
A punto de cumplirse el tercer aniversario del Real Decreto-ley de medidas urgentes para la reforma laboral, la garantía de la estabilidad en el empleo y la transformación del mercado de trabajo, cabe hacerse una pregunta: "¿y ahora qué?". El cambio legal pactado por el Ejecutivo del PSOE y Sumar con patronal y sindicatos ha logrado algo que parecía imposible: reducir el endémico desequilibrio del mercado de trabajo en España en materia de temporalidad. Sin embargo, las cifras a finales de 2024 muestran que su impulso se ha agotado cuando aún queda mucho por hacer en materia de estabilidad real del empleo. ¿Hará falta una nueva reforma laboral para reducir la volatilidad de la ocupación? Veamos los datos.
En el pasado mes de noviembre se registraron 1,8 millones de altas y 1,6 millones de bajas de afiliación al Régimen General de la Seguridad Social. Ambas variables mantienen una ajustada carrera, con importantes variaciones mensuales en las cifras que determinan la creación o destrucción de empleo neto. Con independencia de que el saldo sea positivo o negativo, la intensidad de esta volatilidad da vértigo. Una rotación que, históricamente, se había visto determinada por el tipo de contratos: si hay mucho empleo temporal de corta duración, cuantos menos contratos se firman, menos altas y bajas se producen, pero con ello la ocupación cae.
Esta tónica se ha roto con la reforma laboral. El volumen de altas y bajas y de contratos se ha reducido. Pero lo que en otros tiempos hubiera sido un claro indicio de crisis económica, ahora es compatible con un incremento sostenido de la ocupación. Una aparente contradicción que se explica por el diseño de la propia norma. El cambio legal eliminó la modalidad de contratos temporales por obra y servicio y endureció las condiciones para el resto. Ello supuso un revulsivo para los indefinidos, que pasaron de suponer el 9% al 40% de los contratos que se firman cada mes. Más contratos estables implica que hace falta firmar menos para sustituir a los que caducan. ¿Pero son estos resultados tan positivos como podrían serlo?
En los ocho gráficos que ilustran este artículo se refleja la evolución del mercado laboral desde 2009, un periodo en el que se encadenan cinco etapas de Gobierno (una del PP y cuatro del PSOE, en solitario y en coalición con Unidas Podemos y Sumar). En estos años se aprueban tres reformas laborales (la de junio de 2010 y la de febrero de 2012, además de la aprobada en diciembre de 2021), cada una con un enfoque muy diferente. Las dos primeras se centraron en abaratar el coste del empleo indefinido (reduciendo las indemnizaciones por despido improcedente). La tercera restringió la contratación temporal. Además, se aprecia el efecto de la pandemia en 2020, claramente reconocible por una abrupta ruptura en las tendencias de afiliación y contratación, y que fue seguida por un rebote casi igual de intenso.
El primero de ellos muestra que contratos han registrado un mínimo desde 2013 mientras el encadenamiento de altas y bajas se mantiene en niveles de 2018 e incluso en los últimos meses se está acelerando. Lo segundo se puede explicar, en parte, por el aumento del número de afiliados. Pero no deja de sorprender que la brecha entre contratos y las entradas y salidas de la afiliación sea la más alta de la serie.
Así, las cifras de altas y bajas de asalariados de noviembre quedan un 17,6% y un 20,6%, respectivamente, por debajo de las registradas en el mismo mes de 2021, justo antes de aprobarse la norma. Pero los contratos han caído mucho más un 33,1%, debido, como hemos dicho, a un mayor peso de los indefinidos. Esto apunta a la persistencia de un elevado componente de precariedad en el mercado laboral que lastra el impacto de la mejora de la calidad de la contratación.
Para clarificar si esto está sucediendo y por qué, necesitamos un indicador que no fluctúe según el número de contratos ni tampoco la evolución del saldo de afiliados. La metodología habitual que usan muchos estudios es utilizar la media diaria de altas y bajas diarias y expresarlas como un porcentaje sobre el total de asalariados. Así, en noviembre se recogen 91.793,90 incorporaciones de asalariados y 82.168,05 salidas por cada día laborable. Suponen un 0,55% y un 0,49%, respectivamente del total de 16,84 millones de asalariados afiliados al régimen General.
Aunque también se puede expresar como media trimestral, una práctica habitual para modular el impacto de las fluctuaciones mensuales, pero sin eliminar el factor estacional. Esto daría un porcentaje de 0,62% de altas diarias sobre el total de asalariados y del 0,60% para las bajas. Se trata de porcentajes inferiores a los registrados inmediatamente antes de la reforma laboral, aunque si nos remitimos a los datos anteriores a 2020, la mejoría es todavía más notable, como veremos.
