
Llegó, batió todos los récords de gasto electoral, perdió y se fue. Michael Bloomberg, una de las personas más ricas del mundo, puso fin este miércoles a su campaña presidencial tras gastar más de 500 millones de dólares para asistir a dos debates y llevarse una mísera victoria en la Samoa Americana, uno de los territorios de ultramar estadounidenses, cuyo PIB anual -658 millones- es solo ligeramente mayor al gasto que ha hecho en publicidad el exalcalde de Nueva York. Y pidió el voto por su verdugo: Joe Biden, que a cada minuto pinta más como candidato demócrata definitivo.
La campaña de Bloomberg fue atípica desde un principio. El sistema de primarias está diseñado para que dos estados blancos pequeños y manejables -Iowa y New Hampshire- evalúen a los candidatos, y dos con mayorías étnicas no blancas -Nevada y Carolina del Sur- dejen opinar a negros e hispanos. Normalmente, los candidatos que sobreviven deben ser capaces de soportar el escrutinio en pequeños espacios y atraer a las dos minorías que suponen los mayores caladeros de votos demócratas. Bloomberg decidió saltarse la fase previa e ir directamente a la ronda final, el 'Súpermartes'. Su idea era muy clara: Joe Biden, el favorito de los moderados, se desintegraría por el camino, y él se llevaría a sus votantes en volandas en el momento clave a base de inundar de anuncios las televisiones de todo el país.
Y todo parecía irle bien. Todo, hasta que Bloomberg dejó de relacionarse con los votantes mediante anuncios y tuvo que hablar en dos debates electorales, de los que salió escaldado ante los ataques de la senadora Elizabeth Warren y su falta de preparación. Y poco después, la aplastante victoria de Biden en Carolina del Sur, aupado de forma casi unánime por la población negra del estado, devolvió al exvicepresidente de Obama todo el ímpetu que había perdido. En cuestión de horas, todos los votantes que se habían planteado pasarse a Bloomberg volvieron en masa a Biden y el magnate neoyorquino se quedó sin nada.
Cuarto en una carrera de tres
La noche fue un desastre. Lo único que sacó fueron algunas decenas de miles de papeletas de los que habían votado por adelantado en Texas y California y que ya no podían cambiar el sentido de su voto -insuficientes para superar la barrera del 15% para obtener delegados-, y algunos segundos puestos en los estados sureños en los que era el único candidato inundando la televisión de anuncios. En total, se llevó 64 delegados y una sola victoria, gracias a los 175 votos que obtuvo en la minúscula Samoa. Y hasta quedó por detrás en papeletas de Elizabeth Warren, la otra gran perdedora de la noche. Un desastre sin paliativos que le ha hecho abandonar inmediatamente.
El lunes le preguntaron qué haría si quedaba tercero. Bloomberg dijo que "quedar tercero de tres candidatos (Bide, Sanders y él) sería un fracaso". En realidad, ha quedado cuarto. Ahora la pregunta es qué hará con su dinero: hace un mes dijo que, si perdía, estaba dispuesto a gastar otros 500 millones de dólares -un 1% de su riqueza personal- para atacar a Trump y apoyar a Biden durante el resto de la campaña. Probablemente así sea más útil al partido que quería liderar hasta ayer. Pero una cosa ha quedado clara: no, no se puede comprar la nominación a la presidencia solo a base de dinero.