Las lentejas son uno de los platos más tradicionales y nutritivos de la gastronomía española. Un clásico en muchos hogares que no solo destaca por su sabor, sino también por sus múltiples beneficios para la salud, especialmente por su alto contenido en hierro. Pero lo que muchos no saben es que hay un ingrediente clave que puede marcar la diferencia a la hora de aprovechar al máximo ese hierro: el vinagre.
Sí, el vinagre, ese toque ácido que muchos añaden al final del guiso o en el plato ya servido, no solo es una cuestión de gusto. Su inclusión en las lentejas tiene una base científica relacionada con la absorción del hierro. Aunque las lentejas son una excelente fuente de este mineral, el hierro que contienen es del tipo no hemo, es decir, de origen vegetal, que el cuerpo humano no absorbe con la misma facilidad que el hierro presente en alimentos de origen animal.
Aquí es donde entra en juego el vinagre. Su acidez ayuda a mejorar la biodisponibilidad del hierro no hemo, facilitando que el cuerpo lo absorba mejor. Este efecto se potencia aún más si se combina con otros alimentos ricos en vitamina C, como pueden ser el pimiento rojo o un chorrito de zumo de limón añadido al plato, aunque el vinagre por sí solo ya aporta una mejora notable.
Muchos nutricionistas coinciden en que pequeños gestos como este pueden tener un gran impacto en la dieta, sobre todo en aquellas personas que tienen problemas de anemia o siguen dietas vegetarianas. De hecho, en muchas cocinas tradicionales ya se aplicaba esta práctica sin saber exactamente por qué, simplemente por transmisión oral y experiencia culinaria.
A tener en cuenta
Además de su beneficio nutricional, el vinagre también añade una nota de contraste al sabor de las lentejas, equilibrando la grasa del chorizo o el sabor terroso de la legumbre, dependiendo de la receta que se utilice. Se puede añadir directamente al guiso en los últimos minutos de cocción, o dejar que cada comensal lo incorpore en su plato al gusto.