
La Asamblea Nacional dio ayer la espalda, como se preveía, al Gobierno de François Bayrou, cuya moción de confianza salió derrotada por 364 votos que aglutinaron a la extrema derecha, la extrema izquierda y los socialistas. El hecho de que la derrota estuviera descontada, desde el mismo momento en el que el primer ministro francés decidió someterse al juicio de los parlamentarios, no resta gravedad a la situación en que Francia vuelve a sumirse, solo ocho meses después de su última crisis de Gobierno.
La solución a la interinidad está en manos del presidente, Emmanuel Macron, cuyo repertorio de soluciones es muy limitado. Una vez que el propio jefe de Estado descartó tajantemente su dimisión, o la convocatoria de nuevas elecciones, la búsqueda del que sería su séptimo primer ministro se antoja un callejón sin salida. La opción de volver a reclutar al jefe de Gobierno entre las filas de la derecha hace prever un desenlace, en cuestión de meses, idéntico al sufrido ya por Bayrou o por Michel Barnier. La posibilidad de decantarse por un político socialista, como se especula desde la semana pasada, tampoco es sencilla. Un primer ministro de esa afiliación podría reclamar contrapartidas como elevar, de nuevo, la fiscalidad a las grandes fortunas o volver a revisar la reforma de las pensiones, lo que despierta recelos en el propio partido de Macron. Ante esta encrucijada, Bayrou pronosticó que llegará "el caos" tras su salida. Sin llegar a ese extremo, lo que puede afirmarse es que la segunda mayor economía del euro continúa a la deriva, sin contar con respuestas creíbles al grave problema de déficit y deuda que arrastra, una fuente de potencial inestabilidad para el conjunto de la eurozona.