Empatía Vital

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Pese a sus múltiples aplicaciones y ventajas, la empatía es fundamentalmente una llave. Y esa llave abre una ventana al mundo. Al mundo de verdad, no al mundo que nosotros conocemos. Día a día nos levantamos, vivimos y tras unas horas nos vamos a dormir, y es fácil observar que nuestra existencia está plagada de familiaridad. El mismo trayecto al trabajo, los mismos compañeros de oficina y los mismos clientes, comida similar, tardes parecidas y, al fin, fines de semana que también tienden a mimetizarse unos con otros.

Así como muchos mamíferos tienden a ir a beber a la misma charca y hay aves que toman el mismo rumbo en sus migraciones estacionales, nuestra vida es un constante devenir en el que lo que más abunda es lo que ya conocemos.

Y la empatía es una de las llaves que puede romper esa llana monotonía que nos hace parecernos cada día un poco más a nosotros mismos. Preguntar a otras personas por sus vidas, por sus problemas, por sus aciertos, por sus enfoques, intentar evocar qué sienten, qué piensan y cómo ven el futuro, es un magnífico ejercicio que puede introducir aire fresco en nuestra vida.

Las neuronas de la empatía, como a Alicia, pueden guiarnos a través del espejo.

Empatía Comercial

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Muchas acciones comerciales están basadas en un planteamiento a todas luces incorrecto, y es el que coloca el verbo vender en el epicentro de la pirámide organizativa. No deja de ser curioso que esa palabra, vender, sea la misma que usamos cuando queremos expresar que una persona traiciona a otra. Porque para que la transacción sea auténtica y, lo que es más importante, para que tienda a repetirse, lo que más importa no es la venta en sí, sino el hecho de que haya alguien que compra. Es decir, alguien que obra ese hecho sobre el que existen tan pocas reflexiones verdaderamente profundas, que consiste en entregar dinero a cambio de un producto o servicio. Porque lo cierto es que a veces se intenta lo primero sin que haya ocurrido lo segundo, y entonces la palabra vender adopta otras tonalidades como persuadir, convencer, inducir y demás. Y claro, en el otro lado lo que tendremos tarde o temprano no es un comprador feliz, sino un cliente insatisfecho.

Uno de los talentos más escasos y sin embargo más necesarios hoy día es la empatía comercial, es decir, la capacidad de ponerse en el punto de vista del cliente para comprender de verdad qué es lo que necesita y esforzarse por diseñar la mejor solución para él.

La venta no existe, solo existe la compra.

Empatía creativa

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Quien ha participado en cursos de negociación, mediación, resolución de conflictos y demás familiares conceptuales, seguramente habrá aprendido de carrerilla que durante un enfrentamiento hay que intentar luchar por encontrar una solución común a las partes representadas.

Pero claro, evidentemente para encontrar una solución común hace falta entender cuál es el problema del otro. Y para eso es fundamental la empatía. Si no somos capaces de explicar cuál es el problema desde la perspectiva de nuestro adversario, o contrincante, o enemigo, o lo que sea, es francamente complicado buscar una solución común, porque lo que se nos ocurra solo nos será útil a nosotros.

No es un asunto en absoluto trivial salir de la mente de uno, visitar la del otro, y luego levantar el vuelo como un pájaro para ver ambas posturas desde arriba, con perspectiva, y además plantear una solución que encaje a las dos.

La empatía desde luego es parte de la solución, pero la otra parte es sin duda la creatividad que, como siempre, es la capacidad de combinar elementos nuevos en nuevas formaciones que encajen en un contexto.

En la resolución de conflictos la empatía sin creatividad es un verso suelto.

Macacos empáticos

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A finales del siglo pasado se descubrieron las neuronas espejo, un tipo de células que hoy nos siguen intrigando. Se encontraron por primera vez en macacos, y su particularidad radica en que se activan tanto cuando el animal lleva a cabo una acción como cuando la observa en otro. Se ha especulado mucho sobre su función en el ser humano, así como sobre las neuronas de Von Economo, unas células de gran tamaño que parecen estar asociadas al comportamiento social.

Es fácil relacionar la presencia de estas neuronas en el ser humano con la empatía, esa rara habilidad que tienen algunas personas (potencialmente todas) para inferir cómo se sienten quienes les rodean,  y que para Goleman es una de las competencias sociales de la inteligencia emocional.

