
Las ondas sísmicas del terremoto provocado por el Sinn Féin en las primeras generales celebradas en Irlanda desde el Brexit han llegado hasta el Reino Unido, que puede ir preparándose para hallar un vecino más correoso en clave de la negociación que determinará su futura relación con la Unión Europea.
Aunque el complejo modelo electoral irlandés y la falta de mayorías absolutas anticipan semanas, o más bien meses, para determinar la composición del próximo Gobierno, el ascenso a primera línea de un partido abiertamente crítico con el divorcio británico y especialmente opuesto al acuerdo de salida pactado entre Londresy Bruselas, con la inestimable mediación de Dublín, ha encendido ya las alarmas en Downing Street, que teme un notable endurecimiento en la aproximación de un miembro crucial del club comunitario que, hasta ahora, había actuado como aliado.
Resulta difícil sobrevalorar los méritos acumulados por el Sinn Féin en los comicios del pasado sábado, de hecho, la única pega sería su falta de ambición, ya que presentó tan solo 42 candidatos para un Parlamento en el que se disputaban 159 asientos.
El razonamiento tras su estrategia pasaba por maximizar posibilidades, pero, en la práctica, su apuesta le impedirá liderar el próximo Ejecutivo, pese a haber resultado el partido más popular, con un 24,5 por ciento de los votos, puesto que su materialización en escaños lo dejará, probablemente, como la tercera fuerza en la Dáil, la cámara baja irlandesa.
Su triunfo el 8 de febrero, sin embargo, lo ha cambiado ya todo en un panorama dominado durante los casi cien años de historia de la república por dos siglas, Fine Gael y Fianna Fáil, que no tienen más remedio que superar sus reticencias por el controvertido pasado del Sinn Féin y su ideología abiertamente de izquierdas y tener en cuenta a la voz más respaldada entre una ciudadanía que ha dejado claro su rechazo al bipartidismo.
De ahí las turbulencias que se han dejado ya notar en suelo británico, donde son conscientes de la total oposición que el Sinn Féin había mostrado a la solución cocinada al alimón por Boris Johnson y Leo Varadkar para desbloquear elBrexit en octubre.
El taoiseach, que el sábado se estrenaba como candidato, ha quedado como el gran derrotado, ya que no supo, o no pudo, capitalizar en las urnas su papel en la ruptura de la parálisis, una contribución cuyo reconocimiento en el exterior contrasta con la total indiferencia que le ha generado en casa.
Un rol en la retirada
Aunque solo un 1% del electorado tenía en la salida británica una de sus grandes prioridades, la preocupación ante la confesa intención del Ejecutivo de Johnson de divergir de la regulación comunitaria preocupa entre la clase dirigente irlandesa. Por ello, tanto si el Sinn Féin acaba jugando un rol fundamental en la próxima Administración, o si se convierte en la principal fuerza de la oposición en el Parlamento, su visión del Brexit se materializará, inevitablemente, en una línea más dura por parte del país.
Como consecuencia, la flexibilidad ofrecida hasta ahora, facilitada por un margen de maniobra fundamentado en el consenso doméstico, dará paso a una mayor resistencia patrocinada por el auge del Sinn Féin, al que no se le escapa que cualquier entendimiento final con el Reino Unido tiene que ser ratificado por veintisiete estados miembros. Este requerimiento legal les otorga un poder casi tan potente como el obtenido en las urnas y añade munición a su gran reclamo: la unificación de la isla, una demanda alentada ya por un Acuerdo de Retirada de la UE, que mueve la frontera de facto al mar de Irlanda.