Cuando Henri Avellan llegó a España, escapando de las revueltas en Argelia que desembocarían en su independencia de Francia, como muchos otros pies negros, se preguntó a qué se podía dedicar en el Madrid de los años cincuenta. Pronto se percató de que faltaban libros en francés a los que él estaba acostumbrado y decidió que sería él quien los traería a su nuevo país de residencia. Montado en su furgoneta, siempre con la boina de medio lado, recorría los colegios de la Capital para presentarse a profesores y directores y vender tebeos a los estudiantes durante los recreos.