Opinión

La unidad empresarial

  • Hay que tener altura de miras y centrarnos en lo que importa: la defensa de las empresas
  • La división, el ruido, la desunión, benefician a los enemigos de las empresas que, lamentablemente, hoy ocupan puestos en el gobierno de España
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La unidad empresarial ha sido, es y será uno de mis valores al frente de las organizaciones empresariales. Y será una línea roja de mi presidencia a partir del próximo 20 de mayo cuando se celebren las elecciones en CEPYME. La unidad, la integración, serán mis prioridades internas cuando se acabe el proceso electoral: la externa será, sobra decirlo, defender y dar voz, como hasta ahora, a las pymes españolas.

Los empresarios llevamos en las venas un muy sólido concepto de la unidad. Puede parecer paradójico cuando por nuestras venas corre también, necesariamente, la urgencia de competir; pero lo cierto es que todo empresario sabe que es asociado a sus iguales como logra mejorar las condiciones en las que desarrolla su negocio: consigue que se construyan infraestructuras, modula las leyes que le atañen, negocia adecuadamente con sindicatos o administraciones. Los empresarios sabemos incluso que hay negocios que sólo podemos desarrollar junto a nuestros rivales directos.

Ese vínculo en realidad alcanza al conjunto de la sociedad porque los empresarios somos conscientes de que nuestra actividad no es un juego de suma cero. Si a los establecimientos de nuestra calle, si a una multinacional de nuestro entorno le va bien, a nosotros nos va bien; si los ciudadanos viven mejor, a nosotros nos irá bien.

Para un empresario como yo, hijo y nieto de empresarios y de dirigentes empresariales, la unidad es un principio básico de mi actividad. Lo ha sido desde que entré en la empresa familiar; desde que hace tres décadas pisé por primera vez las organizaciones empresariales; desde que fui elegido presidente de CEPYME hace seis años.

Esos seis años han estado caracterizados por dos circunstancias extremas: una pandemia insospechada que, además de cobrarse muchas decenas de miles de vidas –su más dolorosa consecuencia–, tensionó hasta el límite a nuestro tejido empresarial y la llegada al gobierno de España del ejecutivo más hostil para las empresas de las últimas décadas. A ellas se suman, las graves consecuencias personales y empresariales de la DANA.

Esas circunstancias han puesto de relieve el enorme valor de la unidad empresarial y la necesidad de actuar coordinadamente bajo el principio de unidad de acción empresarial. Junto al Comité Ejecutivo y la Junta Directiva de CEPYME he trabajado inequívocamente en esa dirección: el 100% de las decisiones adoptadas en dichos órganos por unanimidad avalan esa afirmación.

Lo que no es verdad, no se convierte en verdad por mucho que se repita, aunque si se repite lo que es mentira habrá que repetir la verdad: la unidad empresarial ha sido, es y será uno de mis valores al frente de organizaciones empresariales; la unidad y la integración serán mi prioridad cuando acabe este proceso.

Esa es la razón por la que no he contestado a los permanentes ataques que estoy recibiendo, por muy injustos y desafortunados que hayan sido. Esa es la razón por la que pido responsabilidad aun cuando a mi alrededor se multipliquen comportamientos irresponsables y egoístas.

No voy a dar un paso que pueda generar o evidenciar una brecha entre organizaciones empresariales, que no es real. Ni siquiera he forzado el respaldo a mi candidatura de ninguna organización empresarial. Creo que el proceso que se ha abierto hace unos días y que se cerrará el día 20 de mayo, no tiene que ver sobre quién va con quién, sino sobre qué modelo de organización queremos cada uno; sobre cómo nos enfrentamos a un objetivo que, sin duda, compartimos. Porque la división no perjudica a las organizaciones, sino a las empresas y a su defensa, primer y único objetivo que debe movernos a las organizaciones y a sus dirigentes.

Y porque, por el contrario, la división, el ruido, la desunión, benefician a los enemigos de las empresas que, lamentablemente, hoy ocupan puestos en el gobierno de España. Hacer frente con rigor y valentía a sus políticas debe ser hoy el primer desafío de las organizaciones empresariales. Debemos responder sin respiro a los incrementos de costes, a la creciente normativa, a la rigidez del mercado laboral, a la asfixia fiscal y, para ello, debemos escuchar y dar voz especialmente a las pequeñas y medianas empresas de España. Eso es justo lo que los órganos de gobierno y el equipo profesional de CEPYME han hecho a lo largo de los últimos años.

Y lo hemos hecho unidos y coordinados con el resto de organizaciones empresariales y, singularmente a la CEOE. No concibo otra manera de hacerlo: ayer, hoy y mañana cuando acabe el proceso. No concibo otra CEPYME que la que actúa bajo el criterio de la unidad de acción empresarial, dentro de la CEOE, la casa de todas las empresas españolas. Por ello mi mano ha estado tendida desde el primer momento de este proceso para actuar con altura de miras y centrarnos en lo único que importa, que es la defensa de las empresas. Hoy vuelvo a tenderla a quien quiera tomarla.

No es ningún secreto que a pesar de que esa es mi evidente postura, desde el 10 de enero se me ha invitado, sin justificación alguna, a abandonar la presidencia de CEPYME. Sé que para mí sería más fácil seguir la salida que se me sugiere, pero la misma responsabilidad –exactamente la misma– de la que he hecho gala en los últimos seis años me obliga a mantener mi camino que ni se ha torcido, ni se torcerá. Los empresarios sabemos que las causas correctas merecen los esfuerzos que hay que hacer para alcanzarlas. En el proceso trataré de seguir a Winston Churchill cuando recomendaba resolución en la batalla y magnanimidad en la victoria. Las empresas españolas merecen que libremos unidos su batalla contras las nefastas políticas del gobierno de España y que cosamos las hipotéticas diferencias que haya entre nosotros… aun cuando no seamos nosotros las que las hayamos abierto.

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