
Un viejo conocido ha vuelto a la ciudad y ha hecho ademán de mover de nuevo la manivela del dinero. El mero hecho de imaginarse el chirrido de esa manivela girando una vez más ha llevado a no pocos a salir en tromba para detener el paso al hombre que una vez 'salvó' a Europa. El expresidente del Banco Central Europeo (BCE) y exprimer ministro italiano Mario Draghi ha querido rescatar esta semana la célebre frase con la que evitó la muerte del euro (whatever it takes, lo que haga falta) para impedir en esta ocasión que el puño americano y el puño chino dejen al Viejo Continente más grogui de lo que está. El problema es que esta vez ese 'lo que haga falta' son unos 800.000 millones anuales de inversiones de los que hasta la mitad saldría de las arcas públicas, siendo la fuente de financiación principal nueva deuda europea mancomunada. Las reacciones negativas han ido desde aquellos que ven directamente inviable la ejecución del plan (Alemania -una vez más- en el horizonte y el poco aprovechamiento de los fondos Next Generation) hasta aquellos que recelan de los mismos políticos con más dinero en las manos y los que advierten de una nueva ola inflacionaria si la impresora de billetes se activa de nuevo con fuerza.
El lunes Draghi presentaba ante el respetable el informe Competitividad de la UE: mirando hacia el futuro, un encargo de la Comisión Europea en la búsqueda de una hoja de ruta que permita reducir la creciente brecha con EEUU y China. El crecimiento europeo se ha ralentizado hasta el punto de que, en las últimas dos décadas, la brecha entre el PIB de la UE y EEUU se ha ensanchado desde el 15% hasta el 30% y China va ganando terreno, mientras que factores que lo impulsaban, como el crecimiento demográfico, el auge del comercio internacional o la disponibilidad de energía rusa barata van desapareciendo, recuerda el trabajo del italiano.
Dentro del extenso recetario, una propuesta llamaba rápidamente la atención y era sintonizada por todas las antenas: dedicar cada año entre un 4,4% y un 4,7% (extra, es decir, sobre lo que ya se gasta) del PIB europeo en 2023 -entre 750.000 y 800.000 millones, más del doble de lo invertido con el Plan Marshall tras la II Guerra Mundial y el total de lo proyectado por los fondos Next Generation tras el covid- en las transformaciones que la UE necesita a nivel tecnológico, energético, de suministros, de defensa y de seguridad con el fin último de aumentar su productividad. La letra un poco más pequeña del informe recogía que una parte importante de este esfuerzo debería llegar de una "emisión de deuda común que financie proyectos de inversión conjuntos". En plata: eurobonos, aunque el informe no los mencione explícitamente. El auténtico pistoletazo de salida para los 'peros'.
Alemania y la negativa liberal
Aunque el propio Draghi intentaba 'cubrirse' en el informe, reconociendo, por ejemplo, que la aplicación de su propuesta podría llevar aparejadas de manera temporal mayores presiones inflacionarias, las críticas no han tardado en llegar, incluso desde moqueta oficial. El ministro de Finanzas alemán, Christian Lindner, fiel al espíritu de contención del gasto de los anteriores gobiernos alemanes, ha salido raudo a rechazar la idea de los eurobonos, apareciéndosele a Draghi el 'fantasma' de Merkel cuando Europa zozobraba en el precipicio.
Lindner, al igual que otros expertos cuya opinión se expone a continuación, cree que intentar estimular la inversión de forma 'teledirigida' y a través de más deuda no es la solución. La deuda pública de la eurozona roza el 90% del PIB (el objetivo es alcanzar el 'saludable' 60%), y este plan tendría un impacto notable en el corto plazo sobre los niveles de endeudamiento. Si encima las inversiones no terminan siendo adecuadas, la losa sobre la deuda y el déficit puede terminar siendo estructural.
Lindner, cuyo partido liberal ha sufrido una sangría de votos en las últimas elecciones estatales y europeas, ha declarado al medio POLITICO que la puesta en común de "riesgos y responsabilidades crea problemas democráticos y fiscales".
"Alemania no aceptará esto", sentencia Lindner. Este político de corte liberal y con cierta influencia en Alemania defiende que la inversión en la economía debe llegar desde el sector privado que, buscando su beneficio propio, encuentra los nichos y ramas en las que invertir, logrando una mayor prosperidad. El sector público debe limitarse a facilitar este movimiento a través de una regulación justa y laxa que permita a las empresas tomar decisiones, basándose en los incentivos y la información del mercado. Más allá de Alemania, tampoco resultaría extraño que países como Finlandia, Austria, Estonia o Austria salgan pronto a rechazar por completo este plan que incluye mutualización de deuda y más gasto. Los frugales ven este tipo de fórmulas como un peligro para su futuro y estabilidad financiera.
