Por momentos, el plató parecía una habitación de hospital en penumbra. Terelu Campos, hija de la matriarca televisiva por excelencia, no compareció ante las cámaras como una colaboradora más de ¡De viernes!, sino como quien arrastra los silencios de un duelo aún fresco, los escombros de una amistad rota y la gravedad de alguien que tiene algo muy importante que anunciar. No era solo un viernes más: era uno de esos en que la televisión se convierte en confesionario, en trinchera y en trampolín, todo a la vez.