Cambio personal y guión existencial

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Los seres humanos somos geniales novelistas. Con la invención de la imprenta ya no fue necesario que las gestas se narraran en forma de canciones o poemas, y apareció la prosa. Y con ella la novela. Y nos dimos cuenta de la formidable capacidad narrativa del ser humano. Sin embargo, hasta hace bien poco no nos hemos dado cuenta de que no solo esta capacidad la tenemos todos, sino que la ejercitamos constantemente al elaborar la novela más importante de nuestra vida, que es el guión que recoge nuestra biografía.

Ese guión nos da identidad, y nos explica a los demás quiénes somos, qué hacemos y cómo vivimos. Y aunque pueda recogerse en pocas palabras, nos ha llevado toda una vida hacer que todos los acontecimientos que lo componen tengan sentido entre sí, y también sentido cronológico, es decir, que los eventos fluyan de forma natural desde las causas hacia las consecuencias. Pero lo que más nos ha costado, con toda seguridad, es que esa historia vital nos deje en buen lugar como protagonistas de la misma. Porque claro, nadie quiere ser el malo de su propia película.

Y ese guión vital es precisamente uno de los inconvenientes cuando nos planteamos un cambio personal: que ni vemos otra película ni otro protagonista. Que nos empeñamos en ser quienes siempre hemos sido, a pesar de que la rotunda lógica nos dice que si queremos ser diferentes tendremos que ser diferentes. Nunca una verdad sobre el cambio personal ha sido tan obvia y sin embargo tan difícil de cumplir.

Para vivir otra película es necesario cambiar al protagonista.

La mejor versión de usted mismo

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Por motivos desconocidos todos albergamos deseos de convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. Nos miramos en el espejo de nuestra vida y nos gustaría ser mejores jefes, comerciales más eficientes o programadores más rápidos. En la vida personal nuestra mejor versión pesa menos kilos, o bien no fuma, o es mucho más simpático. Es un gran misterio que estos anhelos estén ahí, porque sería mucho más fácil vivir sin ellos, o acaso sería mejor que no fuera tan difícil hacerlos realidad.

Pero lo cierto es que el cambio personal es un proceso complejo y nos cuesta mucho llegar a ser esa mejor versión de nosotros mismos, porque la inercia y la repetición forman parte de nuestra vida tanto como el mismo respirar. Así que hacemos planes de cambio, de mejora, de desarrollo, e incluso nos apuntamos con esperanza a cursos de formación o a gimnasios, en general para descubrir solo unos meses más tarde que seguimos siendo quienes hemos sido siempre.

Hace bien poco unos investigadores hicieron un estudio fascinante en el que preguntaron a miles de personas en qué medida consideraban que habían cambiado en los últimos diez años, mientras que a otros les preguntaron cómo pensaban que cambiarían. Cruzaron todos los datos a través de casi todas las décadas de la vida, para descubrir un hecho impactante: las personas pensamos que cambiaremos menos de lo que en realidad lo haremos.

Así que la tendencia a no movernos del sitio está grabada en nuestras venas, incluso a pesar de que la vida nos demuestra que el cambio es una constante vital.

Cuando nos planteamos cambiar el mayor enemigo somos nosotros mismos.

Luchar contra uno mismo

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Que es mucho más fácil luchar contra las dificultades del entorno que contra uno mismo aparece a veces como una verdad evidente. Y que es mucho más sencillo convencer y motivar a otras personas que hacerlo con uno mismo, también. Este es uno de los motivos por el cual el cambio personal es tan difícil.

Queremos dedicar más horas a los nuestros optimizando el tiempo que dedicamos al trabajo, pretendemos también tomarnos los disgustos de nuestra vida profesional de otra manera, y nos prometemos una y otra vez que no sufriremos tanto por una entrega de proyecto difícil o por una venta perdida. Y una y otra vez visitamos y revisitamos las pequeñas o grandes cosas que pensamos que nos van a ayudar a vivir mejor.

Pero las contradicciones inherentes a nuestra naturaleza obviamente imperfecta hacen una y otra vez que esos intentos choquen contra la aparentemente insalvable barrera que somos nosotros mismos.

Y ante ese paradójico fenómeno es inevitable preguntarse algunas cosas: ¿sabemos realmente lo que queremos? ¿Gestionamos adecuadamente el corto y el largo plazo? ¿Estamos intentando cambiar demasiadas cosas a la vez? Y, en definitiva, ¿nos estamos tomando suficientemente en serio aquello que perseguimos? ¿Estamos a lo que estamos? Ahora que está tan de moda el mindfulness todas esas preguntas cobran una relevancia singular.

Pensar el qué, el para qué y el cómo, y ser conscientes de todo ello: imprescindible.

