Opinión

Geopolítica, economía y tecnología: la UE toma las riendas y el gobierno español se desvanece

  • La UE necesita diversificar sus socios comerciales y una política industrial ambiciosa 
Bandera de España junto a la de la UE
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Asistimos a un profunda transformación de las relaciones internacionales debido al impacto de tres acontecimientos. El primero es de carácter geopolítico y deriva del nuevo esquema de vínculos que la administración norteamericana quiere imponer en el mundo, alejándose del multilateralismo y renunciando a seguir siendo la potencia defensora de la forma de vida occidental, lo que nos obliga a sus aliados tradicionales a replantearnos cómo resolver los problemas de seguridad y autonomía estratégica en el ámbito de la defensa.

El segundo es el impacto geoeconómico derivado de la creciente tensión comercial, provocada por el uso de aranceles como instrumento político coercitivo y herramienta correctora de los déficits comerciales de EEUU. Estamos ante el más que probable fin de la globalización, un período de crecimiento económico sostenido y equilibrado del mundo, basado en un sistema de relaciones comerciales promovidas por el país norteamericano y consolidadas a través de acuerdos con el resto de los países en el seno de organizaciones internacionales. Como la experiencia demuestra, basta con remitirse al precedente de la Ley Hawley-Smoot o Tarrif Act of 1930, el uso de estas antiguas medidas que restringen el libre comercio, provocarán un resultado negativo en las dinámicas económicas globales y también en las estadounidenses.

Por último, estamos ante un impacto tecnológico sin precedentes, que está cambiando los equilibrios de poder global. La IA está redefiniendo los elementos tradicionales a través de los que se manifestaba el poder de los estados que, además, vendrá marcado por la capacidad para disponer de las infraestructuras tecnológicas y los recursos escasos necesarios para su funcionamiento, convirtiendo, por ejemplo, a la posibilidad de producir y transformar las tierras raras o almacenar y transportar datos, en factores determinantes en la competencia entre potencias. Ante este triple impacto, la Unión Europea se enfrenta a una encrucijada histórica. En términos geopolíticos, está tomando medidas para reforzar su capacidad de defensa y asumir un papel más activo en la seguridad internacional. La invasión rusa de Ucrania y la actitud de la nueva administración norteamericana ante este hecho, ha puesto de manifiesto la fragilidad de la arquitectura de seguridad europea y está acelerando las decisiones en este sentido.

En el ámbito económico, la UE está respondiendo, o lo hará con todos los instrumentos posibles en términos de la presidenta de la Comisión Europea, a los aranceles y restricciones comerciales impuestos por Estados Unidos, además de estar explorando nuevos mercados y fortaleciendo acuerdos con otras regiones. Aunque el vínculo transatlántico sigue siendo esencial, Europa no puede permitirse depender exclusivamente de una relación que se ha demostrado volátil. La diversificación de socios comerciales y la apuesta por una política industrial más ambiciosa son pasos fundamentales para garantizar su competitividad en un entorno global cada vez más fragmentado.

En el terreno tecnológico, los tantas veces referidos informes de Enrico Letta y Mario Draghi han subrayado la necesidad de una mayor inversión en innovación y la digitalización de la economía europea. Solo una estrategia decidida en IA y en el desarrollo de tecnologías clave, puede evitar que Europa quede relegada. La carrera por el desarrollo de la IA, el control de los datos y las tierras raras es un campo de batalla en el que la UE debe jugar un papel protagonista si no quiere perder su relevancia en la economía del futuro.

En este contexto, el papel de España debería ser el de un actor esencial dentro de la UE. Como una de las economías más grandes del bloque, su participación debía ser activa en la definición de la respuesta europea. Sin embargo, la posición del gobierno nos condena a un papel secundario, timorato e irrelevante en el ámbito geopolítico y económico, tanto por su convicción, como por su debilidad parlamentaria y dependencia de partidos con posiciones contrarias a los de la defensa de mundo occidental. La falta de claridad en los compromisos presupuestarios destinados a fortalecer la seguridad y la competitividad del país, refuerzan esa imagen y muestran una falta de visión estratégica lamentable, en un momento en el que la solidez política y económica es clave para afrontar los retos globales.

El cambio del orden mundial por el desorden de la ley del más fuerte no es una amenaza lejana, sino una realidad que exige respuestas inmediatas. Europa ha comenzado a moverse en la dirección correcta, asumiendo un papel más activo en su propia seguridad, diversificando su estrategia económica y apostando por la innovación tecnológica como pilar de su competitividad. España, como una de las principales economías de la UE, no debe quedarse al margen de estos cambios. No es momento de mirar hacia otro lado, sino de asumir la responsabilidad que corresponde en un mundo que se está redefiniendo a gran velocidad, pero desgraciadamente parece que al gobierno español en este, como en otros asuntos, le guía más la codicia que la ambición.

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