
La vida da muchas vueltas. Lo que ve el que vive. Torres más altas han caído. El prolijo refranero español glosa a la perfección lo que debe estar pensando más de uno cuando mira lo que está ocurriendo ahora mismo con las economías de Alemania y Grecia. Si hace década y media, Alemania era el alumno modélico que tiraba de Europa y pedía austeridad a una díscola Grecia que se adentraba en las tinieblas, ahora es Atenas la que recomienda reformas a una renqueante locomotora germana. Si quieres salir de la crisis tendrás que hacer reformas, telegrafían los griegos con cierto 'regustillo dulce'.
Ha sido nada menos que el primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, quien ha conminado a Berlín a abrazar reformas. En una entrevista con el medio alemán Table.Briefings, el jefe de gobierno heleno y líder del centro-derecha, ha recalcado la necesidad que Alemania se recupere, y para ello, ha defendido, hay que impulsar reformas en materias como la excesiva burocracia. Un consejo que el premier griego ha extendido hacia Bruselas.
Las palabras de Mitsotakis llegan en un marco en el que las dinámicas se han invertido. La salida de la pandemia ha dejado unas economías mediterráneas (lo que en su día se definió como los PIGS -cerdos en inglés- por las siglas de Portugal, Italia, Grecia y España) con más empuje en un mundo más volcado en los servicios -el turismo es el mejor ejemplo- frente a una 'fábrica' alemana azotada por los altos costes energéticos sin el 'barato' gas ruso por la guerra de Ucrania, los elevados tipos de interés y, sobre todo, un desgaste del modelo a la misma velocidad que China pasa de comprador de excepción a feroz rival de la industria germana, especialmente la automovilística.
Hoy, Grecia crece más que la media de la zona euro (el doble), con un avance del PIB que superará el 2% en los próximos años, lo que está permitiendo cierta convergencia con las naciones más ricas, aunque aún se encuentra muy lejos. Parte del crecimiento de hoy se debe, probablemente, a las reformas por las que presionó Alemania en el pasado, lo que deja entrever que no todo es blanco o negro en economía y política. La economía crece, el desempleo toca mínimos históricos y la deuda ha caído en 60 puntos porcentuales hasta el 150% del PIB.
La intensa recuperación de las cuentas públicas en 2023 ofrece márgenes presupuestarios al gobierno de centroderecha, cuyo principal objetivo sigue siendo, en este momento, reducir el endeudamiento del país. El gobierno del actual primer ministro Kyriakos Mitsotakis, de Nueva Democracia, la tradicional formación de centro-derecha en Grecia que revalidó su éxito electoral en las generales de 2023, se ha fijado el objetivo de mantener un superávit primario del 2% del PIB en 2025, lo que parece alcanzable dados los buenos resultados registrados en 2023 y 2024, incluso si la desaceleración de la inflación frenará los ingresos fiscales: el superávit primario alcanzó el 1,9% del PIB (frente al 0% en 2022) en 2023.
Alemania se cae
Por contra, las cifras de Alemania no dejan de desprender un halo gélido. Hace tan solo unos días, el órgano estadístico federal, Destatis, informó de la segunda contracción consecutiva anual del PIB en 2024, algo que no sucedía desde el bienio 2002-2003. La caída del 0,2% en el PIB real el año pasado suceden a un retroceso del 0,3% en 2023. Aunque en el camino hubo descensos mucho peores (2009 o 2020 con el estallido del covid), volver a experimentar este hito de hace dos décadas manda la peor señal posible: un estancamiento del que parece imposible salir.
Las perspectivas son tan débiles para Alemania que los analistas se aferran a cualquier mínima décima en los datos para buscar un brote verde. Sin embargo, el pesimismo sigue imperando y atrae más pesimismo si cabe. El propio Bundesbank, el banco central del país, ha constatado en su informe mensual que la economía no saldrá de su letargo en el primer trimestre de 2025. A finales de febrero, el país enfrenta unas cruciales elecciones federales de las que puede salir un gobierno más fuerte encabezado por la CDU -de la familia política de Mitsotakis- y otros socios que gaste más -se busca el encaje de una reforma en el férreo freno de la deuda que fomente las inversiones- o una fragmentación política que lo empeore todo, con la ultraderechista AfD picando fuerte en las encuestas.
Además de la cara energía y la amenaza del otrora 'amigo chino', el cambio político en EEUU termina de conformar la tormenta perfecta que se cierne sobre Alemania. Los aranceles deslizados por la entrante Administración Trump darían el golpe de gracia a una Alemania que no deja de abrazarse a su históricamente puntero sector automotriz. Firmas de la alcurnia de Volkswagen o BMW no dejan de protagonizar titulares negativos dadas sus perspectivas económicas entre constantes críticas de pérdida de competitividad.
Los riesgos desde EEUU no se quedan ahí: existe el peligro de que más empresas alemanas crucen el charco aprovechando las mejores condiciones. Un motivo clave es la excesiva burocracia que Mitsotakis pide reformar. "Las empresas alemanas se enfrentan a una tormenta perfecta: los costes de la energía en Alemania han subido, la globalización se ralentiza y la transición hacia la neutralidad climática es cada vez más cara. A esto se añaden problemas de cosecha propia: altos costes burocráticos y elevados tipos del impuesto de sociedades", exponía hace poco Achim Wambach, presidente del prestigioso Centro Leibniz para la Investigación Económica Europea (ZEW por sus siglas en alemán), en una entrevista con elEconomista.es. Un realidad que no se queda en el ámbito empresarial, sino que baja al tejido social, ya que la incertidumbre está frenando el gasto privado.
