
La portavoz del Grupo Popular en el Congreso señala Nueva York como la ciudad a la que siempre deberías tratar de volver. Tanto es así, que cuando no puede hacerlo de forma física, emprende el viaje a través de la literatura. 'La trilogía de Nueva York', de Paul Auster, y 'Ventanas de Manhattan', de Antonio Muñoz Molina, son las obras que siempre le trasportan al interior de la 'ciudad que nunca duerme'.
Si hay una ciudad a la que siempre viajar, esa para mi es Nueva York. Su movimiento y el ruido incesantes, la confusión y tráfago de los mercados callejeros, los paseos por sus avenidas y parques, sus museos, la música en todos sus estilos y formas. Siempre pienso en volver y la literatura, ese viaje a través de las letras, me lo permite una y otra vez.
Mi primera recomendación es La trilogía de Nueva York, de Paul Auster, una de sus obras literarias de los años ochenta sobre la que se proyecta su prestigio internacional, con la que me tropecé tras mi primer viaje. Es una fascinante novela policiaca que entreteje tres historias independientes Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada. En la que la ciudad de Nueva York también es un asunto principal, porque las tres historias suceden allí, aunque no articula la novela. Se la describe y astimos al proceso de asimilación y vivencia de la ciudad por parte de sus personajes.
En las tres se hace presente la confusión de identidades, Quinn, el detective que no es; Azul, el perseguidor que es perseguido y Fanshawe el amigo desaparecido que asume sus funciones. Está la confusión permanente del porqué de las cosas e incluso el absurdo de las situaciones que terminan por ser asumidas por quienes las viven. Son incapaces de dejarla.
En los tres casos los protagonistas se caracterizan por su sentido de la bondad, la verdad y la honestidad y luchar por estos valores les cuesta muy caro a los tres. Son hombres que buscan su lugar en el mundo y el sentido de sus acciones, pero no es fácil encontrarlo y el precio a pagar es su propia vida, como sugiere algún final, pero siempre finales ambiguos, como dejando una puerta a la esperanza. Porque siempre hay esperanza. Tienen en común las tres que los finales no están cerrados y nos queda la sensación de que la historia sigue, pero no sabemos cómo, o sí, porque eso queda a nuestra imaginación.
Tienen en común las tres que los finales no están cerrados y nos queda la sensación de que la historia sigue, pero no sabemos cómo, o sí, porque eso queda a nuestra imaginación.
Para mi Auster maneja el género policíaco a su propio estilo, y esta vez le permite hacer una reflexión de carácter filosófico sobre la identidad, el delicado equilibrio entre la felicidad y la desgracia, la fortuna y la catástrofe. Y cada uno de sus personajes se esfuerza por adquirir unos valores que doten de sentido moral y existencial a su vida. A veces lo logran, a veces fracasan.
Y en la historia de la literatura española encontramos espléndidos libros sobre esta ciudad, qué decir del Lorca de un Poeta en Nueva York. Pero Ventanas de Manhattan, que es la que propongo, no es solo un libro sobre Nueva York, es Nueva York.
Múñoz Molina, escritor y personaje al mismo tiempo visita sus rincones, los observa y nos traslada a ellos. Porque aunque el novelista de Úbeda sea desde hace tiempo un habitual de la ciudad de los rascacielos, sigue tan fascinado como el primer día, y nos lo transmite, por la diversidad de sus gentes, el bullicio y el ruido permanentes, la vitalidad de una urbe desmedida, donde toda experiencia humana siempre es posible.
Y es que Nueva York esconde tantas caras como ventanas tiene, una ciudad de contrastes, como sus ventanas. Ahí están las de los edificios iluminados del otro lado de Central Park, las de Broadway, las que cayeron con las Torres Gemelas el 11-S, las del Bronx o de Harlem.
Con brillantes referencias culturales, artísticas y emocionales, una constante en toda la obra. Porque la ciudad del Hudson y el East River tiene muy poco que ver con un destino turístico convencional.
El libro consta de ochenta y siete capítulos de variada longitud, la llegada a la ciudad, la estancia, la despedida y el viaje de vuelta, todo ello sin un hilo argumental definido, o sí: la ciudad. Con brillantes referencias culturales, artísticas y emocionales, una constante en toda la obra. Porque la ciudad del Hudson y el East River tiene muy poco que ver con un destino turístico convencional. La dimensión sentimental y emotiva de la ciudad resulta muy evidente en la secuencia final del libro, que no está narrada en presente, sino en un pasado porque corresponde a la Nueva York evocada desde Madrid, desde el recuerdo de una visita a un club de la Novena Avenida, y la descripción de la sala, de los músicos y del público que baila: "Si no tuviera quien comparte conmigo el recuerdo de esa noche, estaría seguro de haberla soñado".