Economía

La pieza que le falta a España para sustituir a Alemania y ser el nuevo motor económico de Europa

  • España se ha convertido en líder de crecimiento entre las grandes economías
  • Tiene una asignatura pendiente para que ese crecimiento sea sostenible
  • La productividad real por hora trabajada apenas ha avanzado en 30 años

La historia de crecimiento económico de España tras la pandemia parece no tener fin. Prácticamente cada dato de producto interior bruto (PIB) que se publica sorprende al alza y las previsiones macro frecuentemente son corregidas al alza. Hace poco la prestigiosa publicación anglosajona The Economist coronaba a España como la mejor economía avanzada en 2024 y muchos titulares de prensa económica y financiera han destacado el tirón de España y sus vecinas del sur (los PIGS -cerdos en inglés- de la gran crisis financiera: Portugal, Italia, Grecia, además de la propia España) frente a los países del norte, prisioneros del estancamiento tras el covid y la guerra en Ucrania. Más allá de saber cuándo acabará este momentum de la economía patria, la gran pregunta es hasta qué punto la buena evolución española se puede convertirse en un reemplazo de Alemania y ser un motor sostenible para el conjunto de la economía europeo. Una cuestión a la que los analistas de BCA Research responden en un informe reciente: para que eso suceda, falta una sola pieza, pero muy 'grande': la productividad.

El pasado mes de octubre, el economista jefe del Hamburg Commercial Bank (HCOB), Cyrus de la Rubia, firmaba una frase especialmente reveladora en el informe en el que se ensalzaba a España por sus buen PMI (índices de gestores de compras, indicadores adelantados de actividad en el sector privado) de septiembre en el sector manufacturero cuando en el resto de Europa solo se veían 'nubarrones': "Es una verdadera lástima que España sea sólo la cuarta economía más grande de la zona euro. Aunque ha manejado sorprendentemente bien la desaceleración manufacturera mundial, España simplemente no tiene suficiente peso como para levantar al resto de la zona euro con ella".

España puede ser el nuevo motor, de hecho lo está siendo de forma coyuntural, pero todo el mundo sabe que este buen momento no tiene excesivo recorrido si la productividad no despierta. La oportunidad para España se abre en la medida en la que el tradicional motor económico europea, Alemania, se está gripando. El país presenta un crecimiento nulo desde el covid y su históricamente fuerte industria se ha instalado en la zozobra. El modelo de éxito de exportaciones de alto valor añadido y barato gas ruso ha colapsado en el 'nuevo mundo' resultante del covid y la guerra en Ucrania.

Desde 2008 hasta 2020, Alemania se consolidó como el motor económico de la eurozona, liderando el crecimiento gracias a su destacado desempeño en productividad. Este éxito se fundamentó en una combinación de factores estructurales, como una fuerte industria manufacturera orientada a la exportación (usaba una energía barata), un sector tecnológico avanzado y una gestión eficiente del mercado laboral. Las empresas alemanas aprovecharon la globalización para expandir sus mercados, especialmente en Asia, mientras mantenían altos estándares de innovación y calidad.

Además, las reformas implementadas a principios de la década de 2000, como la flexibilización laboral y la moderación salarial, ayudaron a contener costes y mejorar la competitividad. En este contexto, Alemania logró optimizar el uso de sus recursos, lo que le permitió superar la crisis financiera de 2008 con mayor rapidez que otros países de la eurozona y mantener un crecimiento sostenido, convirtiéndose en el pilar económico de la región durante más de una década.

Hay factores, como el energético, que ayudan a que España coja, en cierto modo, el testigo. François Rimeu, estratega sénior de Crédit Mutuel Asset Management, pone de manifiesto en su último comentario cómo el diferencial en el acceso a la energía de bajo coste se ha ensanchado entre Alemania y España a favor de esta última. La menor exposición de España a Rusia ha jugado a su favor y ha cercenado a la manufactura alemana. "El sector industrial en sentido amplio constituye una parte importante de la economía alemana (20% del valor añadido y más del 16% de los puestos de trabajo, y no es realista un repunte significativo mientras Alemania sea incapaz de suministrar energía a sus industrias a precios competitivos", explica Rimeu.

Las consecuencias de los elevados precios de la energía van más allá del sector industrial. "Los precios de los alimentos, vinculados al coste del gas (esencial para los fertilizantes), también han subido bruscamente. Como consecuencia, los consumidores alemanes se enfrentan a precios elevados de bienes no sustituibles, es decir, la energía y los alimentos, que afectan desproporcionadamente a los segmentos menos pudientes de la población. Esto erosiona el ahorro disponible y la confianza de los consumidores, lo que lógicamente conduce a un estancamiento del consumo", ahonda Rimeu para constatar por qué Alemania se ha estancado y España presenta una dinámica positiva.

Sin embargo, para que el 'anhelo' de De la Rubia se materialice, la productividad tiene que mejorar mucho. Así lo pone de manifiesto el citado informe de BCA Research en el que se aborda la posibilidad de que España se convierta en un motor de crecimiento en Europa. "Todo dependerá de la capacidad del país para remediar su lento crecimiento de la productividad", introduce con fuerza su autor, Jeremie Peloso, estratega de la casa de análisis canadiense.