Obviamente la empatía debe ser una forma de pegamento social, algo que en tiempos remotos debió servir a nuestros antecesores para darse cuenta de que, por ejemplo, un miembro de la tribu tenía miedo y por tanto era arriesgado hacerse acompañar por él para cazar. Pero claro, si los macacos también pueden potencialmente ser empáticos, ¿qué función adicional puede tener esta habilidad en el ser humano? Si no tenemos respuesta a esa pregunta quizá tengamos que admitir que no hemos aprovechado realmente un valioso recurso para nuestro desarrollo.

Hay que sacar partido diferencial a una habilidad humana aún poco explotada: la empatía.

Surfeando por la vida

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Hay multitud de hechos de la vida y metáforas que deberían hacernos pensar que nuestro tiempo transcurre en rachas, como las olas del mar y como el ciclo económico. Hagamos lo que hagamos nuestra vida profesional, y la de nuestras empresas, es un camino que sufre subidas y bajadas entre creciente y vaciante.

Así que la única manera de ver las cosas con perspectiva es volver a subirse a la tabla aunque una ola nos haya arrastrado hasta el fondo. Entre los teóricos vitales del surf biográfico, además de Van Morrison y Boecio está también el General Patton, que consideraba que el éxito no se mide observando cómo se comporta una persona cuando está arriba, sino viendo cómo rebota cuando está abajo.

Todo lo que es verdaderamente importante ocurre en el largo plazo. Y lo que transcurre en medio, que es lo que normalmente llamamos vida, consiste en una siempre variable combinación de esfuerzo y de los caprichos del destino, porque el mundo es demasiado complejo para poder gobernarlo a nuestro antojo. Así que cuando la corriente nos lance contra el fondo hay que pensar que podemos ceder una batalla, pero no la guerra. Y disponernos a hacer lo posible y lo imposible para salir a flote de nuevo y volver a surfear.

Morrison, Patton, y Boecio: ingenieros del rebote.

Perspectiva milenaria

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Alguna sustancia impermeable debe haber en la mente colectiva o individual del género humano, o en ambas, porque con frecuencia da la sensación de que, por mucho que llueva, el tejido de nuestros pensamientos no se empapa. El simple y llano mensaje de que hay que ver las cosas con perspectiva, de que la vida es el único color que es claro y oscuro a la vez, y de que ni debemos olvidar el llanto cuando reímos ni la risa cuando lloramos, lleva al menos vigente desde que Boecio fuera acusado, encarcelado y torturado. Entre otras muchas cosas escribió que es necesario sobrellevar con el mismo ánimo todas las cosas que nos pasen, buenas o malas. Porque sabía, quizá mejor que nadie, que todo puede pasar en cualquier momento.

Sería bueno que nos diéramos cuenta de que si estas reflexiones fueron escritas hace casi mil quinientos años la única perspectiva posible desde la que observar la vida es que el cambio es inmutable. Y no es un oxímoron. El pobre Boecio no pudo experimentar otra vez el curso ascendente de los acontecimientos porque no sobrevivió a las injusticias que le rodearon, pero nos dejó un memorable legado que, paradójicamente, le hizo inmortal.

Hay que estar en guardia: en la fortuna y en la adversidad.

Momma told me

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Hay momentos en la vida en los que todo va bien: todo encaja, todo está en calma, la vida fluye con energía y, en definitiva, ocurre esa tranquilidad inadvertida que normalmente llamamos felicidad. Y, de repente y sin previo aviso, algo ocurre y nuestro mundo se colapsa. No nos convencemos de que el pasado no predice en modo alguno el futuro, ni de que por mucho que hasta el minuto presente hayamos disfrutado de la vida, eso no implica nada acerca de los días venideros, ni siquiera acerca de los minutos venideros.

Lo ilustró ejemplarmente Van Morrison en su tema “Days like this”: mamá me dijo que habría días como este, escribió. Días en los que a pesar de que no hay preocupaciones ni prisas, y de que no se necesitan respuestas porque parece que todo encaja como un puzle, súbitamente salta una chispa y el mundo parece reventar en mil pedazos.

Pero claro, inevitablemente, y de ahí la canción, el ciclo de la vida gira de nuevo y la curva tarde o temprano se vuelve ascendente. Hay que estar preparados para días en los que todo se tuerce y luchar por creer que, siempre, siempre, después de la tempestad llegará la calma. Hay que aceptar las subidas y bajadas, disfrutando de las primeras y aprendiendo de las segundas: otra de esas cosas tan sencillas como difíciles de lograr.

Violet Morrison tenía razón: habrá días como este.

