
Si se analizan los principales indicadores económicos se puede concluir que esta región administrativa especial de la República Popular de China es una de las zonas más prósperas del mundo. Una renta per cápita que alcanza los 37.000 dólares, una tasa de paro del 3,2%, la inflación en el 2%... No obstante, si se profundiza en este análisis se puede ver que la vasta riqueza generada por esta zona está distribuida de una forma extremadamente desigual, lo que ha generado una sociedad de perdedores y ganadores.
En 2011, el gobierno de Hong Kong ya advertía en un informe de la fuerte desigualdad en la distribución de la renta en esta zona: "El coeficiente de Gini en Hong Kong es del 0,533. Normalmente, un coficiente de Gini por debajo de 0,2 indica que los ingresos están distribuidos de forma equitativa, entre 0,2 y 0,3 la igualdad es aceptable, un 0,4 ya es una señal de alerta, entre 0,4 y 0,5 existe una desigualdad importante, y por encima de 0,5 la disparidad de ingresos es más que considerable".
El coeficiente de Gini es un indicador que se encarga de medir la concentración del ingreso entre los individuos. Toma los valores entre 0 y 1. El cero indica que todos los individuos del país o región tienen el mismo nivel de ingresos, mientras que el 1 indica que un solo individuo acapara todos los ingresos. Por lo tanto, cuanto más alto sea este ratio mayor es la desigualdad de ingresos.
Una historia refleja de la realidad
Esta desigualdad en la distribución de la renta queda plasmada en la historia relatada por Bloomberg de la señora Lau, una madre hongkonesa que no puede dejar de mirar con nervios el calendario. Lau no recibirá su sueldo hasta dentro de una semana y no tiene suficiente dinero para alimentar a su familia de cuatro personas apiñadas en su pequeño apartamento de Hong Kong, que por suerte está subsidiado por el gobierno. Su marido no puede trabajar, y los niños de la casa no entienden por qué su madre compra alimentos de baja calidad y al límite de su fecha de caducidad.
"Hoy tenemos sopa de arroz para las tres comidas", asegura esta cajera de 42 años, que trabaja en la cadena de supermercados Wellcome, controlada por el grupo Jardine Matheson. Lau, que ha preferido usar sólo su apellido, es la única fuente de ingresos para su hija de 7 años y su hijo de 15, desde que su esposo se lesionó la espalda.
Esta trabajadora gana el equivalente a 5,40 dólares por hora, muy lejos del salario mínimo de casi 15 dólares la hora en ciudades como Seattle, donde el coste de la vida es más bajo que en Hong Kong.
La desigualdad se extiende
Es una historia cada vez más frecuente en Hong Kong, una ciudad con altos rascacielos y lujosas boutiques resplandecientes que ha pasado a ser probablemente el paradigma de la desigualdad de rentas en el mundo desarrollado.
Desde que hace dos décadas Gran Bretaña 'devolviese' su colonia a China, los ciudadanos más ricos prosperan rápido (la riqueza de los diez individuos más ricos representa casi la mitad de todo el PIB de Hong Kong), gracias al fuerte alza de los precios de la vivienda y a su control oligopólico sobre los puntos de venta minoristas, las empresas de servicios públicos, las telecomunicaciones y los puertos de la ciudad. Pero la gente como Lau tienen un devenir bastante diferente. | Venden una plaza de garaje en Hong Kong por 595.000 euros
Un modelo que originalmente trajo mucho crecimiento y dinamismo, permitiendo gran libertad para las empresas, ha desembocado en una economía en la que unas cuantas firmas controlan todos los sectores y han acabado con la competencia, por lo que tienen poder para establecer salarios y precios.
Por otro lado, la vivienda en esta pequeña región especial es la menos accesible del mundo, con unos precios que superan relativamente a los de Londres, Sydney o San Francisco cuando se analizan desde la perspectiva de la renta de las familias. Los precios de las casas han aumentando casi un 400% en los últimos 14 años.
La situación es tan extrema, que desde Bloomberg aseguran que algunos ciudadanos de Hong Kong han comenzado a plantearse la emigración hacia otras zonas de China, con una renta per cápita muy inferior, pero más igualitarias y con mayor accesibilidad de la vivienda, bienes y servicios.
"Hong Kong es un caso muy extremo de desigualdad absoluta, prácticamente no hay herramientas en funcionamiento para reducirla", asegura Richard Florida, autor de The New Urban Crisis y director del Instituto Martin Prosperity en Toronto. "No me parece sostenible. No se trata de la economía, es la reacción política adversa. Genera unas diferencias muy grandes y la gente acaba enfadándose".
La dificultad que tiene Hong Kong para ayudar a sus ciudadanos a mejorar sus vidas quizá represente el desafío más grande dentro de su singular modelo económico. Durante décadas, algunos economistas idolatraron a la ciudad considerándola lo más cercano a una economía libre, con pocas regulaciones y sin impuestos sobre las ventas minoristas o los aumentos de capital.
Un IRPF del 15%
Más de la mitad de la población activa de Hong Kong, incluida Lau, tienen unos ingresos que están por debajo del nivel que genera la obligación de pagar impuesto sobre la renta, y para la minoría que lo hace, el tipo estándar es un escaso 15%.
Pero los salarios no lograron seguir el ritmo de los costes, lo que hace que cientos de miles de habitantes de Hong Kong apenas estén en condiciones de sobrevivir. Un indicador común de la desigualdad, el coeficiente de Gini señalado en párrafos anteriores (en el que 0 es la igualdad absoluta y 1 es todo el dinero en manos de una sola persona) ilustra el problema: la cifra publicada la semana pasada pone a Hong Kong en un récord de 0,539, la más alta desde que comenzaron a relevarse datos en los años 1970. Es la mayor disparidad en Asia, superior a lugares como Papúa Nueva Guinea y Brasil.
"Hong Kong es caso de estudio muy interesante, donde los beneficios están a salvo de la competencia, mientras que el trabajo no puede organizarse fácilmente", asegura Emmanuel Saez, profesor de economía de la Universidad de California, Berkeley, que colabora a menudo con Thomas Piketty, el economista francés que escribió El capital en el siglo XXI. "Eso genera una desigualdad muy grande".