
Un Lannister siempre paga sus deudas, una comunidad autónoma, NO. Y no sólo es una cuestión de que, por presión independentista, a la Generalidad de Cataluña, el Estado le condone una parte de su deuda. Es una cuestión general, todas las Administraciones Públicas refinancian sus deudas, mientras que los particulares, no. Por eso, cualquier comparación con la hipoteca de un particular implica que, o bien no se ha comprendido nada, o, simplemente, se pretende que nadie entienda nada.
Lo relevante en la deuda de cualquier estado o comunidad autónoma es que no esté creciendo por encima de lo que crece (en términos nominales) la economía correspondiente, porque entonces se activa el efecto "bola de nieve". Si la deuda de cualquier administración crece indefinidamente llega un momento en que los intereses se pagan con nuevos préstamos indefinidamente, y eso se conoce como déficit primario permanente. Finalmente, si eso continúa, llega un momento en el que hay que "reestructurar", es decir que los acreedores, los que han prestado, pierdan todo o parte de su préstamo. Antes de que se ocurra, los acreedores privados van despareciendo, primero sólo quedan los más osados, que prestan a tipos elevadísimos, y luego simplemente se cierra el acceso a los mercados: nadie presta, salvo que existan mecanismos de rescate públicos.
En estos momentos, Cataluña es la comunidad autónoma más endeudada, y una de las que más déficit tiene cada año. Por esa razón, hace años que no puede salir a financiarse a los mercados. Eso ha conducido a que, desde hace más de una década, sea el Estado, a través del fondo de liquidez autonómica (FLA) el que financie el desfase entre ingresos y gastos de la Generalidad. Por cierto, la razón de este déficit sistemático, y de la consiguiente acumulación de deuda pública de Cataluña, no es una, inexistente, infrafinanciación. No, la razón del permanente déficit de la Generalidad catalana es mucho más simple, sistemáticamente gasta por encima de lo que ingresa en prácticamente todas las partidas presupuestarias.
¿Qué permitiría a Cataluña, y en su caso, a las demás Comunidades que acepten, esta condonación masiva de deuda? Pues, eso depende de que se sigan o no las reglas fiscales. Pero, empecemos por lo que no va a pasar: ni Cataluña, ni otras comunidades que ahora no tienen acceso a los mercados, van a poder salir de la dependencia financiera del Estado, vía FLA, es decir del resto de los contribuyentes españoles. La razón es que, si no cambian drásticamente, incrementando sus ingresos, o reduciendo sustancialmente su gasto público, seguirán teniendo un déficit importante, aunque el Estado condonase toda su deuda, y, en consecuencia, dejasen de pagar intereses.
En 2023, Cataluña tuvo un déficit de 3.875 millones de euros, alrededor de un 10% de sus ingresos corrientes, y pagó 1.413 millones de interés, sobre un gasto total de 45.602 millones de euros. Con estas cifras, aunque el Estado condonase íntegramente la deuda que tiene vía FLA, y adquiriese la antigua a los acreedores privados, Cataluña no se podría financiar en el mercado, y mucho menos a un tipo de interés razonable. Por supuesto, si la condonación es parcial, como se pretende, entonces mucho menos.
Eso sí, la Generalidad pagaría en el futuro menos intereses. Sin embargo, y como señaló el jueves la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (Airef) en una nota: "La condonación supondrá un ahorro en intereses que implica una reducción del déficit de las CCAA y un incremento en la Administración Central. No obstante, hay que considerar que los intereses no se incluyen en el cálculo de gasto computable a efectos de la regla de gasto. En consecuencia, este ahorro no modifica el cálculo de la regla de gasto y, por lo tanto, no genera un mayor margen de gasto en otras políticas públicas."
Esto quiere decir que, si se cumple la regla de gasto, en principio, la condonación no sirve absolutamente para nada, ya que el ahorro de intereses, que estaría en el entorno, al final de la operación, en varios años, de unos 250 o 300 millones de euros anuales (recordemos sobre un presupuesto de más de 45.000 millones hace dos años), no serviría ni para que la Generalidad pudiese gastar más, ni para rebajar un solo euro de impuestos a los catalanes.
