
Sin paños calientes, el BIS (Banco Internacional de Pagos, por sus siglas en inglés) apunta a la estanflación como el principal riesgo al que se enfrentan los bancos centrales. Elevados precios y crecimiento pírrico, sin descartar una recesión, es el peor escenario para una autoridad monetaria. El gran banco de bancos centrales recomienda a sus socios (Fed, BCE, BoE, BOJ... entre otros) atajar la inflación cuanto antes y deja entrever que hay escasas posibilidades de que se produzca un aterrizaje suave de la economía global, "pero los beneficios a largo plazo, superan cualquier coste".
El banco de bancos centrales, que aglutina a la mayoría de autoridades monetarias del mundo, pone el acento en su informe anual en el riesgo de estanflación para la economía global. "No hay precedentes históricos" para explicar la coyuntura que envuelve a los bancos centrales, comienzan a explicar los autores del documento. La pandemia ha dejado un cóctel explosivo hecho de material desconocido. "La profunda y rápida recesión por el covid y la expansión posterior ha llevado a mayores presiones inflacionarias junto con vulnerabilidades financieras elevadas, en particular un alto endeudamiento en un contexto de aumento de los precios de la vivienda", explica la entidad para referirse a la inédita combinación de factores.
Si hay un escenario de pesadilla para los bancos centrales es el de crecimiento bajo, o contracción, con elevados precios. Las autoridades monetarias se quedan con las manos atadas y sin sus tradicionales palancas para equilibrar la economía. Tienen que sacrificar el crecimiento o dar rienda suelta a la inflación, cualquier decisión es mala y provocará dolor en la economía. Dejar correr la estanflación es todavía más preocupante, al asumir lesiones permanentes en la parte de productividad de la economía. "La clave para los bancos centrales es actuar con rapidez y decisión antes de que la inflación se arraigue, los beneficios a largo plazo de preservar la estabilidad para los hogares y las empresas superan cualquier coste a corto plazo", aboga el director gerente del BIS, Agustín Carstens.
Durante las últimas cuatro décadas, las crisis y la inflación han seguido los manuales de Economía. Las recesiones generalmente estaban precedidas de un pico máximo crediticio, con un repunte moderado de la inflación, por una alta inflación y el endurecimiento monetario asociado, mientras que el sistema financiero se cerraba. Llegaban tras un pico máximo crediticio y, por lo tanto, requieren un ajuste de la política monetaria relativamente pequeño. Pero el actual episodio inflacionario está rompiendo los esquemas los bancos centrales.
El gran banco apunta que la respuesta "requerirá un período de crecimiento por debajo de la tendencia para que la inflación regrese a niveles aceptables, pero una desaceleración modesta puede no ser suficiente y reducir la inflación podría implicar costos de producción significativos, como sucedió después de la gran inflación de la década de 1970". Durante meses, se ha intentado evitar el paralelismo de los años setenta por gobiernos y bancos centrales, pese a que el origen compartido está en una crisis energética morrocotuda.
Similitudes con la crisis de los setenta
El diagnóstico del BIS deja poco lugar a dudas. "Es posible que la inflación no caiga rápidamente, dada la intensidad de las recientes presiones sobre los precios y en el peor de los escenarios, la economía global podría estar lista para un período de estanflación, que implica tanto un crecimiento bajo, sino una recesión total, como una inflación alta", indica.
El banco coordinador de la Fed, BCE o Banco de Inglaterra no elude hablar de la crisis energética de los setenta. "El afianzamiento de los altos resultados inflacionarios recientes, reforzados por el aumento de los precios de las materias primas, sería un punto de partida natural", tal como sucedió hace más de 50 años. "Esta combinación recuerda la experiencia de la década de 1970, en particular las secuelas de las crisis del petróleo de 1973 y 1979. Esas crisis contribuyeron a una mayor inflación y a una desaceleración del crecimiento mundial, que disminuyó de un promedio de 5,5% en la década anterior a la de 1973 y la caída del 2,5%, en la década posterior", explica el documento, aunque matiza que hay grandes diferencias, principalmente, por la capacidad de los actuales bancos centrales para evitar heridas profundas.
La inflación ha llegado para quedarse
El episodio inflacionista está lejos de desaparecer, según el BIS. "Parece que se dan las condiciones para un crecimiento más rápido de los salarios y los precios", señalan para apuntar a los temidos efectos de segunda ronda. "Los salarios tienden a negociarse con poca frecuencia y, por lo tanto, naturalmente, toma tiempo responder cuando la inflación aumenta inesperadamente, pero a medida que expiren los acuerdos salariales existentes, es probable que los trabajadores busquen mayores aumentos salariales, en algunos países ya han asegurado cláusulas de indexación salarial para protegerse contra futuras sorpresas de inflación", advierte.
También recoge que si se prolonga la invasión en Ucrania, el frenazo de la economía china y la inestabilidad financiera de los mercados emergentes contribuirán a aumentar el riesgo de estanflación a escala global.
La pregunta clave para el BIS no es la duración de la inflación, sino si la repuesta de los bancos centrales llevará a la economía mundial a un aterrizaje suave o terminará con un aterrizaje brusco. La diferencia la marca si cuando se tome pista hay o no hay recesión. "Históricamente, aproximadamente la mitad de los ciclos de endurecimiento de la política monetaria han terminado en un aterrizaje suave", destaca la institución en un análisis entre 1985-2018, en 35 países. Pero, evitar la toma de tierra de manera brusca no depende en absoluto de la probabilidad, sino de factores previos. "Un crecimiento más rápido del crédito en relación con el PIB antes de un episodio de ajuste está asociado con un aterrizaje forzoso de la economía", subrayan los economistas, y añaden que "las vulnerabilidades financieras refuercen los efectos contractivos de una política monetaria más restrictiva sobre el crecimiento del PIB; el aumento de las vulnerabilidades significa que es más probable que una desaceleración del crecimiento desencadene una recesión".
Sobre este aspecto, hay que tener en cuenta que la deuda pública y privada creció en todo el mundo para contrarrestar el impacto de la pandemia. Los picos del ciclo financiero, donde la deuda escalaba a niveles máximos, han tendido a coincidir con las recesiones desde principios de la década de 1980. Malas noticias para los pilotos de la economía.