Los ciclos de la vida

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Quizá es porque nos lo han explicado así, o porque nuestra mente lo registra de esa manera, pero lo cierto es que todos, cuando miramos hacia atrás, vemos ciclos y etapas en nuestra vida profesional y personal. Un primer momento en el que luchábamos por comprender cómo funcionaba todo, quizá un segundo en el que nos sentíamos con fuerza y talento para aportar y volver la empresa del revés, tal vez un tercero en el que alguien nos invitó a cubrir un puesto directivo para el que no nos sentíamos del todo preparados, un cuarto en el que la visión de negocio era la única forma de entender nuestro día a día, y así sucesiva o simultáneamente.

Ver las cosas con perspectiva es una de las habilidades humanas más escasas y sin embargo más útiles, porque es una verdad evidente que cualquier momento de la vida es solo un momento biográfico dentro de un extenso camino. Y las carreras profesionales son suficientemente largas como para que se deban plantear siempre con un criterio de largo plazo. Esto es fácil de entender, pero difícil de llevar a la práctica.

Y uno de los secretos es graduar con acierto la presión que se ejerce sobre el sistema. Porque, por ejemplo, la exigencia excesiva e irreflexiva siempre es cortoplacista. Pedir al mundo que las cosas sean como queremos y cuando queremos es poco menos que intentar derribar un muro acariciándolo con una pluma. Levinson nos dejó una clave vital importante, y es que a través de los ciclos de la vida tenemos que hacer las paces con las imperfecciones del mundo, de los demás y de nosotros mismos. Esto, escribía, no debe alejarnos de nuestras convicciones, sino que puede ayudarnos a luchar con una perspectiva más amplia. Hay que avanzar cuando hay que avanzar, detenerse cuando hay que detenerse, y retroceder cuando hay que retroceder. Sabiduría tan obvia como compleja de aplicar.

Cualquier visión sobre el desarrollo tiene que contemplarse con perspectiva de largo plazo.

Teoría y práctica del alto rendimiento

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Para rendir mucho no solo hace falta ajustar adecuadamente el ritmo de trabajo y descanso de forma que nunca llegue el agotamiento, sino que el organismo entero esté en sintonía con el esfuerzo que le pedimos. Contrasta de manera sorprendente la reiterada queja por cansancio y estrés que muestran la mayoría de las personas con el hecho de que el prime-time televisivo cada vez se retrase más. Una investigación ya ha dicho que los que son naturalmente madrugadores son más felices. El motivo es bien simple, y es que su ritmo vital encaja de manera armónica con el horario social. La mayoría de las personas nocturnas tienen igualmente que entrar a trabajar a primera hora de la mañana, con el consiguiente cansancio y a veces mal humor que la falta de sueño con frecuencia provoca.

Las recomendaciones básicas sobre la salud están escritas en todas partes y no son cosas en principio difíciles de recordar o cumplir: alimentarse bien, hacer algo de deporte, y dormir lo suficiente. Por ejemplo, un estudio publicado hace más bien poco (llevado a cabo con más de cuatrocientas mil personas) puso de manifiesto que una actividad física de tan solo noventa minutos a la semana, o quince minutos al día, puede implicar una reducción del catorce por ciento en el riesgo de morir por todas las causas, y un aumento de tres años en la esperanza de vida. Sin embargo, en muchísimos casos el ser humano muestra una sorprendente y tozuda tendencia a irse a la cama pasada la media noche, a no desayunar y a considerar que si sigue la liga en la televisión su vida ya está suficientemente conectada al ejercicio físico.

 La teoría la conocemos: hace falta pasar a la acción.

Wu wei

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Una de las grandes incógnitas de la vida es cuánto de lo que nos pasa debe ser consecuencia de nuestras propias acciones y cuánto debemos dejarlo al curso de los acontecimientos. Pese a que nuestro organismo reacciona automáticamente ante un problema intentando hacer cosas para resolverlo, existe también el wu wei taoísta, que considera positivo dejar que el mundo fluya y que los sucesos vayan tomando forma por sí mismos. Se trata de no forzar las cosas y de no intentar obligar al mundo a que se comporte como queremos. El café se hace a presión, pero el té se hace porque reposa.

Es muy cierto que a veces haciendo cosas las resolvemos, pero también lo es que actuando sobre ellas las empeoramos. Y es igualmente cierto que dejando que las cosas evolucionen por sí mismas a veces acertamos, y a veces nos equivocamos. Saber cuándo actuar y cuando inhibirse, y por tanto dejar que sea el mundo y el tiempo el que ponga orden en las cosas, es una habilidad francamente compleja, al parecer únicamente reservada a los espíritus más sabios.

Todos los demás deberíamos sin embargo sacar como conclusión que a veces no hacer, contemplar, meditar o esperar, pueden también convertirse en soluciones para un problema.

Hacer o no hacer: esa es la cuestión.