Pese a sus múltiples aplicaciones y ventajas, la empatía es fundamentalmente una llave. Y esa llave abre una ventana al mundo. Al mundo de verdad, no al mundo que nosotros conocemos. Día a día nos levantamos, vivimos y tras unas horas nos vamos a dormir, y es fácil observar que nuestra existencia está plagada de familiaridad. El mismo trayecto al trabajo, los mismos compañeros de oficina y los mismos clientes, comida similar, tardes parecidas y, al fin, fines de semana que también tienden a mimetizarse unos con otros.
Así como muchos mamíferos tienden a ir a beber a la misma charca y hay aves que toman el mismo rumbo en sus migraciones estacionales, nuestra vida es un constante devenir en el que lo que más abunda es lo que ya conocemos.
Y la empatía es una de las llaves que puede romper esa llana monotonía que nos hace parecernos cada día un poco más a nosotros mismos. Preguntar a otras personas por sus vidas, por sus problemas, por sus aciertos, por sus enfoques, intentar evocar qué sienten, qué piensan y cómo ven el futuro, es un magnífico ejercicio que puede introducir aire fresco en nuestra vida.
Las neuronas de la empatía, como a Alicia, pueden guiarnos a través del espejo.