Futuros probables y futuros posibles

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Hace algún tiempo que sabemos que los procesos que permiten al cerebro simular el futuro dependen de los mismos circuitos neurales implicados en la memoria episódica, que es la que registra nuestros recuerdos. Así que resulta que para el cerebro el pasado y el futuro están vinculados, tanto que el segundo se basa el primero.

Es posible que sea por eso que, aunque no nos demos cuenta, vivimos en la idea (completamente falsa) de que mañana tiene que ser igual que hoy. Nicholas Taleb cuenta un ejemplo magnífico que ilustra hasta qué punto eso tiene un riesgo: un pavo vive en un lugar confortable y es alimentado a diario, hasta que el día antes de la celebración de Acción de Gracias lo matan para cocinarlo. Así que no era en absoluto cierto que cada uno de los días predecía el día posterior. Pero lo cierto es que así vivimos: nuestra idea del futuro está basada en la falsa creencia inconsciente de que lo que ha ocurrido hasta el momento ha de seguir ocurriendo.

Ese es el motivo por el cual, entre otras cosas, nos cuesta encajar lo inesperado: si alguien nos quiere hoy, pensamos, también nos querrá mañana. Y si hoy tenemos trabajo, también mañana será así. Nos cuesta imaginar futuros diferentes y esa es también la razón por la que vemos difícil cambiar. Es como si el cerebro no creyera en que podemos ser diferentes, porque siempre hemos sido así. Pero lo cierto es que, aunque esta pueda parecer una verdad trivial, el conjunto de futuros posibles es mayor que el conjunto de futuros probables, infinitamente mayor.

Siempre hay mundos mejores que imaginar y espacio para crecer en ellos.

Acelgas y comunicación

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Cuando escuchamos, cuando miramos o cuando hablamos, cuando sentimos, lo hacemos desde nosotros mismos, desde nuestro mundo, desde nuestra película que, claro, no coincide con la de los demás. Además, y como es lógico, nadie quiere ser el malo de su propia película. No es en absoluto improbable que siete personas que acuden a la misma reunión salgan de ella con siete conclusiones diferentes. O que dos personas que viven un conflicto cierren una discusión con el convencimiento de que la razón les asiste. Schwanitz dijo que en el peor momento de un conflicto, cuando solemos pensar que somos radicalmente opuestos a nuestros enemigos, es cuando más nos parecemos a ellos. Y eso es así porque cada uno vive su propia película.

Cómo cada uno construye su realidad es un fenómeno que dista mucho de ser sencillo, porque el ser humano es una criatura compleja. Palabras como sangre o sexo no tienen el mismo significado para dos personas diferentes, porque una cosa es el significado lógico y otra el significado psicológico. Alguien que ha pasado meses a dieta habrá acabado generando una reacción negativa contra una inocente palabra como acelga. Y sin embargo, para el empresario que vive de ellas la misma palabra tomará una tonalidad afectiva completamente diferente, porque es la base de su sustento y por tanto de su vida. De nuevo, las películas difieren y, desde ese punto de vista, es casi un milagro que nos entendamos.

Cuando hablamos tendríamos que ser más conscientes de que lo hacemos desde nuestra propia película, y de que al hacerlo escogemos una serie de palabras que para nosotros tienen un determinado significado, pero que puede que para otras personas signifiquen otras cosas.

Por eso es tan importante en las organizaciones cuidar los mensajes que se dirigen a los equipos. Las cosas no se pueden decir ni en cualquier momento ni de cualquier manera porque puede ocurrir, y de hecho demasiadas veces ocurre, que la visión que transmite la dirección no es entendida, y por tanto tampoco es compartida, por el resto de la organización: la película tiene que ser la misma para todos, porque si cada uno desarrolla su argumento individualmente el guión será indescifrable.

Y a nadie le gusta una mala película.

