Hoy Ucrania ya ha resistido seis meses después de la invasión, pero a medida que nos vayamos adentrando en otoño e invierno la cuestión será más bien ver si Europa y Occidente siguen resistiendo. Medio año después, el conflicto no ha conseguido tumbar el país que lidera Volodimir Zelensky pero sí que ha conseguido llevar Europa al borde de una recesión económica, con una espiral inflacionaria más potente y duradera de lo esperado que ya están desgastando no solo las economías europeas sino las sociedades y, en consecuencia, los liderazgos políticos.
Ya antes del parón de verano, en Bruselas se empezó a pronunciar más frecuentemente el término "fatiga de guerra". El miedo empezaba a aparecer entonces y cogerá de nuevo fuerza con el arranque del nuevo curso político. "Los europeos no nos podemos permitir la fatiga", decía a principios de julio el Alto Representante de la Unión Europea, Josep Borrell.
La fatiga de la guerra
Sin embargo, lo que los europeos empiezan a no poder permitirse es encender el aire acondicionado o pagar la misma cesta de la compra que llenaban hace unos meses. Y este es el miedo entre los dirigentes y diplomáticos, tanto en Bruselas como en la mayoría de comunidades europeas. Para conseguir llegar a seis meses de guerra sin que Ucrania haya caído, ha sido clave el apoyo de Occidente al gobierno de Kiev y los diferentes paquetes de sanciones económicas aprobados con una unidad y firmeza que sorprendió a muchos.
Pero cuando no hay visos de un final, la pregunta es si los gobiernos occidentales podrán mantener este apoyo, firme y unitario cuando la fatiga pase a ser efectivamente una recesión y ya sea difícil explicar a la ciudadanía porqué se continúa pagando tan alto coste por apoyar Ucrania. A principios de verano, el think tank económico Bruegel, calculaba que el impacto presupuestario directo de las decisiones vinculadas con la guerra ascendería a un 1,4% del PIB, "si no más".
Esto sin tener en cuenta otros impactos a largo plazo, como la necesidad de replantear todo el sistema energético europeo y aumentar la inversión en defensa ante el aumento de las amenazas globales. Sin ir tan lejos, de momento lo que ya han dejado seis meses de guerra en Ucrania (a parte de los más de 5.500 civiles muertos según Naciones Unidas) es una inflación récord, que roza los dos dígitos en el conjunto de la Unión Europea pero que ya escala por encima del 20% en los países del este y por encima del 10% en nuestro propio país, cosa que está obligando empresas, comercios y hogares a tomar extraordinarias medidas de ahorro.
El chantaje de Putin
Y que la situación empeore todavía más sólo depende de los grifos que Putin decida cerrar desde ahora hasta el temido invierno. Esta misma semana el precio del gas escalaba de nuevo a niveles estratosféricos en toda Europa por el anuncio de un nuevo corte de suministro en el gasoducto Nord Stream 1, que ya funciona a medio gas desde hace semanas. Que Putin juega a desgastar las economías occidentales como represalia a las sanciones es innegable, pero también que, más allá de hacerse con parte o la totalidad del territorio de Ucrania, lo que busca es deslegitimar Occidente y, sobre todo, la OTAN.
Por eso, a nivel geoestratégico, la unidad del bloque occidental es fundamental, como no se cansa de repetir en la capital belga. Sin embargo, son varios los factores que generarán dificultades. Primero, el resultado de las elecciones italianas de septiembre, después de la caída de Mario Draghi, primera víctima política directa en la UE de la guerra, y que se toman como un termómetro de las posibilidades que el populismo más próximo a Putin tiene de hacerse hueco en los gobiernos europeos si la guerra desencadena una crisis social. Pero también las elecciones en el Senado norteamericano de noviembre en Estados Unidos, que han recuperado presencia en Europa tras la victoria de un Joe Biden también desgastado por la inflación descabalada.
Algunos ya empiezan a hacer pedagogía. "Este puede ser el primero de cinco o diez inviernos difíciles", admitía esta semana el primer ministro belga, Alexander de Croo. Mucho más literario era el presidente francés Emmanuel Macron: "Hará falta un alma fuerte para mirar de cara al tiempo que viene, resistir a las incertidumbres y […] unidos aceptar pagar el precio de nuestra libertad y nuestros valores".