
El macronismo hizo un intento de llegar a España antes siquiera de existir como tal. Aquel 24 de febrero de 2016 en el que Pedro Sánchez y Albert Rivera firmaron el llamado 'pacto del abrazo' Emmanuel Macron era todavía ministro de Economía en Francia dentro de un gobierno socialista. Aún tardaría seis meses en dejar el cargo para embarcarse en la creación de su propio proyecto político, aquel 'En Marche!' que le llevó al Elíseo derrotando a sus padrinos políticos y a la ultraderechista Marine Le Pen.
Macron ahora es el presidente francés y, a la vez, el modelo de todo lo que Ciudadanos aspira a ser. La propuesta política que le convirtió en el fenómeno político del momento partía, precisamente, de mezclar en una coctelera liberalismo con socialdemocracia y unas notas de transversalidad moderna. Justo lo que Sánchez y Rivera intentaron sin éxito.
La situación era entonces muy distinta. Las generales de diciembre de 2015, las primeras con cuatro grandes partidos, habían dejado un panorama sin mayorías claras pese a la victoria del PP. Podemos, entonces en condiciones de disputarle la primacía en la izquierda al PSOE, se iba a negar a hacer a Sánchez presidente. Por eso el líder socialista y Rivera sellaron su propuesta: un acuerdo de Gobierno que recogía "una reforma de la Constitución, una reforma fiscal y laboral, una defensa cerrada de la unidad de España y un rechazo frontal a la consulta soberanista en Cataluña".
La historia es de sobra conocida conocida: los de Pablo Iglesias, entonces a lomos de sus propias expectativas, votaron contra la investidura y el acuerdo no dio de sí. Meses después se repitieron los comicios y el PP amplió su mayoría. Rivera firmó otro pacto, esta vez con el entonces presidente en funciones, y Mariano Rajoy pudo volver a gobernar.
En estos más de tres años ha pasado de todo: desde la repetición de elecciones a la moción de censura y, finalmente, un adelanto electoral como final a un ciclo político caótico. A poco más de dos meses de las nuevas generales la comparación de dónde estaban entonces unos y dónde están ahora otros da algunas pistas, no sólo por ver cuánto dieron de sí sus estrategias sino también para entender en qué posición parten para la nueva contienda.
Por trazar un retrato rápido, Sánchez ha sobrevivido a las guerras de dentro y de fuera contra pronóstico y ha devuelto al PSOE a la contienda tras haber logrado articular una mayoría a su alrededor. El PP y Podemos han estallado en grandes crisis internas e intentan recomponerse. Ciudadanos ha crecido hasta llegar a ser clave en Cataluña como líderes de la oposición y en Andalucía, donde gobiernan con el PP. Y mientras todo eso pasaba, los ultraconservadores de Vox han despuntado coma quinta formación en liza. Sólo dos cosas no ha cambiado y son justamente las que han marcado la convulsa legislatura: los casos de corrupción en el PP y la tensión soberanista en Cataluña.
Un segundo abrazo
Así las cosas, las elecciones generales del próximo 28 de abril llegan justo por esos dos motivos. Los escándalos de corrupción en el PP propiciaron la moción de censura y ésta arrojó un gobierno tan inestable que ha acabado por caer después de que el independentismo catalán decidiera tumbar los Presupuestos. Y justo por eso ambas cuestiones tienen mucho que ver con lo que pueda suceder en las urnas.
Desde la perspectiva del independentismo había dos posibilidades. La primera, la posibilista, que se defiende fuera de las cámaras, era proclive a mantener al PSOE en La Moncloa de cara a lograr un trato más dialogante con Cataluña. La segunda, que finalmente se ha impuesto, es la que ha optado por dejarle caer aun a riesgo de que haya un cambio de inquilino en el Gobierno y que una alianza de derechas pase a gobernar. A fin de cuentas, el soberanismo necesita reactivar a su electorado y la polarización siempre ayuda.
Una vez abocados a las urnas se abre una tercera posibilidad, nada halagüeña para los intereses nacionalistas: que, una vez comprobado que cualquier otra mayoría es inestable, el PSOE se avenga a pactar con Ciudadanos un gobierno macronista. Una segunda edición del pacto del abrazo tres años después, algo que desde Ciudadanos se han encargado de rechazar de plano y "por unanimidad". El mensaje va en clave electoral: los de Rivera dan por hecho el 'sorpasso' al PP y sólo ven a los socialistas como rivales por ser el primer partido, y por eso marcan distancias además de para evitar flujo de votos. Lo mismo que pensaron en Podemos en 2016 negándose a investir a Sánchez.