Sobre entregar los trabajos el último día

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Uno de los estudios más originales sobre la procrastinación mostró que cuando se deja a los estudiantes libertad para fijar las fechas de entrega de sus trabajos su rendimiento es inferior que cuando es el profesor el que lo hace. En el experimento los estudiantes podían decidir entregar los tres trabajos al final del semestre o en cualquier otro momento. Simultáneamente, en otro grupo el profesor fijaba tres fechas fijas de entrega espaciadas suficientemente en el tiempo. Lo curioso del caso es que en el grupo en el que los estudiantes podían elegir, dos tercios decidieron entregar los trabajos antes de final de curso, muestra clara de su intención de auto-planificarse. Intención que, a la vista de los resultados, no llegó a materializarse en un rendimiento suficiente.

Y así es que en ocasiones no cumplimos las cosas que nosotros mismos nos proponemos, porque existe esa impertinente tendencia que a veces parece imposible de manejar. Sabemos lo que tenemos que hacer, sabemos cuándo tenemos que hacerlo, y sabemos cómo hacerlo, pero a veces ni aun así nos ponemos a ello. Un gran obstáculo para el cambio personal.

Por eso hay que atacar la procrastinación con toda la artillería disponible.

Gestionando prioridades

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Es muy posible que la procrastinación, esa incómoda tendencia a dejar las cosas para última hora anteponiendo todo lo que nos apetece más, se pueda explicar a través del concepto de utilidad. Comprenderlo puede ser de gran ayuda cuando nos planteamos un cambio personal.

Por definición, las personas hacemos lo que consideramos útil. La utilidad para este investigador es el cociente entre la expectativa y el valor, dividido por la espera y la sensibilidad a la demora. Cuanta más alta es la expectativa de lograr algo y más valor tiene, aumenta su utilidad. Por el contrario, como en el denominador tenemos la dimensión temporal, si vemos algo muy lejano y nos distraemos a menudo, o carecemos de autocontrol, la utilidad desciende.

Por eso la elaboración de un proyecto difícil de conseguir cuya fecha de entrega es lejana, si además deja poco beneficio, será siempre pospuesta hasta que queden pocas horas para entregarlo. Esto hace que, si nos descuidamos, algo aparentemente beneficioso a corto plazo puede llegar a competir con algo realmente útil a largo plazo. Una llamada agradable, un café, un rato navegando por internet y mil cosas más pueden, y de hecho a veces lo hacen, hacernos posponer indefinidamente lo que realmente nos importa. En la vida es muchas veces cierto que pequeños beneficios diarios conducen a pérdidas más o menos significativas a largo plazo mientras que, al revés pequeñas renuncias en el día a día desembocan en grandes ganancias al cabo del tiempo.

Gestionar adecuadamente el corto y el largo plazo, esta es la cuestión.

Vuelva usted mañana

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Si Larra ya escribió que la pereza se había interpuesto incluso en sus conquistas amorosas no debería sorprendernos demasiado que eso que ahora llamamos procrastinación se haya convertido en una pandemia. Según algunos estudios, este problema podría estar presente en un porcentaje que va del treinta al sesenta por ciento en la población universitaria y del quince al veinte en el resto de los adultos.

Dejar para mañana lo que podemos hacer hoy, esa impertinente tendencia a retrasar nuestras tareas es, entre otras cosas, responsable de los retrasos en los proyectos, de que se nos pasen las fechas límite, de las prisas de última hora, de que olvidemos adjuntar una documentación importante en el último momento, o de que por error acabemos enviando una versión desactualizada de una oferta. La procrastinación es uno de los enemigos naturales del cambio personal.

Posponemos lo que no nos gusta, lo que no nos apetece, lo que no nos genera un beneficio inmediato y, a veces, simplemente todo lo que es menos atractivo que otra actividad que se nos presenta. No deja de ser sorprendente que la capacidad de planificar del ser humano, presente al menos desde que nuestros antecesores portaban con ellos sus primitivas herramientas de sílex, se vea empañada por tan molesta tendencia.

Tanta planificación y al final todo radica en nuestra capacidad de autogestionarnos.

La boa constrictor y el logro de objetivos

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En la mayoría de los casos es fácil determinar qué conductas hay que llevar a cabo para lograr determinados objetivos. Sin embargo, con frecuencia lo que impide que las personas logremos un cambio personal es simplemente la medida en que creemos que somos o no capaces de llevar a cabo esas conductas. De nuevo, el poder de la mente.

En una investigación se demostró que existe una correlación significativa entre la expectativa de éxito sobre una tarea y el éxito real en la misma. Para ello utilizaron una boa constrictor y un grupo de personas con fobia a las serpientes.

