
En el libro Aparadoras, escrito por Beatriz Lara y Gloria Molero, se recogen los testimonios de trabajadoras del calzado de la provincia de Alicante que repasan el declive de la industria en España, caracterizada por altos niveles de precariedad e inseguridad laboral en los primeros compases de la democracia. La desindustrialización de finales del siglo XX no solo afectó al Levante: el resto de Occidente sufrió el apagado de los altos hornos, el cierre de grandes cadenas de montaje, la mudanza de explanadas llenas de talleres y la desaparición de miles de trabajadores de "mono azul" hacia un nuevo destino: China. Los zapatos ahora no serían manufacturados necesariamente por aparadoras alicantinas, sino que la faena se produciría en talleres al otro lado del globo, en la nueva "fábrica del mundo".
Años más tarde, el desarraigo industrial de Occidente y la transición hacia una economía de servicios ha desarrollado un movimiento político contestatario. La nostalgia por una era industrial, resumida en los "Treinta Gloriosos Años" posteriores a la II Guerra Mundial, se ha convertido en una de las obsesiones de cada vez más votantes en Norteamérica y Europa.
El corazón de la política de Donald Trump, el presidente de Estados Unidos, busca revertir la sequía fabril. El mandatario quiere utilizar los aranceles como arma de negociación y vector económico para un único propósito: reindustrializar Estados Unidos. Sin embargo, sus cambios constantes de política revelan que, o bien, ese objetivo tiene fallas insalvables, o bien, no es su principal meta. Si Estados Unidos se ha convertido en un socio vacilante con una política comercial errática, ¿conseguirá cambiar las cadenas de producción mundiales? ¿Dónde se fabricarán los iPhone, las Nike o las gorras de 'Make America Great Again' una vez termine la guerra comercial? La respuesta probablemente no contente a Occidente.
Las fábricas chinas del Sudeste Asiático
El primero en ser consciente del giro de los tiempos parece ser el propio Gobierno de España (y por extensión, parte de Europa). Pedro Sánchez acudió la semana pasada a una gira por Vietnam y China para actuar como intermediario de la Unión Europea y las potencias asiáticas, y sacar varios acuerdos comerciales a Hanói y Pekín. Estos tratados revelan cómo el Sudeste Asiático, agrupado en la asociación de países Asean, es cada vez un actor más relevante. "Asean, de forma conjunta, es la quinta economía mundial, con una población de más de 680 millones de personas. Pero aún no puede sustituir el mercado estadounidense", señala Calin Arcalean, profesor del Departamento de Economía, Finanzas y Contabilidad en Esade.
En la primera andanada de impuestos a las importaciones decretada por Trump, países como Camboya, Laos o Vietnam recibieron tasas de entre el 46 y el 49%. Desde la primera guerra comercial a finales de la década pasada y la pandemia, ha habido un proceso de "desacoplamiento" ("derisking" en inglés) procedente de China hacia estos países, que se han convertido en nuevas fábricas a las que exportar hacia Norteamérica. "Vietnam, por ejemplo, se ha beneficiado de procesos de deslocalización (tanto de empresas estadounidenses como chinas, taiwanesas, surcoreanas o japonesas) a medida que se han encarecido los costes de producción en China", indica Inés Arco, investigadora especializada en Asia Oriental y política china en el Barcelona Centre For International Affairs (CIDOB).
El impacto de la guerra comercial en estos países augura ser relevante. Singapur ya ha reducido sus previsiones económicas para este año, con la posibilidad de tener crecimiento nulo; ING estimó que un impacto arancelario completo de Trump produciría una caída del PIB de Vietnam del 5,5% y del 3% en el caso de Tailandia. La pausa de 90 días decretada por la Casa Blanca no ha calmado los ánimos. "Vietnam e Indonesia, ambos como miembros de Asean, abogan por una mayor integración económica regional entre los 10 miembros de la organización y una diversificación hacia la Unión Europea", señala Arco.
De Estado-Nación a Estado-Fábrica
Los aranceles de Trump y la ruptura de la confianza atlántica plantean diversos escenarios: nuevos estados-fábrica que burlen temporalmente el grueso de los aranceles como países-pantalla, alianzas insospechadas entre "rivales sistémicos" y mayor cooperación entre vecinos obligados a entenderse. Esta es la nueva globalización, todavía llena de sombras, que se abre en la economía internacional.
Carles Méndez, profesor de Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya, cree que la política comercial podrá tener dos consecuencias: el surgimiento de países-pantalla al que se le traslade la última fase productiva como medio para esquivar los aranceles (hecho que comenzó a hacer China al trasladar producción a Vietnam) y, en el peor de los casos, una caída en los hábitos de consumo de los estadounidenses. "Si se mantuvieran los aranceles a largo plazo, por ejemplo, una empresa tecnológica podría buscar un país con un arancel del 10% para trasladar el ensamblaje final".
