Economía

La desconfianza y el endurecimiento táctico marcan el arranque de la nueva fase del Brexit

  • Desde este lunes, hay diez meses para establecer un acuerdo que, de momento, parece lejano
El primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson. Foto: Reuters
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La desconfianza y el posicionamiento táctico marcan el inicio este lunes de la negociación que verdaderamente determinará qué significa el Brexit, si el inicio de un realineamiento estratégico en la descompensada relación entre la Unión Europea y su flamante ex socio, que resulta ser la segunda economía continental; o el establecimiento de costosas barreras entre dos poderes que, tras 47 años de relación, se convierten en rivales comerciales.

Las dificultades para pactar el divorcio, supuestamente el trance más sencillo de la separación, sugieren que la fase que arranca ahora requerirá años, como evidencian precedentes como el acuerdo con Canadá, o con Japón; pero, en la práctica, las partes tienen menos de diez meses, puesto que el Reino Unido ya ha descartado ampliar la transición que concluye el 31 de diciembre.

No solo eso, el Gobierno británico se ha encargado de elevar la temperatura, al avisar de que abandonará las conversaciones en junio, si para entonces resulta evidente que la UE realmente iba en serio cuando decía que la maqueta de Canadá no está disponible. Y es aquí, precisamente, donde comienzan los encontronazos: Londres recuerda que, desde el principio, la cúpula comunitaria había puesto sobre la mesa una serie de modelos entre los que podía elegir, además del del país norteamericano (un tratado de libre comercio), fórmulas como la noruega, que implicaría continuar en el mercado común; o la de Suiza.

De ahí que al norte del Canal de la Mancha consideren que, por conveniencia, Bruselas ha movido las líneas rojas cuando ahora alega que lo ofrecido a Canadá no es posible para el Reino Unido. El razonamiento comunitario tiene lógica: el tamaño de la economía de su vecino es sensiblemente superior al canadiense y la proximidad geográfica puede convertir a los británicos en un competidor muy incómodo en el umbral mismo del bloque. Su solución pasa, por tanto, por exigir el controvertido alineamiento legal, es decir, el cumplimiento del manual normativo europeo, una condición interpretada por Boris Johnson y su equipo como un colonialismo regulatorio inaceptable.

Posibilidades de salir sin acuerdo

La UE tampoco puede sorprenderse de la reticencia británica. La única concesión de peso obtenida por el premier en octubre, cuando los todavía socios lograron desbloquear un proceso que parecía condenado, fue la transferencia del polémico alineamiento normativo del Acuerdo de Retirada, es decir, del documento vinculante donde se había incluido inicialmente, a la declaración política, un texto sin validez legal alguna.

El problema es que si ninguno mueve ficha, el diálogo que arranca el lunes lo hace sentenciado, sin posibilidad de acercamiento, un desenlace que obligaría al Reino Unido a operar bajo el paraguas de la Organización Mundial de Comercio. El Ejecutivo británico semeja, de hecho, estar preparando el terreno e incluso se ha sacado de la manga un eufemismo que, en la práctica, descarta el acuerdo comercial: el modelo australiano, un concepto que sugiere la existencia de un armazón pero que, en realidad, se refiere a que entre la UE y Australia no existe un pacto formal.

Con todo, si algo ha enseñado el Brexit, y los procesos de la UE en general, es que la dureza retórica constituye un ingrediente fundamental para centrar mentes y, en última instancia, presentar cualquier compromiso como una victoria. La duda de los próximos diez meses es, por tanto, si dos ex socios condenados a entenderse pueden hallar el difícil equilibrio entre las ínfulas políticas de soberanía y protección de sus respectivos mercados y el pragmatismo económico.

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