Economía

¿Por qué España no se toma en serio el edadismo? Las claves de un error de cálculo que lastra el empleo

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¿Cuál es el verdadero impacto del 'edadismo', la discriminación laboral por edad, en el mercado laboral español? En los últimos años, este término ha centrado muchos debates en el ámbito de los recursos humanos, algo lógico ante el creciente peso de los desempleados en esa franja de edad y las dificultades que denuncian para encontrar trabajo. Pero, aunque estas voces cobren fuerza en el ámbito social y mediático, su traslación al diseño de las políticas económicas sigue avalando unas estrategias que se revelan como insuficientes para atajar un problema creciente que ya está pasando factura al mercado laboral, incluso en un contexto de creación de empleo como el actual.

Es lógico que el país con la mayor tasa de paro de la Unión Europea, un 11,2% según los últimos datos, ponga sus alertas sobre el desempleo juvenil, que supera el 26,9%, mientras el de los mayores de 45 años apenas llega al 9,2%. Estas estremecedoras cifras han justificado una 'cultura del relevo' que considera que anticipar la salida de los seniors permite la entrada de los juniors en el mercado laboral. Pero en la última década, esta visión se ha revelado como un profundo error que no solo no ha ayudado a los jóvenes a acceder a un empleo de calidad, sino que sitúa a nuestro país ante un desafío inédito por su incapacidad de mantener y generar oportunidades laborales para los veteranos.

En los últimos cinco años, el debate social se ha desplazado hacia ellos y son muchos los que esgrimen las cifras del Servicio Público de Empleo (SEPE) que revelan que el 57,2% de los parados registrados supera los 45 años. Sin embargo, no son precisamente pocos los autores los que recuerdan que estos datos vienen sesgados por el hecho de que los desempleados más jóvenes tienen menos incentivos para apuntarse en las oficinas de empleo. Ello, a pesar de que los mismos registros revelan una paradoja; aunque los seniors sean una mayoría, apenas logran poco más de un tercio, un 35,7%, de las colocaciones de demandantes de empleo. Una brecha de más de 20 puntos en las oportunidades laborales que penaliza cada vez más a estos trabajadores.

¿Son más fiables los datos del organismo dependiente del Ministerio de Trabajo que los de la Encuesta de Población Activa (EPA), que, como hemos visto, arrojan unas tasas de paro que castigan claramente a los jóvenes? La cuestión es que ambas métricas no son comparables: el SEPE indica un porcentaje de parados de cada grupo de edad solo sobre el total de desempleados, mientras el INE calcula sus tasas de paro sobre el total de activos. Sin embargo, si aplicamos la misma metodología (porcentaje sobre el total de parados) a los datos de la EPA nos encontramos con una sorpresa: tampoco coinciden.

Según la EPA, el peso de los parados mayores de 45 años cae al 39,9% en las cifras de desempleo que recopila el Instituto Nacional de Estadística, que muchos analistas consideran más fiables. Cifras que apuntan a diagnóstico, huelga decirlo, directamente opuesto al del SEPE. ¿Significa que el edadismo se sobreestima en nuestro país?

La clave está en que el SEPE publica un registro de las personas inscritas como demandantes de empleo que cumplen los requisitos para ser considerados como 'parados' a efectos estadísticos (que no trabajen ni tengan relación laboral, busquen activamente empleo y estén disponibles para incorporarse ante una oferta). El INE elabora una encuesta, y por ellos detecta a muchos desempleados, sobre todo jóvenes, que no se apuntan en las oficinas de empleo.

Pero también revela que hay muchos 'parados registrados' mayores de 45 años que no se clasifican como desempleados en la EPA, sino como inactivos, porque en realidad han renunciado a buscar activamente empleo y solo renuevan la demanda por cobrar una prestación o subsidio. A ello se suman otras casuísticas como fijos discontinuos en periodos de inactividad que pueden aparecer como parados o inactivos en función de si buscan otro empleo. Ello supone que, si bien las cifras del SEPE y las del INE parecen similares, esconden profundas diferencias en su composición que no conviene desdeñar. Sobre todo, cuando hablamos de una cuestión como el edadismo.

Que la posibilidad de cobrar una prestación o no condicione los datos de paro registrado es un hecho argumentado para que la mayoría de los análisis económicos recurra a los datos de la EPA, aunque los del SEPE son tenidos en cuenta porque son mensuales, mientas los del INE son trimestrales. Estos datos explican que muchos expertos consideren que la falta de empleo entre los jóvenes sigue siendo un problema prioritario. Aunque estos datos también revelan que en los últimos años el peso de los mayores de 45 y 50 años en el desempleo ha aumentado, la explicación es el envejecimiento demográfico.

De la cultura del relevo a la de la prejubilación

Que la tasa de paro de los seniors sea menor que la media avala la idea, muy extendida, de que 'acaparan' empleos y cierren la puerta a los jóvenes. Durante años, especialmente durante la crisis financiera, muchas empresas han utilizado esta idea para justificar despidos masivos centrados en sus veteranos, que cobran además mejores salarios, en acuerdos de regulaciones colectivas acordados por los sindicatos (que aceptaban por las condiciones ventajosas para los trabajadores despedidos).

