A sus 37 años, José Antonio Avilés parece haber encontrado en la hostelería un espacio para reconciliarse consigo mismo. Aquel colaborador que levantaba pasiones y odios en los platós ha dado paso a un empresario humilde que, tras superar un ictus y lidiar con una enfermedad crónica, ha optado por el camino del silencio, el esfuerzo y, por qué no, el sabor dulce del helado.