
La paciencia ha sido el concepto fetiche de Jerome Powell en los más de tres años que lleva al frente de la Reserva Federal de EEUU. Sin prisas en sus explicaciones ni en la toma de decisiones, la Fed ha vivido unos años de cierta tranquilidad interna, solo interrumpida por los ataques de Trump al propio Powell durante los primeros meses de la pandemia. Pero las aguas no bajarán calmadas para la institución en el próximo semestre, donde se tendrá que enfrentar a una remodelación interna y a una importante decisión que marcará el futuro de la economía del país en el medio plazo: cuando empezar a retirar los estímulos.
Aunque las cifras macroeconómicas en EEUU son positivas y la inflación va al alza, pocos se atreven a especular con una subida de los tipos de interés o finalizar el programa de compra de bonos. Por una parte, Powell ya anunció que la nueva táctica de la Fed sobre su mandato de una inflación controlada no se aferrará tanto al 2% anual como que intentará que bascule en torno a esa cifra. Esto le da margen al banco central para posponer medidas restrictivas ante una inflación cuyo último dato, del mes de junio, se sitúa en el 5,4% interanual. El Banco Central Europeo emuló esta flexibilidad hace unas semanas para enfrentarse a los meses que vienen.
De esta forma, en sus proyecciones de junio, los miembros del Comité del Mercado Abierto (FOMC, por sus siglas en inglés) creían unánimemente que no habría subida de tipos de interés en este año, aunque parte de ellos abogaban por subirlos en 2022 y una amplia mayoría estimaba que habrían subido para 2023, con la media en el rango de los 0,5 a 0,75 puntos.
No obstante, desde la Fed vienen insistiendo en que la inflación es algo pasajero fruto de la recuperación económica. Sin embargo, es el mercado de trabajo el que más retiene a Powell de retirar las políticas acomodaticias, dado que en el país aún hay 6,8 millones de puestos de trabajo menos que antes de que apareciese el Covid-19. El presidente del banco central lleva meses subrayando que la recuperación tiene que llegar a todos los ámbitos de la sociedad, por lo que tampoco se plantea por el momento reducir la compra de activos (tapering).
Hora de cambiar el equipo
Pero, al margen de las medidas de política monetaria, la incertidumbre en la Fed está presente por el necesario relevo de sus integrantes. En los próximos seis meses, el presidente estadounidense, Joe Biden, podría nominar hasta a cuatro personas nuevas para cubrir las respectivas vacantes que se van a generar. Y de sus nominaciones se deducirá qué rumbo quiere el inquilino de la Casa Blanca para conducir la salida de la pandemia.
El primero en salir podría ser Randal Quarles, cuyo mandato como vicepresidente de Supervisión expira el próximo 13 de octubre. De ideas republicanas, es el mayor regulador bancario de la institución, y ha recibido numerosas críticas de los demócratas por no atar suficientemente en corto a las instituciones financieras. Pero, aunque es improbable que Biden le mantenga en ese puesto, Quarles sí podría continuar como uno de los siete gobernadores de la Fed, ya que su mandato concluye en enero de 2032 si no dimite antes.
Quien tiene pocas opciones de continuar es Richard Clarida, actual vicepresidente de la Reserva Federal, que dejará su puesto de gobernador en enero de 2022 y la vicepresidencia en septiembre del mismo año. También de tinte republicano, no parece haberse granjeado la amistad de los demócratas que deberían apoyar su nominación en el Senado.
Además de un puesto vacante que Biden aún no se ha decidido a llenar, el otro puesto a cubrir es el del propio presidente de la Fed. Jerome Powell finaliza su mandato como líder de la institución el próximo 5 de febrero de 2022, aunque pueda permanecer como gobernador hasta enero de 2028. Y es aquí donde el ocupante del Despacho Oval tendrá su decisión más difícil: continuidad de consenso o renovación.
Por una parte, Powell ha representado un liderazgo desde el republicanismo moderado, siendo criticado por la rama más dura del partido de Reagan. Esto, a su vez, le ha hecho granjearse un cierto aprecio de los demócratas, especialmente con gestos como sus reuniones con algunos de los colectivos más económicamente desfavorecidos. Su tono correcto y sin estridencias ha supuesto además un cambio fundamental en el proceso de toma de decisiones de la institución: ya no se decide con las proyecciones de lo que ocurrirá, sino con los hechos que ya han ocurrido. En situaciones como la de esta pandemia, donde las previsiones tardan apenas días en convertirse en papel mojado, este nuevo enfoque puede ser decisivo para marcar el rumbo correcto.
Pese a todo, Powell no deja de ser un republicano, y el encargado de nominar al nuevo presidente es el demócrata Biden, que se verá presionado por el ala más reaccionaria de su partido, que abogará por una mayor regulación bancaria y más protagonismo de la economía sostenible. En este sentido, la elección evidente sería Lael Brainard, gobernadora de la Fed desde 2014 y única demócrata de los ocho asientos. Aunque para JP Morgan es la opción más probable de producirse en los próximos meses, se debe tener en cuenta que la ratificación en el Senado será más complicada cuanto más se escore el candidato hacia uno de los extremos del espectro ideológico.
La gran oportunidad de Biden
De esta manera, Biden se enfrenta a un reto, pero también a una gran oportunidad. De las mayorías y liderazgos en la Fed dependerá en buena medida el viento de cola que puedan recibir sus iniciativas económicas para la recuperación o, siendo pesimistas, para combatir los efectos de las nuevas olas de coronavirus.
Además, previsiblemente será el nuevo equipo el que se enfrente a la creciente regulación de las criptomonedas, o incluso a la creación de la propia criptodivisa del banco central. Y será el momento de replantearse nuevas restricciones a los riesgos asumidos por la banca, la definitiva salida del mercado laboral de los últimos baby boomers, el viraje hacia las energías renovables y el efecto de la robotización y digitalización sobre el empleo.
No son cuestiones baladí, puesto que los nombramientos de Biden irán mucho más allá de su estancia en la Casa Blanca. El puesto de gobernador se elige por un periodo de 14 años, por lo que la actual vacante así como el puesto de Clarida (y de Quarles, si dimite) se cubrirían hasta mediados de la década de los años 30. La presidencia y vicepresidencias, sin embargo, se eligen por un periodo de cuatro años ampliable en bloques de otros cuatro. Así, al igual que la nominación de jueces del Tribunal Supremo, que tienen carácter vitalicio, puede definir la Justicia americana durante décadas, Biden tiene aquí la oportunidad de dar orientar el rumbo económico del país para los próximos tres lustros.