Estas medidas serían una respuesta a medio plazo, pero los expertos no creen que sustituirán las tendencias a largo plazo. En ningún caso, los expertos creen que la guerra comercial conllevará una reindustrialización de Occidente. "Hay razones claras de por qué China ha sido la fábrica del mundo durante tantas décadas —explica Miguel Otero, investigador principal del Real Instituto Elcano especializado en economía internacional—. Si al final la producción se llevase para Estados Unidos, sería a través de la automatización y la robotización, no empleando a asalariados norteamericanos". Otero pone en duda hasta qué punto los consumidores estadounidenses están dispuestos a pagar mayores precios por los productos de esos países: "Cambiarían sus patrones de consumo, lo que supondría un golpe directo a su cultura del sueño americano y sus hábitos de vida".
Los investigadores creen que es muy complicado predecir si se desarrollará una nueva "fábrica mundial" en otro lugar distinto a China. "El desarrollo de un sector manufacturero competitivo es un esfuerzo a largo plazo y depende de una combinación de apertura, políticas inteligentes y, no menos importante, suerte. Por lo tanto, cualquier nueva 'fábrica del mundo' tardará en desarrollarse", señala Arcalean. "Es posible que veamos cómo diferentes países, según sus capacidades, especialización y retos internos, traten de posicionarse como polos manufactureros sectoriales", indica Arco.
La Unión Europea frente a la desglobalización
La pandemia supuso un shock para el Viejo Continente. La extrema dependencia de productos sanitarios procedentes de Asia llevó a que en las primeras semanas de la primavera de 2020 hubiera una guerra por las mascarillas y los equipos de laboratorio. Las capitales europeas habían perdido la capacidad de fabricar los enseres más básicos y todo el mundo empezó a plantear la necesidad de "reindustrializar" Europa, aunque fuera a pérdidas. Este shock se repitió de nuevo dos veces más. La siguiente ocasión fue con el inicio de la invasión de Ucrania en 2022, que expuso a potencias como Alemania e Italia ante el espejo de la enorme dependencia de los hidrocarburos rusos. La segunda llegó este año tras el duro discurso de JD Vance, vicepresidente de EEUU, y otros dirigentes de la Casa Blanca contra Europa, que ha llevado al plan de rearmamento más grande desde las guerras mundiales.
Salud, energía, defensa. Sectores estratégicos a los que se suman con rapidez más otras áreas como la tecnología, controlada en su mayor parte por la manufactura asiática y el software y tejido empresarial norteamericano, o la provisión de materias primas como las tierras raras. La Unión Europea se encuentra indefensa ante un cerrojazo como el vivido en la pandemia o la guerra ucraniana, pero es un caramelo goloso para Asia: supone el segundo mercado mundial por capacidad de compra.
Una guerra comercial cruenta beneficiaría y perjudicaría al mismo tiempo al consumidor europeo. "En el supuesto de que la producción no acabase en el mercado estadounidense, lo normal sería que virara al mercado europeo, porque habría una oferta enorme a un menor precio", indica Otero.
Esto supondría una amenaza directa a la frágil industria europea, que se podría ver más desbordada de lo que ya está de la producción asiática. Méndez señala que, por esta razón, la Unión Europea mantiene altos niveles arancelarios frente a multitud de países pertenecientes a la Asean o a la propia China. Bruselas no ha eliminado, de hecho, las altas restricciones impuestas a los coches eléctricos chinos, que amenazan con arrasar la industria automotriz europea.
La visita de Sánchez a Xi Jinping, no obstante, supone la pretensión de algunos líderes de abrir una vía de negociación con el "rival sistémico" de Europa. "Veremos que algunos de estos países del Sudeste Asiático apuestan ahora – a desgana y algo forzados – a un 'derisking' de Estados Unidos", plantea Arco. "El desvío del comercio finalmente dará lugar a lazos más fuertes con estas economías, incluida China, e incluso cuando los países de la UE continúan presionando para reestructurar su base industrial", indica Arcalean.
Los expertos no descartan nuevos escenarios para multitud de países en una suerte de globalización fragmentada, pero no eliminada. La producción del Sudeste Asiático podría desviarse a mercados emergentes y maduros cercanos, como Japón, Corea, China o la India. Este último país se encuentra en una posición ambivalente entre China y Estados Unidos, que puede beneficiar la apertura de fábricas en sus fronteras. La UE puede ganar posiciones diplomáticas aprovechando el vacío de EEUU. "El resto del mundo no quiere proteccionismo y la Unión Europea puede coger esta oportunidad para erigirse como defensora del libre comercio; un liderazgo al que China también aspira", señala Arco.
Relacionados
- China pide a Trump que reconozca "el error" de los aranceles
- Economistas de la ONU advierten de que el comercio mundial podría caer hasta un 3% por los aranceles de Trump
- Los vaivenes de Trump para salvar 'el culo' al dólar siembran la desconfianza
- Por qué China sabe que puede ganar la guerra comercial a EEUU utilizando a Europa como 'aliado'