
¿Cuál es la diferencia entre una zapatilla deportiva y un par de mocasines? ¿La batamanta es una bata o una manta? ¿El traje de Papá Noel que viste en el Polo Norte lleva velcro o cremallera? No son preguntas aleatorias: de su respuesta, un empresario (y por tanto, un consumidor) puede ahorrarse miles de dólares en impuestos arancelarios en Estados Unidos. La picaresca norteamericana con la Hacienda es tan antigua como el propio país. En parte, por eso se independizaron de Londres. Pero una práctica que se ha extendido en los últimos años es la 'ingeniería arancelaria': modificar ligeramente los productos para que tengan otra clasificación y evitar pagar impuestos.
Los ejemplos son tantos como empresarios eludiendo las aduanas. En EEUU existen más de 5.000 códigos diferentes de clasificación de productos que las autoridades federales utilizan para evaluar qué nivel de aranceles imponer. Estas clasificaciones suelen desarrollarse mediante un árduo proceso de negociación entre los lobbies y los funcionarios. Si eso falla, otra práctica es relocalizar la producción a países con aranceles más bajo o traerse la versión final de la producción a EEUU.
Pero cuando todo eso deja de servir, la creatividad sale a relucir en forma de imaginativas fórmulas que reconvierten los productos o modifican la denominación de estos. El ejemplo más antiguo se remonta a finales del siglo XIX, cuando un comerciante estadounidense recubrió el azúcar con melaza para evitar las tasas aduaneras sobre el dulce alimento. El Tribunal Supremo estadounidense sentenció que esta práctica no es per se fraude, aunque ha traído incontables batallas judiciales.
Ser o no ser, ese es el impuesto
La prensa estadounidense recoge multitud de ejemplos históricos de ingeniería arancelaria que han hecho que productos cotidianos sean oficialmente otro bien totalmente distinto del que el público cree. La Ford Transit Connect, por ejemplo, fue durante unos años un turismo y no una furgoneta. El fabricante automovilístico le añadió dos hileras de asientos y ¡voilà! Ahora era un coche. Con el resultado de pagar un impuesto diez veces menor que si se considerara una furgoneta o una camioneta.
No es que Ford inventara la rueda. Subaru comercializó durante años su legendaria camioneta-coche Brant como un turismo corriente para evitar los aranceles del 25% a los camiones que impuso Johnson en los 60 y que nunca se eliminaron. Sin embargo, a pesar de contar con el precedente histórico, el Departamento de Justicia no picó el anzuelo y le forzó a Ford a pagar 365 millones de dólares por ponerse sus ingenieros tan creativos.
Pero no solo llega la picaresca a los vehículos. La moda y el calzado, con diseños rompedores que difuminan los límites entre un abrigo, un cortavientos y un impermeable (para el Gobierno Federal de EEUU es de gran importancia la diferencia de estos tres productos), tiene en su historial varios ejemplos.
Una muestra de esta ambigüedad es la famosa batamanta de Snuggies. Pongámonos serios: ¿es un albornoz o solo una toalla grande? En 2017, la compañía ganó un juicio que determinó que el producto es una 'manta' y no una prenda de ropa, salvando de esta manera un buen puñado de tasas, y terminando con una duda existencial de la comunidad online.
En el calzado destacan las famosas Converse All Stars. Para eludir los aranceles —legalmente, por supuesto—, la firma perteneciente a Nike le añadió una película de fieltro en la suela. De esta forma en vez de ser clasificadas como calzado deportivo, se reconocieron como un tipo de 'zapato' con unos aranceles similares a las que tienen las bailarinas o las pantuflas.
¿Un superhéroe es humano?
Pero si hay un ejemplo que atenta contra los valores que definen a una marca o sus productos es Marvel. La famosa editora de superhéroes defendió ante la poderosa Administración estadounidense que no, los mutantes de X-Men no son humanos. Eliminó de un plumazo uno de los grandes debates de la famosa saga creada por Stan Lee y Jack Kirby.
La cuestión no se encontraba en sus cómics, sino en su merchandising. La legislación arancelaria clasifica a los muñecos similares a los humanos con un tipo impositivo más alto, mientras que los simples juguetes (figuras no humanas) se gravan con unas tasas más bajas. Marvel justificó que las figuras de acción de Lobezno, Deadpool o Jean Grey son juguetes porque esos personajes no son "técnicamente" humanos.
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