
Hay una ciudad que sirve de ejemplo perfecto de los problemas que derivan de la política de hijo único que se aplicó en China durante décadas. Se trata de Rudong, en la provincia oriental de Jiangsu. Allí se puso en marcha la medida de control de la población que prohibía a las parejas tener más de un descendiente y allí se observan ahora las consecuencias demográficas de aquella decisión.
Se puede decir que la ciudad fue el 'conejillo de indias' del control de la natalidad. Tal era su densidad de población a finales de los años 60 del siglo pasado que fue elegida para poner a prueba la política de hijo único que acabaría extendiéndose hasta 2016. Y de aquellos polvos... estos lodos: hoy cuenta con una de las poblaciones más envejecidas del país y del mundo. Según datos oficiales del censo, el 39% de su población (880.000 habitantes en 2021) tiene más de 60 años, una tasa que supera en más de doble a la media nacional (18,7%).
Los jóvenes escasean. La ausencia de niños ha llevado a reconvertir algunos colegios en residencias de mayores, como recogen algunas historias contadas en medios como el Financial Times, y la población más joven en edad de trabajar empezaron a aplicar en los 80 una tendencia de distanciamiento: dejar una ciudad en decadencia por grandes urbes como Pekín o Shanghái en busca de un futuro más prometedor.
Se buscan trabajadores
Las ofertas de empleo se acumulan en Rudong. Desde fábricas a granjas luchan por atraer a trabajadores para mantenerse a flote. Las esperanzas están puestas en la 'década dorada' que empleadores y autoridades esperan para la ciudad y que prevén conseguir a base de incentivos, ayudas a la vivienda o salarios más altos para conseguir empleados.
Mientras se obra el 'milagro', la situación para quienes viven allí no es sencilla. La renta anual ascendía en 2022 a 43.600 yuanes (6.300 dólares), un 12% por debajo del resto de Jiangsu. Y los ancianos tienen que conformarse con pensiones de unos 300 yuanes o menos al mes. Muchos de esos hijos únicos tienen ahora que hacerse cargo de padres y abuelos, cuando la incertidumbre global y la inflación azotan la economía y los hogares.
Una de las bondades de reducir la población era disminuir el nivel de pobreza al tener menos bocas que alimentar. Pero esos planes se han traducido a la larga en una lucha contrarreloj de China para intentar frenar la bomba demográfica que envejece el país, que acaba de ver cómo su población se reducía por primera vez en seis décadas.
El riesgo de una población envejecida para la expansión económica es evidente. De ahí que en los últimos años se hayan multiplicado las ayudas del país para incentivar la natalidad que pasan, sobre todo, por aumentar los derechos de las mujeres o mejorar las ayudas por hijo incluso para las madres solteras.