El S&P 500 (Standard & Poor's 500) es uno de los principales índices bursátiles del mundo por varios motivos. El más destacado para los inversores es el de su rentabilidad y su solidez, ya que su cotización avanza al alza a lo largo del tiempo con paso firme y en los últimos 10 años se ha disparado, ofreciendo enormes beneficios a quienes han apostado por él.
La principal razón de esa enorme rentabilidad radica en que el S&P 500 está conformado no sólo por muchas de las empresas más potentes del mundo, sino también por la mayoría de las que han experimentado un extraordinario crecimiento en la última década de la mano de la innovación y la revolución digital: las tecnológicas como Microsoft, Apple, Amazon, Alphabet (Google), Meta (Facebook) o Nvidia, entre otras.
El S&P 500 lo componen las 500 mayores compañías de Estados Unidos, un selecto club que, además, está bajo constante supervisión: si una empresa que ya forma parte del índice deja de cumplir con los exigentes criterios de acceso y permanencia en él, asociados en buena medida a su desempeño empresarial y sus cifras económicas, es expulsada para que otra organización que sí los satisface acceda al Standard & Poor's 500 en su lugar.
Esta dinámica permite que su crecimiento sea casi siempre al alza, salvo momentos puntuales en los que tienen lugar graves sucesos coyunturales en los que todos los mercados caen, porque las empresas que lo componen siempre serán las mayores y más rentables de la mayor potencia económica del mundo, los Estados Unidos.
Así pues, esos duros criterios de acceso, el hecho de que se trate de las 500 empresas más potentes de la mayor potencia económica del mundo y de que entre sus compañías se encuentren muchas de las grandes tecnológicas del momento, con multitud de negocios y proyectos innovadores para el futuro, han hecho que el S&P 500 se haya consolidado como, probablemente, el índice más sólido y solvente del planeta, con el que se comparan todos los demás. Una fortaleza que ha acompañado en los últimos 10 años de una rentabilidad acumulada de más del 200% y una rentabilidad anual media de más del 12%.
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En los últimos 10 años el S&P 500 ha experimentado un crecimiento exponencial que ha ofrecido una rentabilidad acumulada a sus inversores de más del 200%. Esta escalada sólo se ha visto frenada de forma seria en abril de 2025 con la guerra comercial desatada por Donald Trump que provocó un retroceso del 10% y erosionó la confianza del mercado, durante el año 2022, cuando su valor cayó un 20%, y en dos fuertes pero breves caídas anteriores: una en diciembre de 2018, provocada por las preocupaciones sobre la desaceleración económica y las dudas sobre las políticas que la Reserva Federal de Estados Unidos estaba llevando a cabo, de la que se recuperó en febrero de 2019, y otra en febrero de 2020, por el temor creciente que suscitaron en los mercados las cada vez peores noticias sobre el coronavirus, y de la que se recuperó en poco tiempo, para junio de ese año, para experimentar acto seguido una de las tendencias alcistas más aceleradas de su historia. Por lo tanto, en toda una década este índice apenas ha tenido unos meses de pérdidas, a los que se han sucedido algunos meses más de recuperación y muchos años de crecimiento.
Hace 10 años, en 2014, el S&P 500 llevaba encadenando dos ejercicios de crecimiento sostenido tras uno de los peores hundimientos de su historia, el provocado por la crisis mundial de 2008. De hecho, la primera década del siglo XXI fue, probablemente, la peor en la trayectoria de este índice, al menos desde que está conformado por 500 empresas (1957), pues padeció dos importantes reveses que lo debilitaron mucho: la burbuja de las puntocom y la ya citada crisis financiera de 2008.
Así pues, tras una década muy complicada, el S&P 500 comenzó a salir a flote para principios de 2013, cuando logró recuperar las cifras máximas que había alcanzado para finales de 2007, antes del desastre financiero que sacudió el mundo. En esos momentos lo peor de la crisis de 2008 parecía haber pasado y las grandes tecnológicas empezaban a consolidarse como las empresas más importantes del índice gracias a sus espectaculares resultados.
La digitalización acelerada que experimentó el mundo, particularmente Occidente, a partir de la crisis de 2008 y las constantes innovaciones y avances hicieron que esas empresas acelerasen sus beneficios, expandiesen sus negocios, se adentrasen en nuevos y lucrativos proyectos y, cada vez más, fueron tirando del veloz carro en que se había convertido la cotización del S&P 500. Entre 2014 y 2015 su crecimiento fue constante y paulatino, pero en 2016 empezó a dispararse.