 

Vivimos en una película

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Se sospecha que la amplia mayoría de la actividad neuronal se invierte en elaboraciones internas. Considerando la actividad global del cerebro puede que sea poco, comparativamente hablando, el esfuerzo que dedicamos a registrar lo que ocurre fuera. Es más, cuando vemos una acción, la imaginamos o la ejecutamos, los circuitos cerebrales implicados parecen ser los mismos, y es posible que esto sea cierto también para las emociones. Por eso podemos sentir miedo frente a una pantalla o emoción al leer un libro. Hacer, ver, imaginar, sentir, todo está conectado de una forma íntima para el cerebro, que parece no distinguir demasiado entre realidad e imaginación. Tanto es así que hay quien ha conseguido entrenarse únicamente pensando en el entrenamiento. También sabemos que sólo el hecho de imaginarnos comiendo un alimento ya produce una cierta saciación, por sorprendente que pueda parecer. Quizá por eso al final muchos de nuestros sueños tienen una alta probabilidad de convertirse en realidad si nos concentramos en ellos durante el tiempo suficiente. Y por eso, entre otras cosas, no importa demasiado lo que ocurre fuera, porque lo que de verdad importa es cómo vemos nosotros las cosas, cómo imaginamos el mundo y cómo enfocamos la realidad. Y de ahí que sea imposible que una botella contenga exactamente la mitad de su capacidad. Siempre habrá quien, a pesar de que la medida sea precisa, la verá medio llena, y quien la verá medio vacía. Y quien la ve medio llena será feliz porque aún le queda mucho contenido, mientras que quien la ve medio vacía estará amargado porque le queda poco. Ver, actuar, imaginar, sentir, forman parte de un mismo todo, de la película en la que cada uno vive.

Algunos viven en películas épicas, otros en tragicomedias, no pocos viven en series de televisión y algunos otros viven en modestos cortometrajes. Pero a menudo no somos conscientes de que esa película es la de nuestra vida, y de que la medida en que está hecha depende casi exclusivamente de nosotros. De que decidamos ser una cosa u otra: actor principal, secundario… o parte del atrezzo.

Y usted, ¿en qué película vive?

Matrix o la mente humana

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Matrix es una película en la que los seres humanos han perdido la guerra contra las máquinas, y estas han confinado a la inmensa mayoría de la raza humana a permanecer conectada a un gigantesco dispositivo que extrae  energía eléctrica de cada cerebro para que las máquinas puedan vivir. Para que  no haya rebeliones se ha inducido a cada persona una fantasía, que es la vida que vivimos. Por tanto, según el argumento, no vivimos en la vida real sino dentro de una ficción que parece real.

Hace muchísimo tiempo que Platón ya nos dijo que no captamos los acontecimientos como son, sino que tan solo vemos sombras sobre la pared de una caverna. La realidad, suponiendo que tal cosa exista, se nos escapa como el agua se escurre entre las manos. Hoy sabemos que no vemos las cosas como son, porque por ejemplo todos los colores más allá del violeta o por debajo del rojo no son captados por el ojo humano, de la misma  forma que el oído tampoco capta los ultrasonidos. Más allá de eso, los seres  humanos construimos representaciones del mundo que nos rodea y, aunque parezca mentira, no actuamos directamente sobre la realidad, sino sobre esos modelos simbólicos.

El mundo, tal y como lo percibimos, no existe.

Platón tenía razón, pero lo que no nos dijo es hasta qué punto estas sombras que vemos son diferentes para cada persona. Últimamente la ciencia ha comenzado a dejar de estar tan interesada en el estudio de la memoria para interesarse en el estudio de los recuerdos, y nos hemos dado cuenta de que la memoria episódica, la que registra los acontecimientos, dista mucho de guardarlos con fidelidad. El cerebro comprime y distorsiona lo que nos ocurre construyendo sentido. Y por eso, por ejemplo, todos tenemos recuerdos falsos. Cosas que no sucedieron exactamente como las recordamos, sino que fueron modificadas por la mente para encajar dentro de un argumento. Del argumento de nuestras propias vidas.

La conclusión de todo esto es que el ser humano vive en una especie de burbuja que es el contexto de su propia subjetividad: vivimos en Matrix.

La buena noticia es que a menudo pensamos que vivimos en un mundo de cifras y letras donde las cosas son exactas, medibles y objetivas, pero en realidad, afortunadamente, eso no es cierto. O al menos no lo es completamente, porque todo es interpretable y porque todo depende de quién sea el que analice un determinado acontecimiento o un comportamiento, y por supuesto la situación en la que se encuentra un equipo o una empresa.

Tanto si las cosas nos van muy bien como si nos van muy mal siempre es bueno recordar lo relativo que es todo, y siempre es bueno dejarse contagiar por las visiones que de la misma realidad tienen otras personas. Comprender estos hechos y profundizar en ellos es una de las claves de la comunicación, de la construcción de conocimiento compartido y de la cohesión grupal.