
La constante desaceleración de la productividad en las economías avanzadas se ha convertido en complejo rompecabezas para economistas y políticos, que ven peligrar el crecimiento económico, paradójicamente, en una era que parece estar plagada de avances tecnológicos. La productividad importa porque es el principal motor de la economía para garantizar una mejora constante de los estándares de vida de la población, y en los países desarrollados este indicador muestra una tendencia preocupante de la que España no escapa. Las explicaciones a esta decadencia van desde la falta de precisión en su medición hasta la caída de la inversión de las empresas en capital. Lo cierto es que en España la productividad por persona empleada ya acumula dos trimestres de recesión, mientras que en la zona euro se ha atascado y en EEUU crece tímidamente.
Esta tendencia se lleva observando desde hace décadas en las economías desarrolladas, pero su descenso se ha agudizado tras la crisis de 2008 y no muestra visos de recuperación tras años de crecimiento económico sustentado en el aumento de la ocupación.
La salida de la crisis ha sido relativamente lenta precisamente porque el incremento de la productividad ha sido muy lento: el PIB agregado puede aumentar por un aumento de la productividad total de los factores (producir más y mejor con los mismos factores de producción), pero también por una expansión constante de uno de esos factores, en este caso ha sido el número de ocupados (factor trabajo) que había quedado inutilizado con la recesión y se han ido reincorporando al proceso productivo. Un mayor número de personas trabajando suele desembocar en una mayor riqueza agregada (un PIB más grande), pero a la hora de repartir esa riqueza el nivel puede ser menor a pesar del crecimiento del PIB agregado. Por eso la productividad es tan importante, porque de ella depende el bienestar económico de la población.
Se observa cierta relación entre los inicios de la desaceleración de la productividad y la entrada de la vasta generación del baby boom en el mercado laboral entre los 60 y los 70, aunque con diferencias entre unos países y otros (en España esta entrada fue más tarde). Se incrementó la cantidad de ocupados (factor trabajo) de forma rápida, lo que redujo el capital (maquinaria, edificios...) a repartir por trabajador, cayendo así el primer golpe importante para la productividad.
En países como España, que destruyen y crean grandes cantidades de trabajo durante las recesión y las expansiones, se puede observar este fenómeno de forma clara. Durante la última crisis se destruyeron millones de empleos y la productividad creció con fuerza (menos ocupados mantenían la producción agregada), pero cuando el crecimiento de la creación de empleo comenzó a acercarse al del PIB la productividad se aplanó y ahora que el empleo sigue aumentando y el PIB da signos de debilidad, la productividad empieza a retroceder.
Este mismo fenómeno también podría explicar, en parte, el mal comportamiento de la productividad tras la última crisis. Los economistas del Instituto Mckinsey señalan que la recuperación económica tras la Gran Recesión ha sido muy rica en generación de empleo: "Un numerador bajo (valor añadido) y un denominador muy alto (horas trabajadas)". El resultado es una productividad que avanza lentamente.
"La intensidad de capital por trabajador o por hora trabajada ha crecido muy despacio tras la crisis. La intensidad del capital es sinónimo del acceso a maquinaria, herramientas, equipos informáticos, etc. por hora trabajada", señalan los estos expertos. Además se está produciendo un trasvase de recursos desde el sector industrial (suele ser más productivo) al sector servicios". Muchas veces en este sector se generan empleos poco sofisticados que suelen caracterizarse por un nivel bajo de productividad y con poco margen para su crecimiento (hostelería, peluquería, etc).
Menos productividad en la era de la tecnología
A pesar de todo lo anterior, resulta especialmente llamativo que el menor crecimiento de la productividad se esté produciendo en una etapa que está siendo protagonizada por avances tecnológicos. Sin embargo, esto puede guardar cierta relación con uno de los factores que está lastrando la productividad. Los economistas CaixaBank Research comentan en una nota dedicada a esta cuestión que los avances se están concentrando en las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), "cuya productividad es particularmente difícil de medir".