El idilio alcista del S&P 500, de la mano de las tecnológicas, se prolongó hasta 2020, con el breve bache de 2018, pero en ese momento el estallido de la pandemia de coronavirus pareció que iba a provocar una nueva crisis más de una década después de la de 2008. Sin embargo, tras el hundimiento inicial del índice en febrero y marzo de 2020, fundamentalmente por el miedo que provocó en los inversores la incertidumbre de una emergencia sanitaria global, el S&P 500 experimentó el crecimiento más acelerado de su historia entre abril de 2020 y diciembre de 2021.
Después del shock inicial, la pandemia de coronavirus hizo que empresas, instituciones públicas y particulares tuviesen que utilizar más que nunca internet y las herramientas digitales para mantener en marcha un mundo cuyos habitantes se tenían que guardar una distancia mínima de seguridad, fundamentalmente encerrados en sus propias casas, para frenar los contagios. Y esto hizo que las compañías que estaba detrás de todas esas herramientas, muchas de las grandes tecnológicas y otras emergentes de ese mismo sector, se viesen enormemente beneficiadas de los sucesivos confinamientos y cierres perimetrales.
Todo esto hizo que, a pesar del hundimiento de marzo y abril, en 2020 el S&P 500 creciese más de un 16% y en 2021 casi un 27%. Pero a principios de 2022 el índice sufrió un duro golpe. Las consecuencias económicas de la pandemia de coronavirus se empezaban a sentir con fuerza (la inflación en Estados Unidos, por ejemplo, había crecido de forma acelerada desde marzo de 2021 del 2,6% de ese mes al 7% en diciembre de ese mismo año) y el estallido de la guerra de Ucrania en febrero de 2022 fue la puntilla que necesitaban unos mercados debilitados para empezar a desplomarse durante ese mismo mes de febrero.
Al contrario de lo que ocurrió en los breves intervalos de 2018 y 2020, el periodo bajista de 2022 se prolongó durante más de un año por múltiples motivos, aunque entre los principales se encontraron el recrudecimiento del conflicto en Ucrania y el aumento del deterioro económico a nivel mundial, con Estados Unidos y la Unión Europea alcanzando cifras récord de inflación y los bancos centrales de ambos territorios aumentando los tipos de interés a los niveles más altos de los últimos 20 años.
Durante 2022, el S&P 500 perdió un 20% de su valor, pero a inicios de 2023 ya dio indicios de recuperación y desde octubre del citado año inició otra de las escaladas más aceleradas de su historia, un crecimiento que se prolonga hasta nuestros días.
A pesar de los baches que ha experimentado durante estos últimos 10 años, particularmente importante el de 2022, el S&P 500 ha dado muestras sobradas de su fortaleza en la última década. Tan sólo sucesos de enorme gravedad, como una pandemia mundial, una crisis económica global y una guerra a las puerta de Europa que amenaza la paz del planeta han hecho que su crecimiento se truncase por periodos prolongados. Y, a pesar de ello, cada vez que ha caído se ha levantado después con redoblado impulso, lo que habla de su solidez y potencia.
Una vez hemos conocido la trayectoria y rentabilidad del S&P 500 de los últimos 10 años, la gran pregunta es, ¿se mantendrá en esta tendencia alcista durante los próximos? La respuesta, claro, es compleja y varía enormemente según los analistas consultados, pues los hay muy optimistas y también enormemente pesimistas.
Por una parte, los expertos están de acuerdo en que muchas de las empresas que componen el S&P 500, en especial las más grandes, van a seguir teniendo enormes beneficios. Esto hace que algunos analistas piensen que el índice seguirá la estela de las organizaciones que lo componen y, por lo tanto, continuará creciendo, aunque probablemente de forma más moderada de lo que lo ha hecho en los últimos años. Sin embargo, otras voces señalan que el mercado de valores está inmerso en una burbuja de precios que, más pronto que tarde, acabará estallando, lo que provocaría caídas de valor de los títulos aunque las compañías a las que pertenecen sigan obteniendo importantes ganancias.
La victoria del candidato republicano Donald Trump logró un repunte de este índice bursátil a finales del año 2024, pero las políticas arancelarias proteccionistas han supuesto incertidumbre en los mercados y eclipsado las perspectivas de un crecimiento estelar. El inicio de 2025 estuvo marcado por un rendimiento positivo del S&P 500 del 2,7% impulsado por sólidos resultados corporativos de sus empresas y expectativas de políticas fiscales favorables. En el mes de enero, el precio de las acciones de Nvidia experimentaron una caída sin precedentes, disminuyendo un 17% y se dejará 600.000 millones de dólares en el parqué; tras el anuncio de la 'start up' china Deep Seek sobre su modelo de inteligencia artificial, con un rendimiento similar al de las occidentales pero a un coste menor.
