
Hace unos días, el semanario británico The Economist sentenció que el capital político de la (todavía) primera ministra británica, Liz Truss, había durado lo mismo que "una lechuga en un supermercado". Este jueves, tomando esa comparación de forma literal, el tabloide Daily Star cogió una lechuga, puso una cámara vigilándola 24 horas, y abrió apuestas para ver quién aguantaba más, si Truss en Downing Street o la lechuga sin pudrirse. En un intento de batir a su verdura rival, Truss decidió esta mañana sacrificar a su ministro de Hacienda, Kwasi Kwarteng, y dar un giro brusco a su política fiscal. Pero los mercados no parecen haberse creído el giro: desde su anuncio, el bono a 30 años ha rebotado más de 60 puntos básicos, volviendo a acercarse al 5%, y la libra se ha dado la vuelta para caer contra el dólar.
Desde luego, el proceso de cese de Kwarteng ha dado de todo menos confianza. Tras presentar las históricas bajadas de impuestos en sus presupuestos y provocar el pánico en los mercados, la 'premier' tardó dos semanas en retirar una sola de sus bajadas, la del tipo máximo del IRPF, y se desentendió del hundimiento de la deuda británica, pasándole la responsabilidad al Banco de Inglaterra (BoE).
Tras darse cuenta de que no iba a bastar, y tras recibir numerosas alertas del FMI y del BoE de que tenía que dar media vuelta a sus Cuentas, Truss se pasó una semana de caos bursátil negándose repetidamente a cesarle o dar marcha atrás, la última vez apenas tres horas antes de rendirse a la evidencia. En la carta de despido, le agradecía a Kwarteng la "difícil decisión que has tomado" -es decir, la de ser cesado por ella-, y repetía su creencia en que el programa económico desarrollado por ambos era el correcto. En ningún momento explicó por qué había tomado la decisión de prescindir de uno de sus grandes amigos y el co-autor del libro en que ambos desgranaron su ideología económica.
Lo peor llegó en la rueda de prensa en la que anunció su giro. En ningún momento pidió perdón o mostró la más mínima contrición por el error político. En su lugar, insistió en que había hecho lo correcto, y que pensaba seguir por la misma senda, nombrando como nuevo ministro de Hacienda a Jeremy Hunt, una persona que había propuesto "bajar todos los impuestos" más aún de lo que ella se había atrevido a hacer. Y, de repente, una concesión a la realidad: "Para conseguir estabilidad económica", iba a retirar la bajada del impuesto de Sociedades del 25% al 19% e iba a recortar el gasto público, algo que ella misma había rechazado en la sesión de control al Gobierno hace apenas dos días. No se tocaría ningún otro punto del paquete fiscal. Y los detalles los darían el día 31 de octubre, no inmediatamente.
La rueda de prensa posterior al comunicado fue la puntilla. Los periodistas le preguntaron repetidamente por qué había cesado a su ministro y amigo por aplicar la política económica con la que ella había ganado las primarias de su partido y de la que ella no ha abjurado en ningún momento, y sustituirlo por alguien que también la comparte. Su respuesta, cuatro veces, fue insistir en la necesidad de lograr estabilidad y recordar que había subsidiado la factura de la luz. La imagen de derrota era completa.
Su situación política parece completamente insostenible. Los diputados del Partido Conservador reaccionaron casi unánimemente con mensajes de desesperación. Ya hay una conspiración para expulsarla casi en público, pese a que las reglas del partido la garantizan un año de permanencia en el cargo antes de que los diputados del partido puedan celebrar una moción de confianza para echarla. El plan que circula más ampliamente implica reemplazarla, sin primarias ni votación de la militancia, por los dos candidatos a los que derrotó en la última competición, el ex ministro de Hacienda Rishi Sunak y la actual portavoz parlamentaria Tory, Penny Mordaunt.
Catástrofe en las encuestas
La situación parece completamente insalvable para Truss. Las encuestas indican que los ciudadanos que creen que está haciendo un buen trabajo son entre el 9% y el 16% del electorado. En intención de voto, los laboristas rondan o superan el 50% en prácticamente todos los sondeos y los 'tories' rondan el 25% de media, incluso cayendo por debajo de la barrera del 20% en algunas de ellas. Con el sistema mayoritario, eso podría dejar al partido de Truss con unas pocas decenas de diputados en una cámara de 650 escaños, una hecatombe histórica. Y lo peor está aún por llegar: un 'tijeretazo' al gasto público -que, descontando la subida de Sociedades, tendría que alcanzar los 40.000 millones de libras para cuadrar las cuentas, según los cálculos del Instituto de Estudios Fiscales- y un aumento brutal de las hipotecas, en medio de una crisis inflacionaria mundial, dejan una perspectiva bastante negativa para los próximos meses.
La otra gran pregunta es si el público estaría dispuesto a que los 'tories' eligieran de forma interna al cuarto primer ministro en 6 años sin celebrar antes unas elecciones generales. "Quizá lo mejor sería dejar que los laboristas tengan que hacerse cargo del desastre, e internar recuperarnos desde la oposición", decía un diputado conservador en Twitter esta tarde. Por el momento, la sensación es que la lechuga lleva las de ganar.