
Cuando un país se encuentra sumido en una crisis económica que dura años y que, prácticamente, ha destruido el sistema productivo de un país, resulta muy complejo darle la vuelta a la situación en poco tiempo. Las políticas que fomentan el crecimiento sostenible suelen surtir efecto a largo plazo (educación, inversión en I+D e infraestructuras...). Si alguien cree que el fin de Maduro devolverá la gloria a Venezuela de forma inmediata podría estar muy equivocado, y un buen ejemplo de ello es el caso de Zimbabue, país que salió a la calle para celebrar el fin de la era Mugabe y que ahora ve con desesperación cómo la situación económica no mejora.
Simukai Tabvura no había conocido más que el gobierno autoritario de Robert Mugabe en Zimbabue hasta que fue derrocado hace poco más de un año. La ilusión y promesa de cambio que acompañaron el fin de cerca de cuatro décadas de gobierno de Mugabe se han ido desvaneciendo para esta trabajadora que vende ropa de segunda mano.
Cuando en 2017 un 'golpe de palacio' puso fin al caótico mandato de Robert Mugabe en Zimbabue para reemplazarlo por uno de sus hombres de confianza, Emmerson Mnangagwa, el país africano parecía tener un momento de esperanza. Mnangagwa no tardó en anunciar que "Zimbabue está abierto para los negocios" y prometió derogar las medidas económicas de Mugabe más polémicas. Pero poco más de un año después, entre huelgas, un aumento de la inflación y una creciente escasez de combustible y divisas, el país parece cerca de recaer en la grave crisis que traumatizó a los zimbabuenses entre 2005 y 2009.
"Es como si ese año para poder hablar con libertad nunca hubiera existido", comenta Tabvura, que tiene 41 años, sentada en un banco casero de madera en su puesto de segunda mano instalado en una acera de la capital, Harare. "Un día podíamos apoyar a quien quisiéramos y al siguiente volvieron como antes, con armas, látigos y bastones", asegura esta mujer en declaraciones a Bloomberg.
La amarga realidad de la transición política de Zimbabue ofrece lecciones a países como Venezuela, donde Nicolás Maduro se aferra al poder en medio de protestas masivas y del derrumbe económico. Si se piensa que es fácil recomponer un estado quebrado después de décadas de gobierno de un líder brutal, Zimbabue demuestra que no es así.
"Dicen una cosa, hablan de libertad y apertura, dejan que así sea durante un tiempo y luego, sin previo aviso, vuelven a las mismas tácticas de siempre", comenta Tabvura.
Promesas vacías
Cuando los militares derrocaron a Mugabe a finales de 2017, los ciudadanos se volcaron a las calles a celebrarlo. Pero las promesas de recuperación económica y libertad política de su nuevo gobernante quedaron en nada.
Quince meses después de iniciado su gobierno, la economía se encuentra en el peor momento desde 2008. Los precios del combustible son los más altos del mundo, los productos básicos escasean y Mnangagwa ha presidido la represión más brutal de las protestas urbanas desde la independencia en 1980.
Todo podría haber sido diferente. Cuando Mugabe, el maestro que encabezó un ejército guerrillero en la década de 1970, hablaba de independencia tras ganar las elecciones, predicaba la reconciliación con la minoría blanca que había gobernado el país desde 1896.
"Tenía un sector agrícola espectacular y, si el país hubiera seguido ese ritmo de desarrollo y crecimiento, probablemente se habría convertido en un poderoso vecino de Sudáfrica", asegura Aditi Lalbahadur, un investigador del Instituto Sudafricano de Asuntos Internacionales.
La enésima crisis monetaria
Zimbabue abandonó su moneda en 2009, después de que la inflación llegara a 500.000 millones por ciento, y ahora usa principalmente el dólar. Sin embargo, esta divisa escasea y es poco lo que se ingresa después de que la violenta reforma agraria de Mugabe diezmara el sector agrícola y las amenazas de nacionalización frenaran la inversión minera extranjera. El país quedó asolado, ahora revertir la situación puede llevar años.
La emisión de bonos que el gobierno insiste en que están ligados al dólar pero que en realidad no se aceptan fuera del país, ha creado un mercado negro que ha acelerado la inflación. La cuarta parte de la población ha abandonado el país.
Como en Venezuela, la situación, que es cada vez más desesperada, alimenta disturbios y pone al gobierno ante opciones difíciles. Mnangagwa puede purgar su gobierno de opositores y arriesgarse a un golpe o mantener el statu quo y enfrentarse a más protestas y una creciente crisis económica.
Después de 25 años de crisis, "los problemas de Zimbabue son sistémicos", explica Lalbahadur. "La preocupación más acuciante de Zimbabue es económica, pero está entrelazada con la política".