
¿Es peor mantener una decisión impopular pero que crees que es correcta, o anunciarla y dar marcha atrás ante las críticas generalizadas y la revuelta interna tras prometer que no lo harías? El giro de 180 grados del nuevo Gobierno británico, que anunció hoy la cancelación de la bajada del tipo máximo del IRPF del 45% al 40%, tiene dos lecturas posibles. La que asegura el ministro de Hacienda, Kwasi Kwarteng, es que el Gobierno "escucha" y sabe rectificar tras lo que considera una "ligera turbulencia". La visión negativa es que la implosión vivida la pasada semana revela que su programa económico no resiste el contacto con la opinión pública y los mercados, y que la pérdida de su credibilidad es algo que no se va a recuperar tan fácilmente.
La clave central del Gobierno de Liz Truss, que dejó escrita negro sobre blanco en un libro escrito a cuatro manos con Kwarteng, es la necesidad de impulsar el crecimiento con rebajas de impuestos y cambios legislativos que reduzcan los obstáculos a las empresas y al crecimiento de las ciudades. "Aumentar el crecimiento económico es la única forma de extender oportunidades, igualdad y conseguir los ingresos para pagar nuestros servicios públicos", insistió esta tarde en el congreso del Partido Conservador.
El gran problema que tiene es que los mercados (y el FMI) no ven, o no se creen, la magia detrás del proyecto. En los presupuestos, el Gobierno aumentó el gasto en unos 120.000 millones de libras anuales y recortó impuestos por valor de 45.000 millones, creando un agujero gigantesco en las cuentas. El resultado fue un desplome de la libra y un crecimiento sin control de la rentabilidad de la deuda británica, que obligó al Banco de Inglaterra a intervenir con un 'bazuca' de 65.000 millones para tranquilizar a los mercados (y su timidez a la hora de usarlo está volviendo a preocuparlos). La anulación de la bajada del IRPF para las rentas más altas recortará solo 2.000 de esos 45.000 millones, por lo que es más bien un movimiento simbólico que otra cosa. La clave está en cómo va a cuadrar las cuentas, una promesa sobre la que no ha dado ninguna pista.
En su discurso de esta tarde, Kwarteng no reconoció su responsabilidad sobre la crisis, a la que tachó de "ligera turbulencia", y no mostró ningún tipo de contrición, ni justificó ni la bajada de impuestos ni su giro repentino. En su ligar, se centró en prometer que su objetivo es lograr la "disciplina fiscal" y que la deuda baje, dos conceptos que no parecen corresponderse con un presupuesto que aumenta el déficit, de partida, en 163.000 millones de libras anuales. El ministro se ha negado a explicar cómo espera cuadrar las cifras sin subir impuestos, o incluso bajándolos más, como ha dejado caer. Más allá de un fantástico tsunami de crecimiento, que nadie ve en medio de una crisis mundial que está obligando a todos los Gobiernos a reducir sus expectativas, la única solución parece que sea meter la tijera a unos servicios públicos que ya están en las mínimas, tras casi una década de recortes ejecutados por David Cameron y Theresa May. Kwarteng ha prometido dar la solución a este puzzle imposible el próximo 23 de noviembre, y se ha negado a dar siquiera una pista a los mercados, que llevan una semana mostrando su enorme escepticismo.
El otro obstáculo del nuevo Ejecutivo es que nadie ha votado por un programa de recortes agresivos de impuestos. Kwarteng ha denunciado varias veces que se ha encontrado con los impuestos más altos en los últimos 70 años. Pero la realidad es que ese es el programa que arrasó en las últimas elecciones: Boris Johnson obtuvo una mayoría absoluta prometiendo más gasto público y más inversión, financiada con más impuestos. El resultado ha sido dejar al Gabinete de Truss en una situación extrañísima: atacando a su predecesor y al programa con el que ganó las elecciones con la mayoría absoluta que ahora ha heredado. Margaret Thatcher hizo su revolución liberalizadora con el respaldo de mayorías absolutas obtenidas con ese programa. Truss está intentando copiarla con los escaños que Johnson obtuvo prometiendo subir impuestos y subir gasto público. Y los aliados de Johnson ya están hablando de forzar una convocatoria de elecciones o el enésimo regicidio de la década.
Hundimiento en los sondeos
La consecuencia es que las encuestas se han girado radicalmente en contra de Truss. El Partido Laborista lleva una semana acumulando sondeo tras sondeo con liderazgos de más de 20 puntos sobre los 'tories'. La más radical de las encuestas, de YouGov, que sitúa a los laboristas 33 puntos por delante, podrían dejar al partido más antiguo de Inglaterra con entre 2 y 50 escaños, frente a los 379 que obtuvo Johnson en 2019, en la que sería una masacre histórica. Por si fuera poco, la confianza del público sobre la competencia económica del Gobierno se ha desplomado en un porcentaje similar. Y los mercados no se creen que un Gobierno pueda sobrevivir (o mantener su rumbo) en medio de un rechazo popular sin precedentes. Un posible anuncio de recortes de gasto público para cuadrar las cuentas sería la gota que colmaría el vaso: difícilmente sería aprobado por el Parlamento, incluso con una mayoría absoluta y sabiendo que la consecuencia sería precipitar elecciones.
El giro de hoy ha dejado claro que Kwarteng y Truss no tienen la fuerza para sacar adelante todo su paquete al completo. La pregunta ahora es más bien qué pueden sacar adelante. Y si lo único que pueden aprobar son las pizzas y el chocolate, sin la dieta correspondiente para evitar engordar la deuda, el plan de crecimiento de Truss estará acabado. En una semana, el nuevo Gobierno ha incinerado su credibilidad. Ahora le toca reconstruirla ante unos mercados alarmados y escépticos y una ciudadanía furiosa. Y nadie sabe cómo se recupera algo tan precioso: John Major perdió la suya en el 'Miércoles Negro' de 1992 y ni cinco años de fuerte crecimiento y cuentas saneadas bastaron para hacerse perdonar.