
Los datos que se publican cada mes de inflación apuntan a un encarecimiento de la cesta de la compra que puede prolongarse y recrudecerse en los próximos meses. A estas alturas de año, seguir pensando que la subida del IPC por encima del 3% es transitoria, carece de realidad. Si bien la inflación subyacente se mantiene en niveles similares a la media de los últimos años (0,7% frente a una media del 1% de los últimos 5 años), la escalada de precios energéticos, alimentarios, de bienes industriales intermedios y de bienes de consumo duradero, va a acabar trasladándose de forma asimétrica al conjunto de los precios de la economía.
Pero si hay un lugar especialmente afectado, ése es la renta disponible de las familias españolas, la cual se ve doblemente afectada: por un lado, por la escalada de la inflación, pero por otro lado, por su escasa o nula capacidad de reacción al alza para compensar la pérdida de poder adquisitivo tanto por la situación económica como especialmente por el mercado de trabajo. En este sentido, un estancamiento significativo de la renta disponible nominal acompañado de una caída de la renta real, por mucho ahorro que se haya podido acumular durante el confinamiento de 2020, reduce drásticamente el potencial de recuperación de la economía española.
A diferencia de otras crisis anteriores, las medidas de compensación laborales y de rentas puestas en marcha por los Gobiernos (incluido el español) han evitado un desplome de la renta disponible de la magnitud y correlación de en ocasiones anteriores. Concretamente, según los datos publicados por Eurostat, las familias españolas, francesas e italianas han visto mermada su renta nominal en un 4% promedio interanual frente al estancamiento en Alemania o Portugal o incluso un crecimiento cercano al 3% en Holanda. Sólo los ERTE y exenciones de cotizaciones sustituyeron en términos promedio el 50% de las rentas perdidas de los trabajadores frente al 70% promedio en Alemania o el 100% en Holanda.
Pensar que una subida del IPC por encima del 3% es transitoria, carece de realidad
Todo ello unido al desplome del gasto en consumo final de los hogares (-12,1% interanual en 2020 en el caso de España), generó una bolsa de ahorro repartida de manera muy asimétrica con fuerte concentración en las cohortes de población de edad más avanzada y, por tanto, con una demanda de ahorro motivo precaución más acentuada. Esta situación es netamente transitoria a tenor de los datos de la Contabilidad Nacional Trimestral de los Sectores Institucionales correspondiente al segundo trimestre de 2021. La normalización del consumo final de las familias reduce drásticamente la tasa de ahorro, mientras que la normalización de las rentas salariales y de otra naturaleza no llega en la misma proporción.
Si estuviésemos en un escenario de recuperación vigorosa y buenas perspectivas de mercado laboral, la escalada inflacionista sería más asumible y la renta real tanto actual como esperada no sufriría de la misma forma. Sin embargo, la desaparición paulatina que se irá viviendo de las políticas de sostenimiento de rentas (ERTEs, bonificaciones de cotizaciones, ayudas directas…) afectará de una manera extraordinaria a los hogares, habida cuenta de que tenemos una bolsa estructural próxima a los 450.000 trabajadores en ERTE (muchos han salido con motivo estival pero que probablemente volverán entre septiembre y octubre) y una negociación salarial que aunque presione al alza con cuestiones como el SMI, no significarán una revalorización sustancialmente por encima de la tasa de inflación si las empresas no generan beneficios que sostengan los incrementos salariales.
Muchos de los trabajadores han salido del Erte de forma temporal, y volverán de nuevo
Además, se puede añadir un elemento triplemente perjudicial para la estanflación de la renta familiar que es una creciente desigualdad de renta y riqueza según quién ha conservado salarios y empleo y quién no ha podido. La expansión monetaria ha provocado un indudable efecto positivo sobre los
índices bursátiles, provocando una inflación de activos financieros que se traduce tanto en un incremento de patrimonio como en un incremento de rentas vía mayor reparto de dividendos. También, aunque en menor medida, está experimentando este mismo fenómeno el universo de activos reales, empezando por la vivienda.
En este sentido, los deciles más altos de renta con una proporción de rentas del trabajo vs. rentas del capital a favor de las segundas y un incremento del valor de los activos no tanto por mayor ahorro vía salarios sino vía inflación de índices y bonos, experimentan un shock de riqueza muy positivo y transitorio. Sin embargo, en aquellas familias cuyos ingresos dependen fundamentalmente de las rentas del trabajo y su patrimonio está basado esencialmente en inmuebles que no generan rentas y en cuentas corrientes que no generan ningún tipo de rentabilidad, no existe tal shock positivo. Por consiguiente, la diferencia en porcentajes sobre el total entre los que sí ganan y los que no lo hacen está creciendo de una forma extraordinaria.
En suma, la desigualdad es la tercera pata de este trípode de riesgos. La estructura de consumo también tiene dentro de sí una fuente de desigualdad, que es la de consumo, donde el tipo de bienes de consumo más comprados por las rentas bajas son los que más están sufriendo la inflación (materias primas básicas, alimentos y energía, entre otros). Sólo el componente energético oscila entre 1,5 y 2 puntos en total del presupuesto familiar según la renta del hogar. Poner soluciones tempranas y enfocar bien el análisis de la inflación puede evitar un mayor daño sobre las familias.