
A veces tenemos tantas cosas en la cabeza que resulta imposible acordarse de todo. Si bien es cierto que dispositivos como los móviles nos han ayudado a recordar, por ejemplo, números de teléfono con más facilidad, hay algo que parece que se nos resiste: acordamos de los nombres de las personas que acabamos de conocer (o incluso que llevamos tiempo conociendo pero que no nos atrevemos a volver a preguntar).
Reconocemos la cara de la persona pero no somos capaces de acordarnos de su nombre, algo que parece tiene una razón psicológica. Y es que aunque el cerebro es capaz de almacenar sin problemas diversos datos importantes, pareciera como si a veces le costara hacer lo propio con los nombres de las personas.
Cuando conocemos a alguien nuestro cerebro experimenta algo parecido a una sobrecarga de información, dado que tiene que recordar la cara, la voz, la actitud de la persona, etc., por lo que empieza a priorizar los datos que son importantes y los que no, dejando muchas veces el nombre en segundo plano.
La razón psicológica
Lo que explica por qué olvidamos los nombres de las personas es la paradoja Baker Baker, un concepto psicológico que nació de un experimento bastante curioso. Deborah Burke y Donald MacKay, que fueron los psicólogos que acuñaron el término, mostraron a dos grupos distintos de individuos una fotografía de la misma persona. A unos les dijeron que se llamaba 'Baker' (un apellido común en inglés) y a los otros que su profesión era 'baker' (panadero en inglés).
A la hora de preguntarles si recordaban algo de la persona de esa fotografía, observaron que el grupo que la asoció con el oficio de panadero lo recordó con mayor facilidad, lo que les dejó una interesante conclusión: la memoria retiene mejor conceptos con carga semántica, como una profesión, que palabras arbitrarias, como un nombre.
Burke y MacKay descubrieron entonces que los nombres propios tienen una conexión más débil entre su forma fonológica y su contenido semántico, o lo que es lo mismo, entre el sonido de la palabra y su significado.
"No tienes cara de llamarte..."
Al no existir una conexión lógica entre el nombre y la persona "la memoria de los nombres propios funciona de manera distinta a la de otros tipos de información", explicó el profesor de psicología David Ludden en un informe de 'Psychology Today'.
Nos referimos a lo que muchos solemos pensar al conocer a alguien: "No tienes cara de llamarte así". Asociar un nombre a una cara es prácticamente imposible, dos personas que se llamen Lucía no tienen porque tener los mismos rasgos. Por eso es que recordamos mejor las características o un rasgo distintivo de la persona, como la profesión, antes que el nombre, dado que el cerebro puede considerarlo información prescindible.
Si quieres evitar pasar un mal trago lo mejor es que repitas el nombre de la persona en voz alta cuando os encontréis por primera vez para recordarlo o, en su defecto, asociarlo con una imagen o contexto específico para facilitar la retención de información.