Ahora bien: ¿en qué nos fijamos para medir la volatilidad, en las altas o las bajas? Lo cierto es que, al tratarse de porcentajes tan pequeños, las fluctuaciones diarias de una y otra son irrelevantes y ambas variables dibujan prácticamente la misma línea. Además, se puede dar el caso de que la misma persona puede encadenar un alta y una baja incluso en el mismo día. Recordemos que la afiliación no mide el número de personas trabajadores, sino de relaciones que obligan a cotizar.
Unos de los servicios de estudio de referencia en el análisis del mercado laboral, Fedea, propone sumar la tasa de bajas y la de altas para obtener una 'tasa de rotación laboral' que, en la práctica duplica las otras dos (cercana al 1%). Pero teniendo en cuenta la estrechísima correlación entre entradas y salidas del mercado laboral, para este artículo hemos optado por un promedio entre ambas variables que refleje el impacto neto de la volatilidad sobre los asalariados.
El resultado sería que una media del 0,61% de las relaciones laborales, medidas en términos de afiliación, se ven afectadas por la volatilidad (entra y/o sale de la ocupación) cada día laborable.
El gráfico revela el impacto de dos reformas laborales anteriores, la de 2010 (con un gobierno del PSOE) y, sobre todo, la de 2012 (con el PP), que redujeron el coste del despido con el argumento de que esto animaría a hacer contratos fijos y reduciría la temporalidad cuando el mercado laboral se recuperara de la Gran Recesión. No fue así: no solo la tasa de temporalidad de los asalariados se mantuvo en el 30%, sino que la volatilidad del empleo se incrementó de manera sostenida cuando la crisis financiera se daba por superada y el empleo crecía con intensidad.
Esta tendencia se interrumpe abruptamente en marzo de 2020, cuando la actividad se paraliza por la pandemia, y con ello las altas y bajas frenan en seco. Pero según transcurren los meses y la afiliación se recupera con intensidad, también lo hace la volatilidad, que para noviembre de 2021 se situaba en niveles similares a los de otoño de 2019. Y justo a partir de ese momento empieza a frenarse abruptamente. Algo que apunta claramente a un impacto de la nueva reforma laboral aprobada a finales de diciembre.
En noviembre de 2024, el índice de volatilidad había retrocedido a niveles de 2013, con más afiliados y sin sombra de ningún tipo de crisis. De hecho, todas las previsiones hablan de un repunte intenso del PIB. Con lo cual, el veredicto parece inapelable: los empleos asalariados han mejorado su estabilidad notablemente.
Ahora bien, este dato recoge un relevante efecto composición. Es decir, que al haber más trabajadores con contrato indefinido (más estable que los temporales), mejora. Entonces, ¿por qué no se trata de un mínimo de la serie histórica, que arranca en 2009, cuando hay muchos más trabajadores con contrato fijo que nunca y la situación económica es mejor? ¿Por qué apenas se ha reducido desde el momento inicial? ¿Puede ser que alguna o varias modalidades contractuales hayan frenado el impacto de la reforma laboral por debajo de su potencial? Para determinarlo, hay que profundizar en el índice, desglosándolo para temporales e indefinidos.
Si aplicamos el modelo a los asalariados con contrato eventual obtenemos un resultado sorprendente: su volatilidad no se ha frenado. Todo lo contrario. Entre 2012 y 2020 el índice para los empleos eventuales sigue una evolución similar al general (eso sí, con una intensidad mucho mayor, con niveles medios del 2%), pero tras la reforma laboral se desmarca de la tendencia media y sigue creciendo. De hecho, hoy se encuentra en máximos de la serie histórica, con un 2,3% de la afiliación afectada por la volatilidad cada día.
Es decir, que se reduzca el peso de los empleos temporales y se firmen menos contratos de este tipo no conlleva que estos tengan más estabilidad. El cambio legal eliminó la modalidad de obra y servicio, caracterizados por la incertidumbre sobre su duración. También introdujo una cotización adicional sobre las bajas de empleos de muy corta duración (inferiores a un mes). Pero nada de ello ha tenido efecto en la tasa de volatilidad, que sigue manteniendo una tendencia alcista casi idéntica a la que llevaba hasta 2021.
¿Podemos comparar la evolución del número total de altas y bajas de afiliación con el número de contratos temporales (incluyendo a jornada completa, parcial y los de aprendizaje), para construir un gráfico similar al que antes hemos dibujado para el total del empleo? En este caso, la Tesorería General de la Seguridad Social no ofrece datos de altas desglosadas por tipo de contrato y solo permite contrastar las bajas medias de afilados con los contratos. Aun así, sigue sirviendo para ilustrar la tendencia.