La elevada sensibilidad del S&P 500 a los vaivenes de las grandes tecnológicas —que representan cerca del 30% del índice— quedó patente en el retroceso moderado registrado en febrero, lastrado también por la incertidumbre económica y por las caídas de General Electric, afectada por una menor demanda de componentes industriales. El verdadero punto de inflexión se produjo en marzo, mes en el cuál los mercados observan con inquietud tras una pronunciada corrección del 5,8% en el principal indicador bursátil estadounidense. Según diversos analistas, desde 1950 se han contabilizado diez descensos del S&P 500 en marzo, de los cuales ocho fueron seguidos por repuntes en abril. En esta ocasión, abril ha traído consigo una recuperación parcial, con el mercado buscando estabilizarse en medio de un contexto económico aún incierto.
Una fecha clave para los mercados financieros fue el 2 de abril, cuando entró en vigor un nuevo paquete arancelario impulsado por la administración Trump, con el objetivo de proteger la industria estadounidense, bajo el nombre de 'Dia de la Liberación'. Las medidas incluyen una tarifa general del 10% sobre todas las importaciones, además de aranceles adicionales del 34% para productos provenientes de China y del 20% para los de la Unión Europea. En respuesta, China impuso aranceles equivalentes sobre bienes estadounidenses, intensificando las tensiones comerciales entre las principales potencias económicas.
La reacción del mercado fue inmediata: en solo dos jornadas bursátiles, los principales índices estadounidenses perdieron más del 10%, registrando una de las caídas más severas de los últimos años. El sector tecnológico resultó especialmente golpeado, con gigantes como Apple y Microsoft viendo reducidas sus valoraciones en bolsa. Las dudas en torno al comercio global, sumada al riesgo de un encarecimiento en la producción, especialmente en componentes como semiconductores, afectó negativamente la percepción de los inversores. A pesar del cierre S&P 500 en números rojos, esta situación se vio para otros como una oportunidad de comprar acciones más baratas en uno de los índices más rentables a nivel mundial.
La tendencia a la baja de los mercados se frenó el 9 de abril, tras el sorprendente anuncio de Trump de suspender durante 90 días los aranceles recíprocos, eso sí, con una letra pequeña en la que se mantiene el 10% de tarifas universales. En cambio, China, no solo quedaba fuera de esta medidas sino que se elevaban sus aranceles hasta un 125%. Durante las siguientes semanas, la administración estadounidense se está reuniendo con mandatarios de diferentes países para negociar de manera bilateral sus condiciones comerciales. Las principales dudas son si estas conversaciones llegarán a Pekín, el principal blanco de esta ofensiva, y cuándo recuperarán relaciones de cierta normalidad ambas potencias.
Otro factor que los expertos tienen en cuenta para sus análisis es la situación económica de los Estados Unidos, donde la inflación se ha reducido prácticamente a niveles previos a la escalada de 2021, hasta tal punto que la Reserva Federal ha bajado sus tipos de interés y está previsto que lo siga haciendo en los próximos meses. Este escenario representa un alivio para las compañías con alta dependencia del crédito, y también podría traducirse en una reactivación del consumo. Sin embargo, en el primer trimestre del año, la Fed anticipó que limitará los recortes a dos o tres movimientos a lo largo del ejercicio, con el objetivo de evitar un rebrote inflacionario derivado de medidas proteccionistas. El objetivo del banco central es situar los tipos en un rango de entre el 3,75% y el 4,00%, niveles que, según las estimaciones actuales, podrían mantenerse hasta 2026. Factores que, en suma, deberían beneficiar al mercado de valores y potenciar el crecimiento del S&P 500.
En términos generales, la fortaleza histórica del S&P 500, el crecimiento continuado de sus principales empresas y la mejora de la economía en Estados Unidos invitan al optimismo a largo plazo. De cara al segundo semestre de 2025, el comportamiento del S&P 500 estará condicionado por la resolución, o profundización, del conflicto comercial desatado por la Casa Blanca. Si bien los analistas anticipan cierta estabilización en los mercados gracias a recortes de tipos por parte de la Reserva Federal, el sesgo proteccionista de la administración Trump y las represalias por parte de socios estratégicos como China y la Unión Europea siguen siendo un lastre para la confianza inversora. Al igual que la incertidumbre que generan los cambios sin un rumbo fijo de la dirección de la política económica de Washington, con medidas seguidas de contramedidas.
En este contexto, el mercado permanecerá alerta a los titulares políticos y a los resultados empresariales, con especial atención a sectores cíclicos y tecnológicos, cuyas valoraciones aún acusan la tensión geoeconómica. La clave será el equilibrio entre estímulos monetarios, la contención del riesgo político y el control de la inflación derivada de la guerra comercial. Las dudas de un retroceso se abren a corto y medio plazo, sobre todo en un índice como el S&P 500 que ha cerrado en positivo siete de los últimos diez años y sube más de un 200% en la última década. La parte positiva para los inversores es que pueden comprar acciones de grandes compañías a un precio menor que en los últimos meses, con la seguridad de ser activos de un índice históricamente rentable.
