En algún momento del verano de 2013 Susana Díaz pasó de ser una perfecta desconocida en la política nacional a convertirse en la lideresa inevitable. La renuncia de José Antonio Griñán a la presidencia de Andalucía, acosado como estaba su Ejecutivo por los escándalos de corrupción del llamado 'caso ERE', le abrió las puertas del cielo.
Ella era la ungida, la sucesora, la estrella emergente. No en vano, ser la mujer al frente de la presidencia andaluza suponía controlar al socialismo andaluz y eso, a su vez, implicaba controlar el socialismo nacional aunque fuera en la sombra. Una regla de tres incuestionable durante más de tres décadas de democracia que iniciaron en su día Felipe González y Alfonso Guerra. Aún hoy en día casi uno de cada tres militantes socialistas pertenecen a la todopoderosa federación andaluza.
Aquel recambio llegaba año y medio después de las elecciones de la 'dulce derrota' del PSOE. Perdieron los comicios, pero el PP -que se disponía a arrasar en casi todas las autonomías y en las Cortes- no podría sumar mayoría. La renuncia de Griñán pretendió ser un punto de inflexión para contener la hemorragia de la corrupción y poner en marcha desde Andalucía la renovación de un socialismo abrasado por la gestión de la crisis por parte del Ejecutivo de Zapatero. Era, junto a Asturias, el último bastión.
Susana Díaz iba a ser la que debía encabezar el regreso del PSOE a La Moncloa
Susana Díaz lo tenía todo: era joven, era mujer y tendría casi tres años para construirse desde el poder sin necesitar el refrendo de las urnas. Así, en pocos meses pasó de que nadie le conociera a que fuera un poder fáctico indiscutible. Ella iba a ser la que debía encabezar el regreso del PSOE a La Moncloa.
Por aquel entonces la política era muy distinta. Aún había mayorías absolutas, PP y PSOE se repartían el poder en una cómoda alternancia y UPyD e IU eran los minúsculos contrapoderes a una maquinaria democrática perfectamente previsible en su alternancia. En estos cinco años que tanto han cambiado la vida política nacional Díaz ha tenido tiempo de cometer casi todos los errores posibles. De tropiezo en tropiezo hasta la escena de un histórico miércoles 16 de enero en el que, por primera vez, el PSOE pierde el gobierno andaluz.
Cinco años de oportunidades y errores
En la lista de errores destacan dos: adelantar las elecciones autonómicas dos veces cuando siempre ha dependido de otros para gobernar -primero IU y luego Ciudadanos-, e intentar dejar de ser un poder fáctico para tomar Madrid por asalto. Para la historia negra del socialismo quedarán las maniobras que encabezó, primero para 'colocar' a Pedro Sánchez en Ferraz con la intención de dirigir el partido a través de él y después para derrocarle con la intención de tomar el control del aparato.
Pero la historia no fue exactamente como se daba por sentado que iba a ser. Sánchez dimitió en octubre de 2016, pero contra todo pronóstico consiguió volver y derrotarle en las primarias apenas siete meses después. Un año más tarde, mientras él encabezaba la moción de censura contra Mariano Rajoy que le llevó a la Moncloa, ella convocaba las elecciones que le acabarían desalojando de la presidencia andaluza. Había puesto tanto énfasis a su conquista fallida de Madrid que descuidó por completo la gestión de su reino. Así, se pasó de la derrota dulce de 2011 a la victoria amarga de 2018: volvió a ganar, pero ahora era ella la que no sumaba.
Lo sucedido en Andalucía marca un antes y un después, no sólo por la fulgurante caída de Susana Díaz, sino también porque era el único gobierno que no había cambiado de signo en toda la democracia. Y esa 'mancha' para el socialismo llevará para siempre su firma pase lo que pase a partir de ahora.
Adiós al 'susanato', ¿adiós al 'susanismo'?
La 'caída' de Andalucía cierra por tanto un ciclo. Cataluña, Galicia y el País Vasco vieron a líderes socialistas asumir el mando, igual que Castilla-La Mancha o Extremadura vieron a líderes populares hacer lo propio. La de San Telmo, sede de la Junta de Andalucía, era la última plaza que quedaba por ser conquistada por otros.
Lo que todas esas regiones tan dispares comparten no es sólo el hecho de que un cambio de gobierno sea algo excepcional, sino que en todos esos casos ha sido además algo efímero. Salvo en el caso catalán, donde se consiguió alargar la anomalía durante dos convulsas legislaturas -tripartito mediante-, todas esas regiones recuperaron su tendencia política histórica a primeras de cambio. No parece raro, por tanto, pensar que en Andalucía pueda suceder lo mismo. La cuestión es saber si Susana Díaz estará ahí aguardando el relevo.
Ella ya ha dicho que tienen la intención de ser la jefa de la oposición, pero también es consciente de que se avecinan tiempos complicados. Al aluvión de resoluciones judiciales pendientes por los escándalos de corrupción se sumará el traumático adelgazamiento de cargos que implicará el cambio de guarda en el Palacio.
A nadie se le escapa tampoco que Ferraz no pondrá demasiado interés en defender a quien se levantó en armas contra el ahora líder incuestionado. Ahora todos velarán armas hasta las autonómicas y municipales de mayo, pero parece difícil que Sánchez salga tan debilitado de la cita como para no poder cobrarse su venganza. No hay nada como tocar poder para que las voluntades se alineen alrededor del líder, y nada como dejar de tocarlo como para que suceda lo contrario.
Es difícil pronosticar lo que sucederá a corto plazo, no ya en Andalucía, sino en toda España. Sánchez puede ser el presidente más breve de la democracia o, por el contrario, alargar la legislatura e incluso reeditarla. De igual forma, Juan Manuel Moreno Bonilla, un presidente al frente de una coalición inédita y criticada, puede ser el inicio de un cambio o el breve lapso de un experimento fallido. Díaz, en fin, puede ser la 'Esperanza Aguirre' andaluza, derrotada en una plaza que creía de su propiedad, pero tendrá que asumir que el cambio es inevitable y que gobernar no es lo mismo que no gobernar. La decisión, por tanto, ya no está en sus manos.
"El 'susanato' ha terminado. Está por ver si el 'susanismo' -la corriente alrededor de la lideresa- sobrevive a tamaño contratiempo"
Con todo, el 'susanato' -entendiendo como tal el gobierno de Susana Díaz- ha terminado. Está por ver si el 'susanismo' -es decir, la corriente alrededor de la lideresa- sobrevive a tamaño contratiempo. Ella ya no es la reina, ni en Andalucía, ni en el socialismo, y se aferra a la idea de que hay reinados más fuertes sin trono que con él -algo bueno tiene la oposición-. El problema es que ahora mismo -y a saber por cuánto tiempo- el rey es su peor enemigo, aquel a quien intentó traicionar y de quien dependerá su futuro inmediato.
La situación, por tanto, no parece la más favorable para su continuidad. Ella, que esperaba gobernar Andalucía, el socialismo y el país, ha acabado por perderlo todo. Hace cinco años en una situación como la suya estaría a todas luces muerta para la vida política. Ahora, sin embargo, las cosas son mucho más imprevisibles. Puestos a creer en las resurrecciones, Susana Díaz tiene en quién fijarse como modelo: aquel Pedro Sánchez al que dio por muerto hace apenas dos años y que resultó estar más vivo que ella misma.