El plan de Draghi es todo lo contrario. Son cientos de miles de millones de inversión pública que, de llevarse a cabo, se implementaría de forma discrecional y teledirigida, como señala Lindner. Los liberales argumentan que articular un plan de inversión guiado por una persona o un organismo es un riesgo, puesto que la probabilidad de 'fallar' y terminar invirtiendo en un sector sin futuro o que no genere prosperidad es más elevado que si ese dinero se deja en el bolsillo del consumidor y son millones de decisiones (los consumidores) los que deciden con sus compras dónde hay que invertir. Siempre que se habla de estimular la economía en los últimos años, el único plan consiste en un aumento de gasto público, algo que hasta ahora no ha funcionado. ¿Por qué esta vez iba a ser diferente?
"Nuestro problema no es la falta de subsidios o ayudas, sino el encadenamiento de la burocracia y una economía planificada", asegura Lindner. "Más deuda gubernamental cuesta intereses, pero no necesariamente crea más crecimiento", sentencia este político. La Unión Europea debería, quizá, preocuparse más por averiguar por qué las empresas del Viejo Continente no invierten tanto o invierten sin demasiada fortuna (los obstáculos regulatorios o una educación que carece de universidades a la altura de la competencia global), en lugar intentar sustituir al sector privado en las decisiones de inversión. El clima para la innovación empresarial en Europa no es óptimo. Mientras que otras regiones se han convertido en potencias industriales y de innovación, la UE se ha convertido en una potencia de generar regulaciones para esas innovaciones.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que estuvo junto a Draghi cuando presentó su informe, presentó dos formas de obtener más dinero: aumentar la cantidad que la UE puede recaudar directamente y solicitar a los países contribuciones mayores.
Del lado de los analistas, las críticas se solapan con la poca fe. "El informe Draghi sobre lo que debe hacer Europa para contener su decadencia y poder competir de manera aseada con China y con los EEUU es una decepción. Inesperada, dado de quien viene", escribe en su boletín el economista Juan Ignacio Crespo. "No sé si es que (Draghi) no ha podido, no ha sabido o no se ha atrevido a ir contra la corriente esta vez, espantando, si así lo hubiera hecho, a quien le encargó el informe; al estamento político y respectivos gobiernos de los diferentes países de la Unión (que solo piensan en revalidar su mandato y después de ellos... ¡el Diluvio!); a la burocracia de Bruselas, que ya no despertará de su sueño reglamentista ni con un cañonazo; ... o qué es lo que habrá sido".
La dificultad para absorber tal inversión
"¿Cómo Draghi no ha caído en la cuenta de tamaña enormidad? No es solo que la mutualización, o emisión conjunta de deuda europea (...) por esas cantidades, sería una tarea políticamente muy ardua, sino que la economía europea en su conjunto no puede absorber, y mucho menos invertir de forma productiva, cantidades tan abultadas. Se ha demostrado con los fondos llamados Next Generation y eso que la cifra de 750.000 millones de euros estaba destinada a ser desembolsada durante un período de varios años", continúa Crespo. En la actualidad, España está teniendo serios problemas para absorber estos fondos, lo que se una a la larga lista de incapacidad para 'gastar' otras partidas que provienen de los fondos estructurales, de cohesión...
Aunque los fondos para la recuperación tras el covid están siendo una especie de 'cajón de sastre' y los que propone Draghi tienen el fin concreto de espolear la industria europea, las trabas 'burocráticas' y de gestión pueden ser las mismas o mayores, preocupando a los expertos. "En España resultaba evidente desde el principio que no había tal capacidad (lo comenté reiteradamente en su momento, desde abril de 2020) y a estas alturas está todavía por conocerse bien donde han ido a parar -los Next Generation- y en qué destino productivo apreciable se han empleado, si es que lo ha habido en cantidad apreciable", prosigue Crespo.