Una cicatriz profunda
Un escenario que choca con la tragedia en varios actos que vivió la eurozona en la década anterior. Cabe recordar que la crisis de deuda soberana de la eurozona fue una lucha entre países aliados que tuvo su epicentro entre Grecia y Alemania, dejando una cicatriz profunda en la historia económica y social de Europa que todavía retumba con palabras como las que acaba de pronunciar el actual primer ministro griego.
La crisis fue una tormenta perfecta en la que el desequilibrio fiscal, la arquitectura incompleta de la unión monetaria y las tensiones políticas crearon un drama que puso a prueba la cohesión de la eurozona. Este periodo sombrío comenzó en 2009, cuando Grecia admitió que su déficit presupuestario real era más del doble de lo reportado oficialmente, desencadenando una crisis de confianza en su capacidad para gestionar su deuda. En 2010, el déficit fiscal de Grecia alcanzaba el 15,4% del PIB, mientras que la deuda pública superaba el 130%. Los tipos de interés de los bonos griegos se dispararon, haciéndole imposible refinanciar su deuda en los mercados internacionales.
En respuesta, la troika, compuesta por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), intervino con un primer programa de rescate de 110.000 millones de euros. Este paquete, sin precedentes, venía acompañado de severas condiciones: recortes drásticos en pensiones, salarios del sector público y un aumento masivo de impuestos.
La austeridad como remedio y condena
Las medidas impuestas hundieron aún más a la economía griega. Entre 2008 y 2013, el PIB del país se contrajo un 26%, una caída comparable a la Gran Depresión de los años 30. El PIB per cápita, que en 2008 rondaba los 22.000 euros, se desplomó a menos de 17.000 euros en 2013. Las tasas paro alcanzaron niveles alarmantes: en 2013, un 27,5% de la población activa estaba desempleada, mientras que entre los jóvenes superaba el 60%. Según cifras del Banco Mundial, más del 35% de los griegos vivía en riesgo de pobreza o exclusión social.
En este contexto, Alemania, liderada por la canciller Angela Merkel y el ministro de Finanzas Wolfgang Schäuble, se posicionó como el principal defensor de la austeridad. Para Berlín, cualquier solución pasaba por una estricta disciplina fiscal y reformas estructurales. Aunque el enfoque alemán pretendía preservar la estabilidad de la eurozona, la narrativa de la "irresponsabilidad griega" generó tensiones entre ambos países. Schäuble llegó a sugerir que Grecia saliera temporalmente del euro, lo que agravó la sensación de aislamiento de Atenas. Es cierto que los conocidos como recortes profundizaron la recesión: sectores enteros como la sanidad y la educación quedaron devastados, con hospitales enfrentándose a una alarmante falta de suministros y un aumento de enfermedades como la malaria, erradicada anteriormente.
En 2015, el primer ministro griego Alexis Tsipras, del partido Syriza, prometió un giro radical en la política de austeridad. En un dramático referéndum, el 61% de los griegos rechazó las condiciones de un tercer rescate. Sin embargo, tras semanas de negociaciones y la amenaza inminente de una salida de Grecia del euro, Tsipras aceptó un tercer rescate de 86.000 millones de euros. Las condiciones, nuevamente, incluían recortes, reformas laborales y privatizaciones. Este giro marcó un duro golpe a las esperanzas de muchos griegos.
Las lecciones de una década perdida
Para 2018, Grecia finalmente salió del último programa de rescate, pero su economía quedó irreconocible. La deuda pública se situaba en el 181% del PIB, y aunque el turismo y las exportaciones comenzaron a recuperar terreno, el país aún luchaba con altos niveles de desempleo y pobreza. La experiencia griega puso en cuestión la eficacia de la austeridad como solución a las crisis de deuda y expuso las carencias institucionales de la eurozona. Como señaló en su momento Christine Lagarde, directora del FMI durante la crisis: "La austeridad fue demasiado lejos, demasiado rápido, y el coste social ha sido devastador".
No obstante, nuevos estudios han revelado que el gran error fue centrar los llamados 'recortes' en subidas de impuestos en un momento de recesión económica. Esto deprimió aún más la economía generando un bucle infinito del que Grecia está saliendo en la actualidad. Para comprender las diferencias entre los diferentes tipos de políticas fiscales, se puede observar el comportamiento actual de Argentina, donde la 'austeridad' se ha concentrado en los recortes de gasto en lugar de las subidas de impuestos, lo que ha generado la conocida como austeridad expansiva que ha sido probada en otras ocasiones de la historia.
La crisis de deuda soberana de la eurozona dejó lecciones duras y preguntas sin resolver sobre la solidaridad, la austeridad y el futuro del proyecto europeo. Para Grecia, fue una década perdida que marcó a fuego a su población y redefinió su lugar en Europa.