Esa decisión abocaría al país a una dinámica de bloqueo en la que Ciudadanos espera poder sacar rédito, aunque sea a costa de una nueva repetición electoral. Sin embargo, de producirse ese pacto con el PSOE se abriría un escenario que dejaría al soberanismo sin confrontación con un Ejecutivo conservador, pero también sin la posibilidad de dialogar con un presidente apoyado en los enemigos naturales del independentismo. Las encuestas auguran que tanto PSOE como Ciudadanos podrían ser lo suficientemente fuertes como para conseguir sumar, sólo faltaría que quisieran hacerlo.
La lectura que más se comenta, sin embargo, no es la del macronismo, sino la de la italianización. La certeza de que la política española ya no es de partidos, sino de bloques. En ese sentido, una reedición del pacto entre Sánchez y Rivera tendría efectos positivos para ambos ya que los socialistas impedirían una coalición de derecha y al tiempo dejarían a Podemos fuera de la toma de decisiones; Ciudadanos, por su parte, se separaría del bloque de derecha que encarnan PP y Vox para buscar su posición en el centro.
Una arriesgada alianza nacional
Sin embargo, y aunque aún es pronto para hablar de números, cabe esperar que este escenario dependiera de la voluntad de los de Pablo Iglesias. Tal y como pasó en 2016, Podemos debería abstenerse para que el pacto entre PSOE y Ciudadanos pudiera superar una investidura, y si no lo hizo entonces nada hace pensar que lo pueda hacer ahora.
Y ahí es donde surge la alternativa más factible hoy en día: un tripartito conservador al estilo del pacto andaluz. La cuestión es saber qué escenario convendría más a un Podemos en aparente decadencia, si votar con la cabeza del mal menor o con la cabeza del mayor. Posiblemente la respuesta dependa de la dimensión de su retroceso, si es que lo hay.
En cualquier caso la segunda opción, la de un tripartito de corte conservador, parece la más probable ahora mismo. De nuevo volvería a ser válida la paradoja política andaluza: dividir permitiría sumar. Dicho de otra forma: el estallido del PP habría fortalecido a Ciudadanos y habría dado carta de naturaleza a Vox, pero a la vez permitiría a la derecha seguir sumando desde una lectura de bloques y no de partidos en la que los conservadores son mucho más disciplinados y fieles a la hora de buscar el acuerdo.
La clave estaría en qué partido de ese bloque saque mejor resultado, algo que el PP -con una base potente y una enorme inercia- parece tener más fácil ante un Ciudadanos que, eso sí, despunta en las encuestas. En cualquier caso, y aunque hubiera 'sorpasso', los populares cuentan una ventaja añadida: ellos pueden pactar a la vez con los de Rivera y con los de Santiago Abascal, algo que Ciudadanos no debería poder hacer sin sufrir en consecuencia una reacción airada de sus cuadros moderados.
Un improbable suma de la moción
La última opción, y más descabellada, es que un escenario de bloqueo propiciara que el heterogéneo grupo de la moción de censura volviera a ponerse de acuerdo. Es verdad que las mociones en España son constructivas -es decir, que se vota poner un Gobierno más allá de destituir a otro-, pero también es verdad que no es lo mismo apoyar a un candidato alternativo que investir a un presidente tras unos comicios, aunque el fin sea el mismo.
Por decirlo de otro modo, parece complicado que formaciones tan separadas como EH Bildu y el PSOE o el PNV y Podemos puedan ponerse de acuerdo en algún tipo de programa de gobierno nacional. Y si en cualquier caso lo lograran, una suma tan heterogénea y fragmentada sería tremendamente débil: si no han podido acordar unos Presupuestos cabe esperar que no puedan sostener a un Gobierno.
Hay, por tanto, varias claves que decidirán lo que suceda el día después de los comicios. Está claro que quién gane y por cuánto lo haga contará, y mucho. Y también está claro que habrá que ver si Ciudadanos supera al PP o no. Pero además de lo evidente, habrá otras luchas de perfil algo más bajo que decantarán la balanza, como saber cuánto caerá Podemos o cuánto emergerá Vox.
La lista de cuestiones a vigilar no termina ahí: a un nivel aún más bajo en cuanto a escaños también se antojan claves qué bloque se movilizará más, cuánto sumarán los nacionalistas -sobre todo en una Cataluña donde Podemos será mucho menos competitivo- y a dónde irá el voto de las confluencias si el partido de Pablo Iglesias acaba por diluir su presencia.
Y aún hay más: apenas unas semanas después de las generales llegan las europeas, autonómicas y municipales. Quién sabe si la batalla de La Moncloa no acaba por decidirse hasta que no se sepa qué sucede en los ayuntamientos, o que directamente sean estos los que desbloqueen o posibiliten algunos acuerdos. En las guerras, ya se sabe, las batallas se luchan pueblo a pueblo y ciudad a ciudad. Y esta contienda apenas acaba de empezar.