objeto de la inversión a empresas nocivas en base a criterios ASG]; después se incorporaron esos criterios ASG a todo el proceso de inversión, gracias a lo cual la ISR se convirtió en algo mainstream"; y el siguiente estadio, la inversión de impacto, responde a la pregunta de "¿qué se consigue con esta inversión?".
Agustín Vitórica, cofundador de Gawa Capital, afirmó que la inversión de impacto "hace falta" y que tiene un recorrido inmenso por delante. "La IFC [la International Finance Corporation, que forma parte del Banco Mundial] acaba de publicar un informe que revela que la inversión de impacto solamente cubre el 10% de la demanda potencial que hay para ella en el mundo", con lo que es preciso "movilizar todos esos recursos", con la meta de cumplir con los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) de las Naciones Unidas.
Para cumplir con dichos objetivos, añadió Vitórica, "se calculó que existía una brecha de 2,5 billones de dólares anuales de inversión necesaria para poder cumplirlos en 2030. Y lógicamente esa brecha solo podía venir de los mercados de capitales privados". Con el Covid-19, añadió, "esa brecha se va a ampliar fuertemente, sobre todo en los mercados emergentes. De hecho, se ha calculado que se van a añadir otros 500 millones de personas en situación de extrema pobreza, de modo que se hace aún más urgente movilizar toda esa inversión privada", explicó.
Aingeru Sorarrain también enfatizó que el Covid-19 no hará sino acelerar "el ritmo de emisiones de bonos verdes y sociales", fundamentalmente de estos últimos, "debido a las necesidades que se han creado en cuestiones relacionadas con la educación o la sanidad". "Y, en esta ola que viene, debemos ser especialmente cautelosos con el riesgo de greenwashing", advirtió, refiriéndose a una práctica que la UE intenta erradicar con su regulación, consistente en utilizar la etiqueta de sostenible o de verde como una mera herramienta de marketing.
La difícil medición del impacto
El gran problema al que apuntaron los participantes en esta jornada, que llevaba por título La reinvención de la inversión de impacto, es la dificultad de conseguir datos fiables para llevar a a cabo esa medición. "¿Hasta qué punto se verifica la inversión de impacto, qué fiabilidad tienen esos datos para la comunidad inversora?", se preguntó Fernando Gómez-Bezares, vicepresidente de Spainsif y catedrático de Finanzas de Deusto Business School. Gómez-Bezares también explicó que, de acuerdo con la ley española, solo se pueden auditar los datos contables, de modo que estos datos no financieros son sometidos a un proceso de verificación.
"Creo que hay ciertas cosas que se pueden controlar muy bien, y que otros datos son muy difíciles de obtener]", señaló Isabel Reuss, responsable global de investigación ISR en Allianz Global Investors. "Si, después de una pandemia como la que estamos viviendo, yo exijo a las compañías una avalancha de indicadores, me van a responder que no pueden hacer frente a esos requisitos; creo que debe alcanzarse un equilibrio entre lo que piden los reguladores, lo que pueden ofrecer las pequeñas empresas y lo que realmente es necesario para los inversores". Este tipo de datos, añadió Reuss, "son, a veces, tan detallados, que las empresas, especialmente las de menor tamaño, tienen problemas para ofrecerlos".
La inversión de impacto ofrece rentabilidades que pueden ir desde el 2% o el 3% hasta un 8%, señalaron los ponentes, en función del nivel de riesgo que se asuma; en aquellos proyectos de carácter más filatrópico, "quizá sí haya que renunciar a algo de rentabilidad", apuntó Agustín Vitorica.