No hay discusión posible: en cuanto Elon Musk adquiera Twitter, nadie podrá codearse con el magnate sudafricano, ni en riqueza ni en influencia global. Mientras que lo primero puede medirse en millones de dólares, lo segundo no tiene un rasero equivalente. Ese poder mediático, capaz para movilizar voluntades a velocidades virales, podría arrogarse a Twitter. Solo por ese motivo, su futuro dueño podrá presumir de llevar las riendas del medio de comunicación más ágil y universal conocido.
También el más poderoso de cuantos existen, a años luz de las cabeceras periodísticas líderes en prensa, radio o televisión. La plataforma de Internet ya ha demostrado su solvencia para mover el planeta con solo 144 caracteres, como ocurrió hace diez años durante la primavera árabe, revolución que demostró el colosal potencial de convocatoria de las redes sociales, empezando por la del pajarito.
Con sus recursos casi ilimitados y sus ambiciones mesiánicas, Musk pagará en efectivo mucho más de lo que vale Twitter
Pero Twitter es mucho más que el púlpito de las celebridades o el altavoz inmediato de cualquier gobierno o institución. Se trata de un fenómeno que concede a cualquier usuario la facultad de compartir sus ideas, fotos o vídeos con todos los habitantes, no solo con los usuarios de la plataforma. Sus exclusivas periodísticas se miden por miles en los últimos años, empezando por la imagen del accidente del avión de US Airways sobre el neoyorquino río Hudson en 2009 y terminando por cualquiera de los comentarios y fotos que cada minuto claman por la paz en Ucrania.
Con sus recursos casi ilimitados y sus motivaciones mesiánicas, Musk pagará en efectivo mucho más de lo que vale Twitter, hasta un 22% por encima de las estimaciones de los analistas. Los accionistas de la empresa podrán tomar el dinero y salir corriendo, sin tener que comulgar con las ideas del padre de Tesla. Hace unos días entró como elefante en cacharrería en la red social, cuestionó conceptos sagrados como la opción de editar mensajes e irrumpió en el capital de la compañía con caso el 10%. No obstante, renunció a un puesto en el consejo por algo que ahora se conoce: quiere el juguete todo para él, sin compartirlo con nadie.