Pero cuando la actividad se recupera no se produce un relevo: lo que tenemos es una cultura de la 'prejubilación' que castiga en ningún caso beneficia a los jóvenes, que no acceden a los puestos vacantes en las mismas condiciones. De hecho, hasta la reforma laboral de 2021 y pese a los cambios de 2012, la recuperación tras la Gran Recesión se apoyó en contratos temporales más que en los indefinidos. Y la primera consecuencia golpeó la sostenibilidad de las pensiones, que al efecto 'natural' del envejecimiento demográfico sumó un importante volumen de jubilaciones anticipadas que las nuevas cotizaciones de los nuevos trabajadores no podían cubrir.

Las reformas de la Seguridad Social se han sustentado en retrasar la edad legal de jubilación y fomentar el retraso voluntario. Pero aquí han chocado con una cruda realidad: la falta de oportunidades laborales se dispara a partir de los 45 años y explica que muchas personas que pierden un trabajo en sus últimos 20 años de carrera acaben 'desapareciendo' del mercado laboral y los que lo conservan se limiten a 'aguantar' en él hasta poder jubilarse, a ser posible de manera anticipada y con la mejor pensión posible.

A ello se suma el enorme peso en prestaciones de desempleo. Según reconoce el SEPE, el grupo más números de beneficiarios son los mayores de 55 años, que "en su mayoría" siguen cobrando un subsidio hasta poder jubilarse. Estas personas se consideran como parados registrados, pero en la práctica muchos no lo son porque han renunciado a buscar empleo y subsisten con la ayuda y sus ahorros. Esto explica la discrepancia entre los datos de la EPA y el SEPE en esa franja de edad.

La última reforma de las prestaciones no se ha atrevido a tocar las ayudas específicas para mayores de 52 años, cuyas condiciones facilitan este retiro de facto, pero sí ha introducido incentivos para fomentar compatibilizar paro y subsidio con un empleo, como un incentivo para 'activar' a estos trabajadores. El problema es el mismo que el de la reforma de las pensiones: se entiende que trabajar o no es simplemente una cuestión de la voluntad del desempleado.

En este debate, hay un dato que publica el SEPE al que se presta poca atención: las colocaciones que se registran cada mes. En la práctica es muy similar al de contratos registrados, con la salvedad de que clasifica a las personas que empezaron un nuevo empleo en función de si eran demandantes de empleo o no. Este matiz es relevante porque muestra que, aunque los mayores de 45 años suponen el 57,4% de los parados solo reciben el 35,7% de las colocaciones de inscritos en las oficinas de empleo.

Aunque la lógica nos dice el reparto de las colocaciones de demandantes de empleo debe ser proporcional al de su peso en el paro registrado, lo cierto es que ocurre al contrario. De hecho, aunque hay menos demandantes de empleo menores de 25 años, consiguen más colocaciones que los mayores de 55 años.

Ello arroja una sombra de duda sobre la eficacia de las políticas activas de empleo para encontrar empleo a los desempleados de mayor edad. No hablamos solo de las ofertas de empleo gestionadas por los servicios públicos de empleo, cuya relevancia en la creación de empleo, como hemos contado en elEconomista.es, es casi inexistente.

Nos referimos a medidas como los cursos de formación, los incentivos la contratación de colectivos de difícil empleabilidad y medidas que mueven un elevado presupuesto de más de 6.000 millones al año y que, junto a los jóvenes sitúa a los mayores de 45 y beneficiarios del subsidio de 52 años entre sus colectivos prioritarios. Sin embargo, los resultados parecen ineficaces ante el desafío de fomentar su empleabilidad: a pesar de la mejoría general del empleo, siguen siendo los más rezagados.

Díaz declara la guerra al edadismo

Ello a pesar de que la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ha demostrado ser muy consciente del problema –de hecho, fue la primera ministra que usó el término 'edadismo' en sus declaraciones– y ha reforzado las medidas específicas para los 'seniors'.

Esta falta de expectativas no solo castiga los parados y es una de las razones que frena el dinamismo del mercado laboral español. Se suele considerar que esto se debe a que los seniors son menos productivos y 'activos' que los trabajadores más jóvenes, pero esta es una idea que quizá urge desterrar ante la evolución demográfica. No es muy sostenible que persona de 50 años a la que aún le quedan 17 para jubilarse no se atreva a pensar en nuevas y mejores oportunidades laborales porque tiene más miedo que otros profesionales de no poder reincorporarse al mercado laboral si las cosas salen mal.

Un temor que se suma a otros 'desincentivos' como perder la antigüedad o la posible indemnización por despido, incluso en un mercado en el que las posibilidades de lograr un contrato indefinido han aumentado tras la última reforma laboral. Con ello también se reduce su poder para negociar subidas salariales.

Esto no solo supone un problema para los trabajadores y desempleados. Que las empresas renuncien a 'pujar' por el talento veterano, sobre todo en puestos de alta cualificación, contribuye a agravar los problemas de falta de mano que aquejan a muchas empresas y contribuye a ampliar la brecha de productividad con los países de nuestro entorno, que están tomando medidas ante el desafío de la falta de mano de obra.

Ante este escenario, Díaz ha puesto otras propuestas sobre la mesa cuya eficacia es más dudosa. Hablamos de encarecer el despido en supuestos en colectivos a los que perjudica especialmente, con énfasis en los mayores de 50 años. Pero esta idea despierta los temores de que lo que consiga sea frenar la contratación de los más de 2 millones de parados de 45 años en paro.

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