El diagnóstico de Draghi seguramente es correcto en muchas de sus facetas, admite Crespo, pero adolece de dos defectos fundamentales: "1) Sin poner patas arriba el tablero de Bruselas esos fondos terminarían en buena parte destinados al gasto improductivo y a tranquilizar a los gobiernos (además de afianzarlos en el poder) con un aumento de ese gasto, y 2) muchos de los objetivos que plantea son incompatibles entre sí: el esfuerzo hercúleo de la lucha contra el cambio climático y de la protección del Medio Ambiente tiene un coste y los recursos parece que siguen siendo escasos y susceptibles de usos alternativos, por lo que todo lo que se dedique a esos fines se detraerá de la mejora de la productividad".
Desde la casa de análisis Capital Economics, su economista jefe para Europa, Jack Allen Reynolds ve proco probable que este informe de Draghi marque un punto de inflexión en el desempeño económico de Europa e incide en que los intereses de Draghi no tienen por qué alinearse con los de los nuevos comisarios elegidos tras unas elecciones europeas que han dejado un panorama político mucho más fragmentado como mayor representación de fuerzas euroescépticas en Estrasburgo. Las disensiones entre naciones también se harán patentes, ya que el 'bazooka' de Draghi iría en detrimento de partidas como la Política Agrícola Común (PAC) o los fondos de cohesión, apunta Michel Martinez, analista de Société Générale, en una nota para clientes
En Capital Economics también llaman la atención sobre el aspecto fiscal. Según el informe de Draghi, la proporción de inversión en el PIB de la UE tendrá que aumentar del 22% al 27%, y esto tendrá que ser financiado en parte por los gobiernos. Pero las restricciones fiscales son mayores en la eurozona que en los EEUU debido a las reglas fiscales de Europa y a la mayor tolerancia de los inversores a los grandes déficits presupuestarios en los EEUU, recuerdan desde la firma.
La emisión conjunta de deuda permanente será la parte más difícil, aunque reciba el apoyo de Von der Leyen, coincide Martinez desde Société. "Aunque las nuevas normas fiscales intentan fomentar el gasto en inversión, no han modificado mucho el margen de maniobra fiscal. Todos los países acogidos al procedimiento de déficit excesivo (Francia, Italia) deben ajustar su déficit global en un 0,5% del PIB anual, mientras que Alemania, España y los Países Bajos se enfrentan a una situación política que probablemente impedirá cualquier nueva emisión conjunta de deuda después de los Next Generation", indica.
"A corto plazo, dado el actual estancamiento político tras las elecciones de la UE (especialmente con la oposición de Alemania, que celebrará elecciones en poco más de un año), el limitado espacio fiscal a nivel nacional (Francia, Italia) y el requisito de unanimidad en el proceso de decisión de la UE, nuestras expectativas de un rápido avance en la armonización de los procedimientos de impago y la emisión de un activo seguro común son bajas", agrega el analista del banco francés.
Más allá del entramado político de Bruselas, resuelve Allen Reynolds, la cuestión es que un mercado único incompleto está lejos de ser el único factor que frena la productividad. "Los países de la UE tienden a obtener malos resultados en los indicadores internacionales del entorno empresarial y la innovación debido a una serie de factores, entre ellos mercados laborales más rígidos, niveles comparativamente altos de regulación, mala gestión, menores habilidades y, posiblemente, cultura. Muchos de estos problemas tienen poco o nada que ver con la UE o el mercado único", expone.
Por último, plantea Allen Reynolds, las reformas propuestas no sólo apuntan a aumentar la productividad, sino también a limitar el daño que la mayor competencia de EEUU y China le causa a la productividad. "En otras palabras, apuntan a proteger la participación de Europa en la producción global, en lugar de aumentar simultáneamente la producción en Europa y en el mundo. Se trata de un objetivo perfectamente sensato, pero no deberíamos esperar que todas las medidas propuestas resulten en ganancias absolutas para Europa", ahonda Allen Reynolds.
Con todo, quedan optimistas con el trabajo del antiguo maquinista del BCE. "La reacción inicial a los planes de Draghi podría resumirse como grandes ideas, pero casi imposibles de aplicar, dados los divergentes intereses nacionales. Pero quizá en un segundo vistazo, el informe de Draghi podría abrir la puerta al cambio. Francamente, el estado actual de la economía europea, la pérdida de competitividad internacional y el retraso respecto a China y Estados Unidos no son sólo el resultado de la pandemia, la guerra y la geopolítica. También se derivan de la crisis del euro y de la falta de medidas más audaces. Tal vez alguien de la talla de Draghi pueda infundir ahora ese sentido de urgencia que actualmente parece faltar", opinan Bert Colijn, Carsten Brzeski y Peter Vanden Houte, la 'guardia mayor' del servicio de estudios de ING.