
Me da envidia la encendida lucha que todos hacemos por la igualdad de género en relación a los éxitos que se consiguen para cambiar la educación financiera en España. La semana pasada, la CNMV solicitaba denodadamente que los consejos de administración de las cotizadas alcancen el 40% de mujeres (solo tres del Ibex logran ya este porcentaje y en su consecución ha habido más márketing que convencimiento). Ahora que debatimos como nuestra Constitución recoge la igualdad de género, podemos recordar a Ruth B. Ginsburg, que consiguió revocar un siglo de jurisprudencia y 178 leyes que discriminaban a la mujer, pese a que en la Carta Magna de los EEUU no aparece la palabra mujer y tampoco libertad. La versión para el cine de lo ocurrido deja ante el tribunal una de esas frases que ponen la carne de gallina: "El país ha cambiado sin el permiso de los ciudadanos, ahora estamos pidiendo que protejan el derecho del país a cambiar".
Con el derecho pasa algo que es extrapolable a toda la sociedad, primero hay que cambiar la mentes y luego las leyes. Para el mundo de la inversión también sería primero cambiar las mentes y luego la industria y su rodillo de comercialización de productos tontos. Productos que fenecerán por el simple instinto de supervivencia.
La revolución del ahorro en España queda pendiente. Dejando al margen el endémico error de que cuatro de cada cinco euros del ahorro de los españoles se pone en 'ladrillo', solo centrándonos en la parte financiera nos damos cuenta de un plumazo de la pérdida de oportunidad de generar riqueza en nuestra sociedad. Ahorramos, y en muchos casos no lo hacemos para un propósito inmediato y con el objetivo de tener más dinero del que tenemos hoy, en productos que no ofrecen ninguna rentabilidad y con los que perdemos sistemáticamente poder adquisitivo, por poca que sea la inflación. Casi el 40% del dinero está en depósitos y cuentas a la vista. Estoy convencido de que una parte importante de este ahorro no es para estar al corriente de los recibos y pagar el supermercado. Hay cientos de miles de millones de euros que se mueren de risa en cartillas amarillentas de bancos, porque nadie se preocupa que desde el colegio se imparta la mínima cultura de inversión.
El inversor de perfil medio, que se mueve en fondos de inversión (14% del ahorro financiero), vive subsumido en productos que ofrecen escasa rentabilidad, con costes elevados. Llama la atención como en años como el pasado, en el que los perfiles moderados y flexibles lograron rentabilidades del 10%, ninguna de las grandes gestoras alcanzó una ganancia ponderada respecto a su patrimonio de doble dígito: solo Kutxa-bank y Caixabank llegaron al 8%.
Y los pocos que invierten en bolsa, el 5%, lo hacen esencialmente en valores locales, que no deberían representar más del 2% o 3% de su cartera.