Lo que el estudio demostró es que en la situación normal, como los participantes se veían poco capaces de interactuar con la serpiente, realmente no lo lograban. Pero cuando los investigadores aumentaban la expectativa de éxito de los participantes ayudándoles a interactuar con la boa, y por tanto demostrando que realmente podían hacerlo, en las siguientes ocasiones en las que ya se encontraban solos eran mucho más capaces de superar sus limitaciones.

Evidentemente nadie está diciendo que por el solo hecho de creer que uno es capaz de hacer algo pueda lograrlo, pero lo que está claro es que si ajustamos nuestras expectativas al rendimiento real que somos capaces de obtener, en lugar de subestimarnos, conseguiremos muchas más cosas de las que pensamos.

Creer es poder, sin duda.

Los agentes de seguros optimistas

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La forma en la que vemos los acontecimientos, y la manera en la que nos vemos nosotros mismos está altamente conectada con la realidad y la forma en que actuamos sobre ella. A menudo pensamos que no somos capaces de lograr lo que nos proponemos porque carecemos de fuerza de voluntad. Y esto es un pensamiento peligroso, porque carecer de fuerza de voluntad es algo interno, estable y global. Es un fallo de nuestra personalidad que, al menos eso creemos, ha estado siempre con nosotros. No nos libraremos de él jamás, y además afecta a todo lo que hacemos. En resumen, las tres características con las que se ha definido el pensamiento pesimista. Por el contrario, ser optimista es pensar que lo que nos pasa, bueno o malo, pero sobre todo malo, no es debido a ninguna característica nuestra que sea estable y global. Y por tanto podemos actuar sobre el entorno para cambiar las cosas.

Para mostrar de qué forma afectaba al rendimiento pensar de una u otra manera, un estudio se centró en un grupo de agentes de seguros de vida, dividiéndolos según estos dos tipos de evaluación de los acontecimientos. Pues bien, el resultado fue demoledor: los optimistas vendieron un 37% más que sus compañeros en sus primeros dos años de vida profesional.

Ser optimista nos ayuda a vender más, a hacer más, a correr más y en general a intensificar la potencia con la que nos situamos ante el cambio personal.

Y usted, ¿quiere vender un 37% más?

El palo de golf mágico

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Cada vez está más claro que todo está en la mente. Recientemente unos investigadores se interesaron por un curioso fenómeno según el cual algunos aficionados al deporte creen que utilizar un equipo perteneciente a un atleta profesional incrementa su rendimiento. Así, muchos de ellos sienten que sus capacidades se incrementan solo por vestir una prenda perteneciente a un profesional, aunque realmente el objeto por sí mismo sea neutro, tal como una camiseta o una muñequera. Este fenómeno se llama contagio positivo y está alimentado por la intuición mágica de que la capacidad de un profesional puede pasar a un objeto inanimado, y de ahí al aficionado.

Pues bien, lo que el estudio mostró es que un grupo de aficionados al golf a los que se dijo que estaban utilizando un putter que había pertenecido a Ben Curtis lograron más putts exitosos que un grupo que usó el mismo palo pero no recibió ese mensaje. Pero lo más sorprendente del estudio es que los primeros veían el hoyo más grande que los segundos.

Creer en algo es tan potente que altera incluso nuestra percepción de las cosas, y es en este tipo de hechos en los que se basa la visualización, el pensamiento positivo, la autoconfianza, y otros mil enfoques ya imprescindibles en el cambio personal.

El mundo a nuestro alrededor puede cambiar si somos capaces de imaginar algo diferente.

El poder de la mente y la operación bikini

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Todos queremos creer en el asombroso poder de la mente. Sin embargo, muchas de las cosas que escuchamos sobre ello, como por ejemplo la extendida pero errónea creencia de que solamente utilizamos un diez por ciento de nuestro potencial, no están basadas en constataciones reales. Por otro lado, es común escuchar también que todo está en la mente, y que todo depende de cómo veamos las cosas. Pero, de nuevo, aunque es algo inequívocamente intuido, rara vez podemos citar ejemplos concretos de esta sorprendente realidad.

Un original estudio planteó si imaginar comer algo podía tener realmente un efecto saciante. Utilizaron para ellos caramelos M&M y demostraron que, efectivamente, aquellos que habían imaginado comer una mayor cantidad, ingirieron menos cuando se les presentó un bol del que podían comer todos los caramelos que quisieran. Así que pensar en comer algo efectivamente puede tener un efecto saciante.

Fuera de las posibles implicaciones que este hecho tenga en potenciales planes de adelgazamiento, que habría que demostrar, este experimento nos hace pensar en el efecto que puede tener creer firmemente en las cosas que queremos lograr, sobre todo cuando nos situamos ante un cambio personal.

Puede que la fantasía y la realidad no estén tan lejos.