Así pues, los factores que se deben tener en cuenta para decidir si invertir o no en el S&P 500 son varios. Los aspectos positivos parecen, de momento, batir a los negativos, pero siempre hay que tener en cuenta que pueden entrar en juego sucesos inesperados que den al traste con las previsiones de crecimiento. Eso sí, a largo plazo el índice estadounidense siempre parece un valor seguro.
En cualquier caso, la decisión de invertir o no en este índice es muy personal, y cada usuario debe pensarlo muy seriamente teniendo en cuenta todos los aspectos comentados con anterioridad, tanto la evolución y rentabilidad del S&P 500 de los últimos 10 años como los factores que pueden influir en su futuro, y su situación personal.
Quienes decidan que quieren invertir en el S&P 500 deben saber que las dos fórmulas más comunes de hacerlo son a través de las acciones de las empresas que forman parte del índice o mediante ETF que replican y tratan de batir su evolución. Cabe recordar que, se elija el activo que se elija, operar en el mercado de valores es arriesgado y las posibilidades de perder dinero son altas. Se recomienda que sólo inviertan aquellas personas con conocimientos y experiencia en este ámbito.
Una de las mejores fórmulas para beneficiarse de la rentabilidad del S&P 500 es optar por ETF (exchange-traded funds, en español fondos de inversión cotizados), porque muchos de los que tienen que ver con este índice tratan de replicar su evolución y batirla, es decir, que el valor del ETF crezca lo mismo o más que el Standard & Poor's 500.
Los ETF son fondos de inversión cuyas participaciones cotizan en bolsa, por lo que se pueden comprar y vender en cualquier momento de la sesión bursátil. Como fondos de inversión, están compuestos por multitud de activos gracias a la suma del capital de todos sus inversores y administrados por sociedades gestoras, cuyos profesionales se encargan de investigar el mercado constantemente para cumplir con el objetivo de que sea rentable. Todo esto hace que su riesgo sea menor, pues diversifican mucho, y su manejo sea más sencillo que el de otros instrumentos, pues buena parte del trabajo lo realizan las sociedades gestoras.
Los ETF especializados en índices como el S&P 500 están compuestos por acciones de las empresas que participan en ellos en la misma proporción que peso tienen esas compañías en el índice. Por ejemplo, si Apple supone el 7% del S&P 500, Nvidia el 3%, Meta el 2% y así sucesivamente, el fondo de inversión cotizado especializado en el Standard & Poor's 500 estará formado por un 7% de acciones de Apple, un 3% de acciones de Nvidia, un 2% de acciones de Meta y así sucesivamente. De esta forma es como reproducen la rentabilidad del índice.
En el mercado de valores existen muchos ETF del S&P 500. A la hora de elegir un conviene fijarse en sus tarifas, que suelen ser bastante bajas en general, en la sociedad gestora que los administra (las más prestigiosas son iShares, Vanguard o Amundi, entre otras) y que tenga como referencia el índice y no uno de sus sectores, pues existen ETF del S&P 500 especializados en tecnología o sanidad que sólo estarán compuestos por acciones de empresas de esos ámbitos, y no por las de todas las que forman parte del Standard & Poor's 500.
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Otra forma de invertir en el S&P 500 para aprovechar su evolución a largo plazo es comprar acciones de las empresas que lo componen, tales como Microsoft, Apple, Nvidia o Meta, entre otros. Esta forma de operar entraña más dificultades y riesgos que hacerlo con ETF, puesto que el usuario tendrá que decantarse sólo por los títulos de unas pocas compañías, que pueden no seguir el crecimiento tradicional del índice.
Invertir en acciones del S&P 500 también demandará más conocimientos y dedicación al usuario, puesto que en este caso será él quien tenga que seguir la evolución de los valores que le interesan o tiene en cartera, estar informado de hechos que puedan afectarle y comprar o vender según le convenga.
La ventaja de invertir en acciones del S&P 500 es que el usuario no pagará ningún tipo de tarifa por mantenerlas en cartera, pues la mayoría de los brókers no cobran por custodiar los activos y en este caso el que administra los títulos es su propietario, al contrario de lo que sucede con los ETF, que están en manos de las sociedades gestoras que los crearon.
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La información contenida en este artículo es de carácter informativo y no constituye una recomendación de inversión ni asesoramiento financiero. Toda inversión conlleva riesgos, incluida la pérdida total del capital. Antes de tomar decisiones financieras, se recomienda consultar con un asesor autorizado.