La vida en Argentina da muchas vueltas. Tras dos sonoras derrotas en las elecciones legislativas de mitad de mandato -una en el Gobierno y otra en la oposición-, Cristina Fernández de Kirchner pareció caer derrotada en 2013 y 2017, para resucitar una y otra vez. Esta vez, sin embargo, las urnas llegan este domingo con la actual vicepresidenta argentina en el hospital, recuperándose de una operación, y tras sumar otra derrota en la primera vuelta. Una situación, si se refrenda en esta votación definitiva, que dejaría al futuro de la legislatura pendiendo de un hilo y amenaza con torpedear las negociaciones con el FMI sobre la abultada deuda del país.
Lejos queda ya la incontestable victoria de Alberto Fernández, con Kirchner de su lado, en 2019. La exigua mayoría parlamentaria obtenida entonces -que depende del apoyo de un puñado de independientes en el Congreso- se vendría abajo si se repiten los resultados de la primera vuelta, como auguran las encuestas. Y el Senado, bastión del peronismo desde hace décadas, podría caer en manos de la oposición. Una derrota dejaría paralizado al ya debilitado Gobierno de los Fernández, cuya batalla interna no cesa desde que se contaran las papeletas en la primera vuelta.
A esta fecha clave, además, se llega con la baja de Kirchner, la figura necesaria para movilizar a los dos millones de votantes que se abstuvieron en la corona metropolitana de Buenos Aires, un bastión peronista histórico donde cimentan sus victorias o, como pasó en septiembre, lamentan sus derrotas. La vicepresidenta sufrió la semana pasada una histerectomía completa para retirarle un pólipo benigno del útero, y no ha podido asistir a los mítines en la última semana. Sí asistió al cierre de campaña, el jueves por la noche, pero el hecho de que el Gobierno no contara con su principal baza electoral durante la fase decisiva ha sido un lastre para sus opciones. La última vez que fue operada antes de las elecciones -en 2013, de un hematoma craneal-, su partido sufrió una fuerte derrota en las urnas, así que los auspicios no son buenos.
A eso se le suma una inesperada crisis en los últimos días de la campaña. El asesinato el pasado domingo de un kiosquero en Ramos Mejía, uno de los municipios del conurbano bonaerense, ha colocado la inseguridad al frente de la campaña y ha pillado a contrapié al Gobierno. La oposición canceló varios de sus mítines y dejó que los focos apuntaran únicamente a Fernández durante varios días. Y el presidente, muy desgastado ya por la gestión de la pandemia, no es particularmente conocido por su carisma.
El FMI no se fía
En principio, una derrota del Gobierno en estas elecciones haría poco menos que paralizar su agenda para los dos años que restan de legislatura. El problema es que, mientras todo esto ocurre, el ministro de Economía, Martín Guzmán, está negociando con el FMI la reestructuración de la enorme deuda que tiene el país con la institución internacional, de 57.000 millones de dólares. Y la pérdida del control de las dos Cámaras debilitaría su mano en la mesa de negociaciones y, a la vez, aumentaría las dudas que tiene el FMI sobre la capacidad de que el país cumpla sus compromisos.
Según reveló el Financial Times este miércoles, Guzmán habría endurecido su postura, acusando al expresidente Mauricio Macri y al propio FMI de ser los responsables de la dura situación en la que se encuentra el país por haber accedido al préstamo. Y el FMI duda de que Argentina sea capaz de cumplir con los compromisos que se firmen en el caso de que haya acuerdo.
Dos extremos en el Congreso
Todo esto no hace más que reforzar el peligro a la estabilidad política que suponen estas elecciones. Si se repitieran los resultados de la primera vuelta, la mayoría en el Congreso podría estar en manos de un partido trotskista-leninista, que considera que el peronismo es demasiado conservador y está vendido al capital, o de una organización anarco-capitalista cuyo líder se considera alineado con Donald Trump o Jair Bolsonaro. Una combinación de extremos que difícilmente ayude a la estabilidad del Gobierno actual.
Si alguien se huele estas cosas, son los mercados. Y los datos son claros: el peso se ha hundido a mínimos históricos en el mercado paralelo, superando la barrera de los 200 por dólar. Más del doble que hace un año, cuando se cambiaba a 85 pesos por dólar. Mientras, la inflación supera el 50% anual y la prima de riesgo, en 1.753 puntos básicos sobre la de EEUU, está en máximos desde el canje de deuda con los inversores privados acordado el año pasado. Y ya se sabe que en Argentina, los mercados no ponen Gobiernos, pero sí que los quitan.