Opinión

La Inteligencia Artificial y el Poder Global

  • Algunos Estados podrían desarrollar una dependencia tecnológica de los más grandes
  • Europa deberá decidir si puede, y quiere, asumir un papel de vanguardia o si quedará relegada a un rol de consumidor de tecnología producida fuera de sus fronteras
  • Se trata así como un recurso estratégico, esencial para aquellos que buscan proyectar su influencia más allá de sus fronteras

La inteligencia artificial (IA) se ha convertido en un recurso esencial para la proyección de poder global, hasta el punto de que el escenario geopolítico se reconfigurará en torno a esta tecnología. La IA ya no es solo una herramienta más de crecimiento económico, sino un recurso estratégico que, como en otras épocas lo fueron el acero o el petróleo, definirá quién lidera y quién queda rezagado en la jerarquía del poder mundial.

Se dice que la relevancia de un Estado o una región se mide por su importancia económica y militar, su capacidad diplomática para tejer alianzas y liderar la acción en organizaciones internacionales, su competencia tecnológica y su poder cultural. Sobre estos elementos descansan las grandes potencias, y es en ellos, donde la IA muestra su influencia y potencial transformador. La inteligencia artificial modificará la estructura de poder actual, propiciando la aparición de nuevos actores en la escena internacional y creando caminos inéditos en las relaciones entre naciones. Sin embargo, esta transformación no necesariamente cambiará a los actores dominantes en el panorama global, ya que Estados Unidos, China y la Unión Europea están determinados a mantener su liderazgo. La IA no parece, por tanto, lo suficientemente poderosa como para desbancar a las potencias actuales, pero sí para alterar las reglas de su rivalidad y los métodos de su influencia.

Estados Unidos, China y la Unión Europea son las regiones que, desde el punto de vista económico, han liderado el pulso global durante las últimas décadas. A pesar del declive económico de Europa y el auge de China, juntos representan una significativa porción del PIB mundial: Estados Unidos aporta el 25%, China un 17%, y la Unión Europea, otro 17%. Esta capacidad económica les permite movilizar recursos masivos en la carrera de IA, cada uno con estrategias que reflejan su propio enfoque y sus prioridades de seguridad.

China, con su característico enfoque de planificación estatal, aspira a ser el líder mundial en IA para el año 2030. Este ambicioso objetivo se refleja en el apoyo que el Estado proporciona a empresas y universidades dedicadas a la IA, con un especial énfasis en tecnologías que fortalecen la vigilancia y el control social, como el reconocimiento facial y la automatización industrial. Es una visión de poder y control, que ve en la IA un medio para fortalecer tanto el desarrollo económico como la estabilidad del régimen. Estados Unidos, por su parte, ha logrado mantener su liderazgo a través de un ecosistema de innovación vigente desde hace décadas. Allí, la iniciativa privada, los fondos de capital de riesgo y las grandes universidades se conjugan para impulsar desarrollos en IA que abarcan desde el mercado civil hasta la defensa y la ciberseguridad.

Europa, por su parte, ha lanzado su propia estrategia de IA, aunque, como en tantas ocasiones ha priorizado la regulación sobre el desarrollo y la inversión. La urgencia de avanzar es palpable en un contexto en el que la autonomía tecnológica y la seguridad digital se han vuelto cuestiones de supervivencia, especialmente en tiempos de conflicto como la guerra en Ucrania. Europa, consciente de que depender de tecnología extranjera pone en riesgo su competitividad y su soberanía, deberá decidir si puede, y quiere, asumir un papel de vanguardia o si quedará relegada a un rol de consumidor de tecnología producida fuera de sus fronteras.

Aunque los rivales por el liderazgo mundial no hayan cambiado, la IA introduce nuevas formas y dimensiones en esta pugna, ya que dominarla confiere una ventaja decisiva en términos de economía, seguridad y control de la información. La primacía global ya no se define exclusivamente por la fuerza militar o el volumen de producción, sino por el control de las infraestructuras digitales: los centros de datos, los servidores, los sistemas operativos, las redes y servicios en la nube, los grandes centros de procesamiento de información.

Así, en lugar de imponer su influencia por la fuerza física, los nuevos imperios podrán hacerlo mediante dependencias tecnológicas, generando una nueva forma de subordinación a través de la tecnología. Tener una posición dominante en la IA implica también tener acceso a vastas cantidades de datos y un mejor análisis predictivo de los comportamientos y tendencias. Los Estados que controlan esta información tienen una ventaja estratégica en las negociaciones y relaciones internacionales.

La concentración de poder tecnológico se convertirá en una fuente de influencia clave para unos pocos, mientras que los demás países enfrentarán un riesgo creciente de perder su soberanía digital. La dependencia tecnológica puede ser tan restrictiva como la dependencia energética o alimentaria, y, si las tendencias actuales se mantienen, algunos Estados podrían quedar tecnológicamente subordinados, dependiendo de otros para sus telecomunicaciones, su defensa e incluso sus suministros energéticos. La historia se repite, aunque con matices modernos: el dominio ya no se ejerce solo sobre los territorios, sino sobre las redes y las plataformas digitales.

La inteligencia artificial se perfila así como un recurso estratégico, esencial para aquellos que buscan proyectar su influencia más allá de sus fronteras. En la lucha por el poder global, la IA actúa como un nuevo campo de batalla, en el que el control de las infraestructuras digitales y de la tecnología se convierte en la clave para liderar la economía mundial y redefinir el equilibrio de poder.

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