Por ejemplo, el acceso a internet ha permitido que cientos de millones de personas consuman servicios sin coste o con un precio ínfimo. Un buen ejemplo es el de las enciclopedias, que durante años han sido un bien de consumo habitual de los hogares, cuyo gasto se sumaba directamente al PIB. Ahora, con plataformas como Wikipedia u otras fuentes de información (gratuitas) son pocos los que adquieren una enciclopedia física. Algo similar, aunque en menor grado, ocurre con los libros electrónicos o la música online, son servicios que han mejorado en calidad y versatilidad y sin embargo tienen unos precios relativamente inferiores. Resulta complejo reflejar esos incrementos de calidad o mejora del producto en las estadísticas de productividad.
Este tipo de cambios son difíciles de capturar por los indicadores tradicionales a pesar de sus modificaciones metodológicas. Al fin y al cabo el PIB se mide en unidades monetarias, mientras que el productividad es la división de la producción (medida en unidades monetarias) entre las horas trabajadas, con lo cual resulta fácil que parte de estas innovaciones y mejoras de calidad en los bienes y servicios se pierdan en los datos oficiales aunque los ciudadanos las disfruten.
No obstante, varios economistas de la consultora McKinsey recalcan en un trabajo que investiga la 'misteriosa' caída de la productividad que "la digitalización promete importantes oportunidades para aumentar la productividad, pero los beneficios no se han materializado porque aún no se han producido importantes economías de escala en este campo". Hay varias razones por las cuales el impacto de lo digital aún no es evidente en las cifras de productividad. La transición requiere tiempo para que el capital humano adapte su formación, mientras que los costes de transición y las pérdidas temporales derivadas pueden estar retrasando el cambio. Como resultado, el impacto neto a corto plazo de la digitalización no está claro.
"La mayoría de la economía aún no está digitalizada. El Instituto Global McKinsey ha calculado que Europa en general opera con solo el 12% de su potencial digital, y EEUU con el 18%, con grandes sectores rezagados en ambas regiones... sectores como la educación, la atención médica y la construcción no están digitalizados todavía".
Robert J. Gordon, profesor en la Universidad de Northwestern, explica en un trabajo publicado por la Oficina Nacional de Investigación Económica que se está produciendo una paradoja curiosa, "la actividad 'inventora' medida por las patentes emitidas crece mientras que la productividad se desploma".
La coincidencia entre todas las naciones desarrolladas de la desaceleración de la productividad deja entrever que las innovaciones que se están produciendo en la última década han tenido menos impacto en el aumento del crecimiento de la productividad que las anteriores. Analizando los datos en EEUU, el rápido crecimiento de la productividad entre 1920-70 refleja la importancia y el amplio alcance de los grandes inventos y avances de la Segunda Revolución Industrial, mientras que el resurgimiento temporal de 1996-2006 refleja el impacto de la Tercera Revolución Industrial de los ordenadores. "No obstante, el cambio que transformó los métodos de trabajo en el comercio y que fue posible gracias a esa revolución digital terminó en 2006. Las posibles innovaciones en las próximas dos décadas, incluida la impresión 3D, los vehículos autónomos, los robots y la inteligencia artificial, probablemente evolucionarán gradualmente en lugar de provocar un salto repentino en el crecimiento de la productividad o una pérdida masiva de empleos".
Este experto coincide en parte con los economistas de McKinsey que afirman que el lento crecimiento de la productividad se debe a la lenta transición que se está produciendo con esta nueva revolución digital. Esos nuevos avances de los que habla Gordon están teniendo una acogida más lenta que los avances de décadas anteriores.
Por otro lado, también se puede observar una disminución de la inversión neta (inversión más allá de la depreciación de los activos) como causa de la desaceleración del crecimiento de la productividad. "Existe una causalidad inversa en la que la disminución del crecimiento de la población, junto con el impacto moderado de la innovación, erosionan el alcance de las oportunidades de inversión rentables. Por lo tanto, la baja inversión neta es una causa y un resultado de la desaceleración general del crecimiento del PIB".
Esta combinación de factores podría estar detrás del decadente comportamiento de la productividad en los países desarrollados. Sin embargo, los expertos creen que la aplicación de los nuevos avances a los diferentes sectores podría desembocar en un aumento de la productividad en el futuro. Esto será vital para que el PIB siga avanzando con una fuerza laboral decreciente a medida que la población envejece.