Desde aquí se encañonaba el litoral de las Rías Altas pendiente de las peripecias invasoras de Galicia. Los testimonios bélicos de aquello son aparatosos aún, pero solo curiosidades. Hace años que en el parque del Monte de San Pedro la naturaleza gobierna un paisaje al que se asoma la Torre de Hércules, el faro romano más antiguo del mundo. Los miradores fascinan en cualquier dirección, desde el nivel del mar trepa un ascensor esférico trasparente e incluso el reto de un laberinto de altos setos, muy bien trazado, te motiva.

La evolución culinaria se apoya a veces en referencias cosmopolitas o simplemente ajenas al gusto local. Se fusionan a nuestros hábitos, lo que no es inconsecuente ni negativo, sino secuela de la globalización o del esnobismo. La sorpresa en el plato –a veces algo insensata– se ha convertido en el objetivo de muchos comensales. Se adueña de paladares que acaso no tienen claro qué comer. Las ganas de comer algo concreto es síntoma de intuición o instrucción culinaria; de auténtica expectativa gastronómica. Y el entusiasmo por el producto selecto y poco fatigado en su elaboración, un privilegio del gusto.

Discípulo de Pepe Rodríguez Rey en El Bohío –donde ejerció como jefe de partida de carnes y caza–, Eduardo Guerrero se distingue por la estacionalidad de sus platos, que tanto Michelín como Repsol avalan tras dos años de tarea junto a Julio, su padre, en la sala.

DesTAPA las LEGUMBRES, la única competición gastronómica europea de alcance nacional dedicada a los alimentos más entrañables, mereció la atención de la FAO

La Mina, un estreno gourmet que reaviva el compromiso de Madrid con la cordialidad del bar y la cocina que nada esconde.

Interpretar de otro modo un producto habitual o un plato histórico puede convertirse en la función más vanguardista de un restaurante; el mejor indicador de su expedición al progreso culinario. Ocurrió con el puding de krabarroka de Arzak, versión óptima del familiar pastel de pescado a la donostiarra; con la lubina a la pimenta verde de Subijana cuando la lubina no escapaba del horno o la bellavista y con la ensalada de tuétanos de verduras y marisco con crema de lechuga de Berasategui en tiempos de hortalizas como guarnición, por citar vecinos supremos de la vieja nouvelle cocina vasca.

Los promotores del grupo El Paraguas instalan una catedral del vino y el sabor cosmopolita junto a la Puerta de Alcalá, en Madrid, con un buen bar y múltiples opciones.

Estamos acabando el año 2024 de la Cristiandad, que es el 1446 de los mahometanos, el 2563 de los budistas, el 4722 del calendario chino y el año 5785 de la aparición del hombre en la tierra, según la Biblia y los judíos. El tamaño del tiempo en las civilizaciones que convivimos palidece ante la antigüedad del oficio más viejo de la humanidad, que no es el que maliciosamente suponen muchos, sino el de cazador.

Interpretar los gustos del cliente y su estado de ánimo, es buena parte de la tarea de los barman o bartenders, como prefieren llamarse ahora. Tras la barra debe haber un ser cordial y muy discreto, buen conocedor de las bebidas espirituosas, profesional de sus combinaciones propicias y tutor inmediato de las apetencias del cliente. Su sentido de la oportunidad es clave ante el cliente y sus circunstancias.