El volumen de bajas se han reducido a un ritmo similar al de los contratos, aunque en los últimos meses se ha producido un leve desacople entre ambas (es decir, hay más bajas que contratos) que resulta significativo no tanto por su intensidad como porque no se había producido antes. Pero, además, se aprecia una menor variación estacional.
Esto confirma algo que los registros del SEPE sobre la duración de los contratos ya apuntaban: muchos puestos eventuales se cubren ahora con indefinidos ordinarios, y los contratos de temporada o de actividades recurrentes se han derivado hacia los fijos discontinuos. Pero las empresas españolas que siguen haciendo contratos eventuales de corta duración mantienen las mismas condiciones que antes de la reforma, a pesar de las sanciones de Seguridad Social para los trabajos de menos de un mes.
Pero, aunque los nuevos empleos temporales sean cada vez más volátiles, son menos que antes de la reforma, con lo cual no pueden ser la única razón para que el índice general no se haya reducido con tanta intensidad como debería. La explicación apunta a que la estabilidad de los propios indefinidos también ha empeorado. Y aquí los datos también hablan por sí solos.
Indefinidos más volátiles
El índice de volatilidad para los contratos indefinidos agregado (la suma de indefinidos ordinarios a jornada completa y parcial y fijos discontinuos) es muy inferior al de los temporales, pero se ha disparado desde la reforma. Algo difícil de entender si asumimos que la norma, en teoría, no modificaba las condiciones de estos contratos.
En concreto, el porcentaje de volatilidad diaria de la afiliación con contrato indefinido al Régimen General ha aumentado del 0,14% en noviembre de 2021 al 0,37% en el mismo mes de 2024.
Si también contrastamos la correlación entre cifras absolutas de bajas y de contratos se aprecia que ambas variables se han disparado: las bajas lo han hecho un 273% y los contratos un 2715. Pero no partían de posiciones similares. A diferencia de los temporales, el número de bajas de indefinidos ya superaba al de contratos, con lo que el incremento de empleo fijo ha ampliado la brecha a niveles inéditos.
Aunque se firmen más contratos indefinidos que nunca, también son más volátiles que nunca. Y no solo eso: las oscilaciones estacionales de las bajas se han hecho mucho más intensas. Algo que antes de la reforma solo ocurría con el empleo temporal.
En esta evolución influiría que los indefinidos están ocupando un papel preeminente en sectores tradicionalmente asociados con una mayor volatilidad del empleo y dependencia de los contratos temporales, como la construcción o la hostelería. Además, teniendo en cuenta el carácter atomizado del tejido productivo español, muchas pequeñas empresas en esos sectores no habrían sabido, o no han podido, adoptar su planificación de plantilla a la nueva legislación. Es decir: hacen contrato indefinidos, pero los siguen tratando como eventuales.
¿Significa todo esto que el empleo indefinido es más precario? En este punto conviene resaltar que, cuando hablamos de indefinidos, hablamos de tres casos muy diferentes: los ordinarios a jornada completa, a jornada parcial, y fijos discontinuos. Este matiz es relevante porque vemos enormes divergencias entre unos y otros.
Si nos ceñimos los indefinidos ordinarios, vemos que han empeorado su volatilidad, sí, pero de manera desigual según el tipo de jornada. ¿Qué factores pueden explicar esta tendencia? Desde la reforma se aprecia una fuerte subida de los despidos y bajas por no superar el periodo de prueba, pero también de las dimisiones de indefinidos. Es decir, se produce una mayor volatilidad a iniciativa del trabajador.
Los datos de Seguridad Social no desglosan estas causas de bajas de afiliación por tipo de jornada, pero se puede sospechar que los ceses no voluntarios se concentran en trabajadores con contratos de mayor calidad (a jornada completa) y las renuncias voluntarias en los que más posibilidades de mejorar sus condiciones laborales y salariales cambiando de trabajo.
En esta última situación, se encuentran los que tienen una jornada reducida no deseada, que elevan su volatilidad diaria del 0,14% en 2021 0,3% de la afiliación, mientras los ordinarios lo han hecho del 0,09 % al 0,17%.
Los empleos más estables (a tiempo completo) han empeorado su estabilidad, sí, pero mucho menos que el resto a pesar de que son los más numerosos y lo que más han crecido tras la reforma. En este caso, que las bajas (y altas correspondientes) estén ligadas a causas no voluntarias -y más complejas y potencialmente costosas para la empresa- puede explicar que el efecto sea menor.