Repasando el éxito reciente de España, Peloso toca las mismas teclas que otros analistas: una mayor pujanza de los servicios frente a la manufactura tras la pandemia, una menor vulnerabilidad energética que otros socios europeos tras la invasión rusa de Ucrania, un fuerte impulso del turismo, uno menor dependencia de China que otros vecinos, la mayor inmigración, la recuperación del mercado laboral, unos hogares resilientes, una fuerte demanda interna y la llegada de fondos europeos después del covid. Incluso destaca el comportamiento positivo de España cuando sus dos mayores importadores, Francia y Alemania, son calificados ahora mismo de 'hombres enfermos de Europa'. Sin embargo, al otear el horizonte, el experto ve a la productividad como el gran escollo para que este buen rendimiento español tire del resto de la eurozona.

La productividad es la gran asignatura pendiente de España. Este indicador es sinónimo de prosperidad, puesto que resulta necesario para lograr un crecimiento intensivo (más con menos) y elevar los estándares de vida de la población. La productividad laboral en términos económicos se define como la cantidad de bienes o servicios que un trabajador produce en un periodo de tiempo determinado. Se mide comúnmente como el PIB dividido entre el número de trabajadores o las horas trabajadas. Este indicador es fundamental para evaluar la eficiencia con la que se emplean los recursos laborales en una economía y tiene un impacto directo en el crecimiento económico, los ingresos y el bienestar de la población.

En el caso de España, según los últimos datos publicados por Eurostat, la productividad real por hora trabajada ha crecido poco más de un 1% en los últimos 10 años. Entonces, se preguntará, por qué ha crecido tanto el PIB. Cada vez hay más población trabajando en España, en su mayor parte procedente del exterior (inmigración). Sin duda alguna, estas personas que vienen de fuera y trabajan en España han mejorado sobremanera sus estándares de vida y ello es algo muy positivo, pero el trabajador que se encontraba ya en España no ha disfrutado de ninguna mejora porque la productividad está estancada (todo ello hablando en términos agregados, en casos individuales habrá quien ha mejorado y quien ahora está peor).

La productividad puede aumentar por diversas razones: mejoras tecnológicas, que permiten producir más con los mismos recursos; inversiones en capital físico, como maquinaria y equipos más avanzados; y mejoras en el capital humano, es decir, la formación y habilidades de los trabajadores. Además, la eficiencia en la organización y el aprovechamiento de las economías de escala contribuyen a un crecimiento sostenido de la productividad.

"En los últimos 30 años, el crecimiento de la productividad en España ha sido escaso o nulo, por lo que se sitúa por detrás del resto de la zona del euro. El crecimiento de la productividad total de los factores se mantuvo prácticamente sin cambios entre 1995 y 2015, antes de aumentar ligeramente", certifica Peloso repasando los gráficos.

Unos culpables bien conocidos

Los culpables son bien conocidos, apunta el experto, cuya enumeración de las causas hace pensar en posibles soluciones. Por un lado, está el predominio de las pequeñas empresas: las microempresas (con menos de 10 empleados) representan la mayor parte del panorama empresarial en España. "Estas microempresas muestran un bajo crecimiento de la productividad debido a la incapacidad de lograr economías de escala o de aprovechar fuentes de financiación. En consecuencia, estas empresas invierten poco", explica el analista de BCA.

Otro flanco débil es la inversión en inversión y desarrollo (I+D). En 2022, el gasto en I+D en España representó alrededor del 1,4% del PIB, por debajo de la media de la UE del 2,15% y muy por detrás de lo que gastan países como Alemania o Suecia. En la misma línea, otro talón de Aquiles es la baja innovación: sólo el 10% de las empresas españolas realizan actividades innovadoras según la Encuesta de Innovación Comunitaria de Eurostat, o menos de la mitad de la proporción a nivel de la Unión Europea.

En el panorama económico de España, la productividad laboral ha mostrado un crecimiento limitado y desigual, situándose por debajo de otros países europeos que lideran en este ámbito y muy por debajo de EEUU. Este fenómeno tiene profundas raíces en la estructura económica (muy intensiva en las ramas de servicios menos productivas) y en los retos inherentes al mercado laboral y empresarial del país.

Una de las razones fundamentales de esta situación radica en la dependencia de sectores como el turismo, la hostelería y la construcción. Aunque estas actividades generan un elevado número de empleos (crecimiento extensivo), su naturaleza intrínsecamente intensiva en mano de obra y menor cualificación las coloca en una posición de baja productividad (poco crecimiento intensivo). Esto contrasta con economías donde predominan sectores tecnológicos o industriales de mayor valor añadido, que suelen liderar los incrementos de eficiencia laboral.

Todo un desafío estructural

El mercado laboral añade otro elemento de complejidad. La alta temporalidad y la falta de estabilidad en el empleo impiden que los trabajadores adquieran la experiencia y especialización necesarias para mejorar su rendimiento. Además, la dualidad existente entre empleados temporales y permanentes genera desigualdades que afectan la cohesión y eficiencia del mercado de trabajo.

Por último, el capital humano, pese a su mejora educativa en las últimas décadas, está infrautilizado y la educación sigue lejos de ser una de las mejores a nivel europeo. Un elevado porcentaje de trabajadores ocupa empleos que no corresponden a su nivel de formación, lo que genera un desajuste entre las habilidades disponibles y las necesidades del mercado. Este fenómeno no solo frena la productividad, sino que también limita el potencial de crecimiento económico del país.

En conjunto, estos factores ilustran un desafío estructural que requiere una transformación profunda. Un cambio hacia sectores de mayor valor añadido, una inversión decidida en innovación, y políticas que fomenten la estabilidad laboral y la formación continua podrían ser las claves para que España alcance niveles de productividad más competitivos en el escenario europeo.

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