La condonación de deuda supone un gasto para el Estado, y correlativamente, un ingreso para las Comunidades Autónomas que ahora deberían menos. En principio, como son gastos e ingresos extraordinarios, ni el Estado debería gastar menos, ni las CCAA gastar más con esta mayor liquidez. Pero, cabe la posibilidad de que las reglas fiscales no se cumplan. Y que lo hagan por donde se suelen incumplir, que es gastando más de la cuenta. Si esto sucede con los intereses, como estamos hablando de muy poco dinero, realmente no pasaría nada. Sin embargo, si esto ocurre con el principal, es decir con más de 82.000 millones de euros de condonación, aunque sea en varios años, entonces el déficit consolidado de España se dispararía, y esto pondría en peligro todo el proceso de consolidación fiscal. Por eso, la condonación de la deuda es una muy mala idea, porque puede disparar los intereses que pagamos todos por la deuda del Estado, que es donde está concentrado, como ocurre en el mundo entero, casi todo el endeudamiento público.
Si en el sistema de financiación se abandonan los principios de autonomía y responsabilidad, entonces llegamos a las condonaciones incondicionadas y sin justificación de las deudas autonómicas. Aun así, El riesgo más importante no está en los aspectos más criticados, con razón, de esta operación de condonación, el reparto entre CCAA, primando descaradamente a Cataluña, ni en los incentivos a los que peor han gestionado (y han gastado de más, incluso después de subir el IRPF, fundamentalmente a los que menos ganan).
No, el riesgo más importante está en que esta medida, que es el aperitivo del cupo catalán, tiene que tramitarse como ley orgánica, al menos parcialmente, excepcionando tanto la Ley Orgánica de Estabilidad Presupuestaria, como la Ley Orgánica de Financiación de las Comunidades Autónomas. Y aquí, los votos decisivos, incluyen partidos como Podemos que no creen en la estabilidad presupuestaria, y partidos nacionalistas vascos y catalanes. Sabemos de lo que se parte, pero nadie puede garantizar cuál será el resultado final de esta ley de condonación.
Lo más probable es que esto nos condene a sufrir las consecuencias de un sistema de concierto para Cataluña. Cuando ERC y Junts comprueben que toda esta operación no les permite aumentar sustancialmente la financiación de la Generalidad, o al menos una financiación que se pueda gastar, las exigencias de recaudar todos los impuestos, y fijar un cupo, imitando al régimen foral vasco-navarro, se intensificarán. Este proceso ya ha empezado, y ayer la comisión mixta de asuntos fiscales Generalidad-Estado se reunía para preparar la cesión de la gestión del IRPF, que es medio sistema tributario, a la Generalidad, de momento, sin ningún tipo de cobertura legal. Es otra irresponsabilidad más, porque la exigencia de un impuesto, incluyendo quién lo gestiona, y quién tiene que cobrarlo lo tiene que establecer una ley. Aunque el gobierno central no quiera reconocerlo, como sí lo hace la Generalidad, la fragmentación de la Agencia Tributaria del Estado ya está empezando.
Todas estas cuestiones, condonación sesgada, incondicional e injustificada de la deuda, fragmentación de la Agencia Tributaria, y otras como el reparto autonómico de la recaudación del impuesto bancario, primando a los más ricos, son el inicio del cupo catalán. Ésta es la modificación más importante, y negativa, de nuestro sistema fiscal y territorial desde 1978. Por esa razón, y porque todos los españoles merecen conocer las implicaciones de este proceso, Jesús Fernández-Villaverde, profesor de la Universidad de Pennsylvania y un servidor publicamos en mayo un libro explicando la factura que supondrá para los españoles dinamitar el sistema para crear nuevos privilegios territoriales. A diferencia de la condonación de la deuda autonómica, el cupo catalán sí tendrá efectos tangibles a un plazo mucho más corto del que pensamos. Como en tantas ocasiones, me gustaría estar equivocado.