El tercer caso de los fijos discontinuos es mucho más complejo. Son proporcionalmente pocos (entre el 5% y el 6% de los asalariados) pero su pase a la inactividad es la segunda causa de baja de afiliación más frecuente tras la caducidad de un puesto eventual. Esto da idea de la volatilidad de unos empleos que se suponen indefinidos, pero ligados a actividades de temporada, cuyo alcance ha desnaturalizado la reforma laboral al facilitar que los utilicen en otro tipo de empresas, empezando por las ETTs.
Ello ha llevado a que una modalidad contractual pensada como 'pasarela' entre el empleo eventual e indefinido ordinario para sectores como la hostelería, se haya convertido en una fuente adicional de precariedad: de hecho, el índice confirma claramente que son los empleos más volátiles, por encima incluso de los temporales.
Si la tasa de volatilidad de los temporales ha pasado del 2% 2,3%, para los fijos discontinuos se ha incrementado del 1,2% (inferior a la que tenían los indefinidos a tiempo parcial en 2021) hasta el 2,9%.
El gráfico señala otra una tendencia llamativa: al contrario de lo que ocurrió con el resto de contratos (sobre todo los temporales), entre 2012 a 2021 la volatilidad de los fijos discontinuos se había reducido. Ello se debe a que la reforma laboral de 2012 potenció esta figura, pero a la vez la restringió a actividades de temporada, algo que se aprovechó de manera muy desigual. Un ejemplo claro es que, mientras se impusieron en regiones como Baleares, otras comunidades turísticas, como Canarias, apenas los usan. Por ello no logró frenar el abuso de los contratos temporales.
La norma de 2021 trató de corregir este error, ampliando su uso incluso alas ETTs, pero esto se vio acompañado por una inestabilidad disparada. Eso sí, como en los periodos de inactividad en los que estos trabajadores esperan el llamamiento de la empresa no cuentan como parados en las oficinas de empleo, su impacto en las estadísticas de desempleo del SEPE es mucho menor que el de los temporales que caducan.
Deberes para la próxima reforma laboral
Vista la volatilidad por cada tipo de contrato, cabe volver a preguntarse: si los índices aumentan para todas las modalidades contractuales, ¿por qué no lo hace el general? La explicación, como hemos dicho antes, es el efecto composición: la tasa general se calcula sobre el total de afiliados y los indefinidos ordinarios a jornada completa no solo son los asalariados más frecuentes, sino que su peso ha aumentado tras la reforma laboral. Además, son los que menos han visto incrementada su volatilidad, lo que contribuye a que el agregado de mejores resultados que cada uno de sus componentes.
Estos datos apuntan a que, para que la reforma despliegue todos sus efectos, hay que seguir reduciendo el uso de contratos temporales de muy corta duración, limitar el empleo a jornada parcial involuntaria y acabar con el 'abuso' de los fijos discontinuos. El Ministerio de Trabajo ha lanzado a la Inspección para actuar en estos frentes, pero los resultados no llegan al mercado laboral.
Otras reformas, como las orientadas a reformar el despido son mucho más complejas, y sus efectos sobre la calidad, el empleo, discutibles. Propuestas como endurecer el despido improcedente o limitar el periodo de prueba puede beneficiar a los trabajadores con contrato indefinido ordinarios a jornada completa, los más estables, pero no la calidad de los que siguen atrapados en la rueda de la precariedad. Algo de lo que tenemos precedentes.
Un coste del despido improcedente de 45 días por año, más alto que el actual, no frenó la destrucción de empleo en el arranque de la Gran Recesión, ni redujo una tasa de temporalidad que ya se situaba en el 30%. Pero tampoco lo logró la reforma de 2012, que optaba por recortar las indemnizaciones para 'abaratar' la contratación indefinida con la esperanza de animar su uso. Lo que sí repuntó fue la volatilidad de los contratos temporales. Algo que muestra que, se elija seguir el carril en un sentido u otro, lo que sigue fallando es el diseño de la carretera.
Por eso, para corregir los desequilibrios, los cambios en la regulación del mercado de trabajo deben verse acompañados de políticas que reduzcan la dependencia del modelo productivo de los trabajos volátiles. Esto implica reforzar el tejido empresarial y la posibilidad de crecer de las pymes, lo que repercutiría en una mejora general de los salarios de los trabajadores y su satisfacción laboral (frenando las dimisiones). Lo que exige una ambición reformista y un nivel de consenso, no solo en el diálogo social sino en el ámbito político, sin precedentes en la reciente historia de nuestro país.
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