
Antes de contagiarse por el coronavirus COVID-19, la economía mundial ya enfrentaba múltiples desafíos que amenazaban su proceso de globalización, como el proteccionismo creciente en distintos puntos del planeta manifestado en procesos como la guerra arancelaria o la salida de Reino Unido de la UE. En Washington, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, emprendía nada más desembarcar en la Casa Blanca una batalla arancelaria, que solo el año pasado ingresó 74.000 millones de dólares a las arcas del Estado.
Paralelamente, el tiento tecnológico, especialmente orientado al desarrollo de redes 5G y aupado por los alegatos relacionados con la seguridad nacional, amenaza con instaurar un muro virtual entre Occidente y aquellos que opten por apoyar el uso de los equipos desarrollados por Huawei. Tampoco hay que dejar de lado el auge de los populismos o la reciente culminación del divorcio de Reino Unido de la Unión Europea, el Brexit.
Sin embargo, más allá de los titulares y de la diplomacia del tuit, la innegable interconexión global a través de cadenas de producción, servicios y multinacionales como Apple o Toyota se ha encontrado de frente con el coronavirus. Una situación que deja notar su efecto a través de tres vías: las manufacturas y el suministro; el turismo, transporte y servicios; y la demanda y precios de productos básicos.
"Los efectos indirectos de fabricación son importantes en el corto plazo, pero se recuperarán una vez que se reanude el crecimiento", avisa Catherine L. Mann, economista global de Citi, quien estima que el shock derivado hará que sectores como el turismo y el transporte probablemente no se recuperarán mientras los precios de la energía pueden exacerbar o compensar otras consecuencias colaterales.
Afecta al 30% del PIB
A día de hoy, nadie sabe hasta qué punto se propagará el virus o qué tan grave será su impacto en los países ya afectados. Corea del Sur, Italia, Japón, Irán o Singapur, por mencionar algunos, representan más del 9% del PIB mundial. Si a ello agregamos el peso de China estaríamos hablando que casi el 30% de la economía internacional está significativa y directamente afectada directamente por la crisis sanitaria.
"Es posible que los gobiernos de los países recientemente afectados tomen medidas draconianas de contención similares a las que se han seguido en China", explica.
Vicky Redwood, economista en Capital Economics, quien también señala que el escenario actual "podría acelerar un proceso de desglobalización, resaltando la vulnerabilidad de las largas y complejas cadenas de suministro globales".
En este sentido no debemos olvidar las declaraciones del secretario de Comercio estadounidense, Wilbur Ross, quien ya animó al hilo de la epidemia a las compañías a reflexionar y reconsiderar sus cadenas de suministro y, en última instancia, "ayudar a acelerar" el regreso de puestos de trabajo a EEUU.
Alemania, Corea del Sur y Japón también son vitales para las cadenas de suministro mundiales, lo que es preocupante dado que dos de estos países ya se han visto gravemente afectados por el COVID-19. Aún así, es poco probable que el coronavirus por su mismo incite a las empresas a rediseñar completamente sus cadenas de suministro completas.
Redireccionamiento
De hecho, otros imprevistos como el tsunami de Japón en 2011, que afectaron el suministro de bienes intermedios, no detuvieron la fragmentación de las cadenas de suministro. No obstante, el virus se suma a otras razones por las cuales las empresas ya están reconsiderando sus logísticas.
Estas incluyen desde preocupaciones medioambientales sobre el transporte de mercancías a largas distancias hasta el desarrollo de nuevas tecnologías que hacen que sea rentable costear parte de la producción. "Muchas empresas intentan acortar las cadenas de suministro, tanto en términos de distancia geográfica como de número de eslabones en la cadena, para reducir riesgos, aumentar el control de calidad y responder a la demanda de los consumidores más rápidamente" justifica Redwood.
Dudas sobre la integración
Algunos expertos, antes incluso del golpe provocado por el coronavirus y a la luz de las tensiones comerciales, sopesaban si la globalización había alcanzado ya su punto máximo y podría sufrir cierto estancamiento durante la próxima década. Los factores mencionados incluyen desde la integración de los sistemas globales hasta la automatización de las fábricas, que implican que la ubicación de las plantas ya no depende tanto de localizaciones donde los costes de mano de obra sean más baratos.
Al mismo tiempo, buena parte de la gran amenaza a la globalización en los últimos años ha estado fomentada por las tensiones entre EEUU y China, que van más allá del pulso orquestado por Trump. Estas reflejan la influencia de China como una superpotencia con un enfoque diferente en lo que a gestión económica se refiere, además de un conjunto completamente distinto de valores cuando se compara con las principales economías desarrolladas.
Desde Capital Economics estiman que el coronavirus potenciará la idea dentro del Partido Comunista y el gobierno de Xi Jinping que el brote solo se ha logrado contener gracias a la mano dura y una fuerte gestión centralizada de esta crisis. "Esto podría afianzar el modelo económico chino y generar más enfrentamientos con Estados Unidos en el futuro", aclara Redwood.